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No pego el ojo en toda la noche, y cuando en la mañana salió corriendo hacia la escuela sin desayunar, el día empeoro considerablemente. En primer lugar, Caz no estaba por ninguna parte. No se había aparecido en la mañana en su casa, no tenía ningún mensaje suyo. Y eso era inusual, por lo general, Caz Derry tenía palabra y era un hombre en el que se podía confiar. Pero no estaba.

Así que cuando Stephen llego a su casillero, solo para encontrarlo lleno de globos y con un enorme cartel que decía "¡Felicidades por el nuevo bebe!" no se sorprendió en lo absoluto de que las cosas pudieran resultar aún peores para él.

Caz no estaba.

Había algunas personas reunidas alrededor de su casillero, y mientras Stephen arrancaba los globos y el cartel, más personar se aglomeraron a su alrededor. Escuchaba los murmullos con una claridad alarmante.

"¿Sera posible?"

"¡Ha perdido la razón!"

Y la que Stephen más temía, llego de primeras, como el golpe del frio. Como una enfermedad contagiosa que azotara a la pequeña multitud congregada a su alrededor.

"¿Quién es el padre?"

Stephen comenzó a hiperventilar. Conto sus respiraciones una a una mientras arrancaba el letrero. Sabía perfectamente de quien provenía aquella broma. Estaba lleno de rabia, por primera vez en su vida sentía que la ira acabaría por prenderlo en fuego. Sentía las manos tan fuertes como para romper el metal y acabar con el suelo de un golpe. Arranco la última letra. El maestro de Historia lo observaba de reojo, sin atreverse a acercarse del todo. Los ojos de Stephen ardían.

Caz no estaba.

Y entonces lo escucho, un sonido absurdo, chillón y desagradable. Y su cuerpo se llenó de tanta rabia como para prenderle fuego a una ciudad entera. Estaba listo, por primera vez en su vida estaba listo para devolver el golpe. Esta vez no iba a fallar, aunque terminara sangrando en el suelo.

—¿Por qué hay tanto alboroto? —dijo Bloom, acercándose.

Stephen volteo a mirarlo. Estaba casi al final del pasillo. Se veía impecable de nueva cuenta. El cabello rubio arreglado, las manos repletas de anillos. Stephen recordó de repente que tenía un anillo viejo que había pertenecido a su padre. Se lo volteo en los dedos. Miro hacia el frente y avanzó. El otro omega lo observo confundido en cuanto estuvo frente a él. Stephen sabía, claro que sabía.

Y entonces le volteó la cara de una bofetada.

La cabeza de Bloom giró estrepitosamente con el impacto, que pareció retumbar en cada pared de la escuela con una fuerza abrumadora. El golpe lo lanzó al suelo, se resbaló sobre sus zapatillas de tacón y por primera vez en la vida, Stephen lo observó desde arriba.

—¡No tenías ningún derecho! —grito.

El otro omega permaneció en silencio un momento, mientras se levantaba. Stephen no titubeo.

—No sé de que demonios estas hablando —respondió Bloom. Tal como lo esperaba, el anillo de su padre le había lastimado el labio. Muy bien, se dijo para si mismo. Arde, ¿verdad?

—Eres la peor persona que conozco, y, sin embargo, no te consideraba un cobarde. Joderme la vida siempre te genero mucho orgullo.

Bloom soltó una carcajada. Amarga, casi con dolor.

—Si yo hubiese revelado tu secretito, Stephen, créeme que lo habría hecho con mucha más clase. Esto es obra de una mente más ordinaria.

Stephen retrocedió. No le creía una sola palabra. Estaba cansado de escucharlo. Intento apartarse, pero la gente estaba arremolinada alrededor de ambos. Olían la sangre como los cuervos.

Nuestro viaje a las estrellas ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora