II

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Después de una larga discusión por teléfono, Stephen y Bloom llegaron al común acuerdo de reunirse en la casa de Bloom. Así que allí estaba yendo hacia la casa de su némesis para convivir como si nada.

Aquella tarde, después del episodio de las gradas se había cerciorado por si mismo que Bloom dijese la verdad sobre el supuesto trabajo que tenían asignado juntos. El profesor de historia le confirmo aquella información con un deje de lastima en su voz. Casi parecía compadecerlo y Stephen lo odio por ello.

Había caminado casi diez kilómetros hasta alcanzar la casa de Bloom, que por supuesto era enorme y era tan exagerada y fastuosa como él. Stephen sintió un nudo en el estomago al tocar el timbre. Una mujer con cara de pocos amigos abrió la puerta, su parecido con Bloom era evidente y alarmante al mismo tiempo. El cabello rubio, casi plateado. Los ojos grises. Aquella mujer, sin embargo, lo observo con curiosidad.

—¿Qué se te ofrece, dulzura? —preguntó.

Stephen carraspeo levemente antes de responder.

—Estoy aquí para ver a Bloom, somos compañeros de la escuela.

Se dio cuenta demasiado tarde de que temblaba. Estaba mareado, la piel se le puso de gallina de repente. La mujer volvió a examinarlo.

—Claro, adelante.

El interior de su casa era incluso mas abrumador. Una riqueza casi absurda.

Al final de las escaleras, Bloom lo observaba de manera inquisitiva. Aquel lugar era antiguo, con un estilo gótico casi aterrador. Con un solo movimiento de cabeza, Bloom le indico que subiera. Se metieron en su cuarto que apenas y tenia un poco de luz de sol.

—No te pongas demasiado cómodo, y ya que no eres un invitado muy grato, no planeo ofrecerte algo de beber o de comer. —dijo el omega simplemente. Seguía notándose pálido, sin cohesión entre sus palabras filosas y su apariencia delicada.

—Nunca te aceptaría algo de beber o de comer —respondió Stephen con amargura.

Mucho menos en mi estado.

Sin hablar mucho más, se dieron a la tarea. La revolución francesa era repetitiva y aburrida, pero Stephen se sentía contento de poder llenar el silencio con cualquier cosa. Evitaba las bromas de Bloom y mantenía su cabeza lejos de cualquier pensamiento intrusivo posible. Pasaron así la tarde, hasta que de repente, una mujer mayor irrumpió en la habitación sin siquiera tocar a la puerta.

Su presencia resulto levemente perturbadora. Andaba con un bastón y llevaba el cabello pintado con tinte fantasía de color violeta.

—Me dijo tu madre que tenías compañía y quise cerciorarme de que no se tratara de ese rufián de Julian Barker.

Bloom suspiró.

—Ya ves, abuela. No se trata de Julian. Es solo un aburrido compañero.

La mujer centro entonces su atención en Stephen.

—Eres una criatura muy bonita —le dijo, sonriendo. Le faltaban algunos dientes.

—Gracias, señora —respondió apenado. Bloom los observaba con aburrimiento.

Fue entonces cuando la mujer dio un brinco sobre si misma. Sin apartar la mirada de Stephen, soltó un quejido de impresión.

—¡Por Dios! ¿Cómo lo has permitido? Tan joven...

Stephen y Bloom se miraron de manera confusa.

—Señora yo...—la mujer lo interrumpió a media frase.

—Frankie, tesoro. Llámame Frankie.

—Bueno, Frankie... no sé de que me esta hablando.

Bloom rodo los ojos, fastidiado.

—No le pongas atención, mi abuela esta un poco loca.

—¡Loca nada! ¿Crees que no lo sé, querido? ¿Crees que no recuerdo el sonido de los golpes? ¿Qué no vi a ese rufián que tanto defiendes irse con la ropa llena de tu...?

Bloom palideció. Stephen lo miro con los ojos abiertos, pero el omega lo amenazo con la mirada. Así que decidió no preguntar nada. ¿Acaso era Julian Barker quien le maltrataba? ¿Existía alguien que pudiese hacerle daño a Bloom?

—Suficiente, abuela.

—No estoy loca. Lo veo en sus ojos, tiene ese brillo. Es especial.

Stephen seguía sin comprender nada, Bloom, de repente, pareció interesado.

—¿De qué hablas, abuela?

—De tu amigo, tonto. Así te brillan los ojos la primera vez, con la segunda se pierde un poco. La labor de parto es agotadora, sobre todo para los muchachos.

Esta vez fue Stephen quien palideció. Bloom lo miro sorprendido, de repente, Frankie se despidió y desapareció de la sala dejando un desastre tras de sí. Stephen no se atrevía a confrontar al omega.

—Así que dice la loca de mi abuela que vas a tener un bebé.

—Eso no es cierto.

—¿Entonces por que te pusiste tan pálido?

Stephen devolvió el golpe.

—¿Es cierto entonces que Julian te golpeaba?

—Cállate —respondió simplemente.

El odio flotaba entre ellos.

—Es por eso que te desmayaste el otro día, ¿verdad? —pregunto, Stephen odiaba el deje de satisfacción escondido en su voz.

—¿Es por eso que cojeabas el otro día? —contraataco.

—Ese es un golpe muy bajo —dijo el rubio.

—De tú mismo nivel.

Stephen estaba aterrado. Temblaba, se apretaba las manos del miedo. Quería salir corriendo de aquel lugar. Bloom, de entre todas las personas que podían enterarse de su secreto, Bloom.

—Muy bien, enano, estás aprendiendo.

Stephen permaneció en silencio.

—¿Quién es el padre?

—¿Por qué dejas que te golpee?

Bloom sonrió.

—En otra vida, habríamos sido grandes amigos.

Stephen solo dejo salir un suspiro.

—Lo dudo mucho, tengo que irme —dijo al mismo tiempo que se levantaba y corría hacia la puerta principal. Estaba hiperventilando, tenía miedo, quería correr y desaparecer. Bloom lo alcanzo en la entrada y lo agarro con fuerza del brazo.

—Por primera vez en la vida tenemos condiciones justas. Sabes algo que podría destruirme, y yo sé algo que cambiará toda tu vida. Recuérdalo bien, Stephen, los secretos pueden unir más a dos personas que el odio.



 

Nuestro viaje a las estrellas ⌠Omegaverse⌡Donde viven las historias. Descúbrelo ahora