V E I N T I O C H O

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Inuyasha miró a Kagome esperando a que las ordenes lleguen de su parte, ella en cambio solo miraba con tranquilidad como las llamas se consumían en la fogata que Inuyasha había hecho fuera del palacio. No se atrevió a molestarla, no cuando su piel brillaba tanto que sintió unas ganas intensas de tocarla, venerarla y tenerla lejos de los ojos de cualquier otra persona. Donde solo sea de su disfrute, de nadie más. Porque ella era su propiedad, él la había comprado, él la había roto, gracias a él nació esa mujer llena de rencor y retorcida que se ocultaba del mundo.

Él nunca pensó que dentro de aquella mojigata llorona viviese una mujer en llamas, una que ansiaba cada día poseer, una a la cual quería ver desvanecerse como las llamas que consumían todo a su paso. Quería verla en la cima y luego abajo. Así de jodido era lo él sentía por ella, así de retorcida era aquella extraña relación que ambos tenían. Porque en ella no habitaban sentimientos buenos o puros como los que Kagome sintió alguna vez por Hoyo. Los sentimientos que ambos sentían por el otro eran retorcidos, egoístas donde solo el disfrute propio importaba.

Porque a Inuyasha no le importaba romperla cuantas veces sea necesario, no le importaba si su salud mental terminara destruida, a él solo le importaba disfrutar de su esencia, su locura y las ideas tan atrayentes que tenía. Es por eso que venerar a una simple humana como ella a él no le parecía tan descabellado, en el fondo Kagome Higurashi siempre fue la pieza importante en su tablero. Muchas veces no sabía si era la reina que permanecía a su lado o la reina que daba órdenes desde el otro extremo del tablero, cualquiera de las dos no importaba, la deseaba a ambas, porque las dos cumplían el rol que a él le gustaba; el de entretenerlo.

—¿Te quedaras mirándome como un idiota?—la pregunta de Kagome lo sacó de sus pensamientos, su cabello iba suelto danzando con el viento de la fría noche. Él lamió sus labios mirando sus hombros desnudos y su espalda totalmente recta. Se acercó a ella para poder mirar ese rostro hermoso que le gustaba.

Unos labios color cereza que los invitaban a besarlos fue lo primero de su rostro que capturó. Si comparaban a Kagome con Kikyo él sabía que la otra hermana era más hermosa, pero también sabía que la azabache frente a él lo hacía débil, porque ella tenía ese algo que lo enloquecía. No solo se trababa de la esencia que brotaba de ella, sino también de la locura que descubrió en su interior.

Una asesina, una mentirosa, una mujer excelente para ese juego de muerte donde ambos eran contrincantes. Sabía que caería ella, pero también estaba esa pequeña duda de si caería él. No le temía a ello, porque eso hacía más emocionante.

Sus ojos que antes parecían de color chocolate derretido, ahora eran fríos, vacíos y solo brillaban al ver el sufrimiento ajeno. Otro dato que lo atraía a ella cada vez más. Miró la curva de su cuello y como cada facción de su rostro realzaba su belleza. Poseedora de largas pestañas y muchas cejas. Mirada altiva y una abrumadora forma de llegar a él que lo aturdían.

—Te observaba—susurró acariciando su cuerpo con la mirada. Ya no tenía que hacer que ella sienta su deseo para que quiera acostarse con él, era más divertido esperar lo que Kagome tenía. Porque, aunque su hermana parecía experimentada, Kagome sabía qué hacer en la cama para enloquecerlo—te veneraba—el susurro fue bajo. La sonrisa en esos labios lo conquistó. Porque con Kagome nunca se sabía que seguir.

—¿Me venerabas?—preguntó para asegurarse de que no escuchó mal. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Inuyasha y el deseo se desató en su cuerpo—no pensaste que algún día alguien doblegara tus deseos—murmuró ella cautivando a Inuyasha en la manera en sus delicadas manos acariciaban su cuello despacio, como si el tiempo no fuese impedimento entre ellos.

—No lo doblegas aun... cariño—esa burla entre ambos siempre los divertía—aunque aun no comprendo por qué estamos aquí afuera y no matando a todos como tanto queremos—ella lamió sus labios despacio.

—Porque quiero tomarme el placer de saber que las horas, los minutos o los segundos que les queda de vida dependen solamente de mi—sonrió con malicia—este poder que siento me hace engrandecerme, tener sus vidas en mis manos es muy complaciente—se levantó y caminó a él, sus labios en ese rojo y ese maquillaje que la hacían ver como la fantasía prohibida de cualquier hombre.

—Me gusta como piensas—murmuró sonriendo levemente antes de capturar en un pequeño mordisco sus labios—¿debería temer de ti?—preguntó consciente de cuál sería su respuesta.

—De lo único que debes temer, es de mi—le respondió acariciando su pecho sobre la tela de su camisa—porque puedo manipularte como tú alguna vez lo hiciste conmigo—la mano de Kagome fue bajando lentamente haciendo que Inuyasha se divida entre seguir escuchando lo que decía o sentir lo que su mano hacia—sin necesidad de algún poder, sin necesidad de obligarte—la mano de Kagome cayó en su entrepierna acariciando de arriba hacia abajo. Ella escuchó como la respiración de su hombre se volvía más pesada conforme transcurrían los segundos—porque ahora mismo, tú eres totalmente mío Inuyasha Taisho. Tus deseos, tu locura... ante ti soy tu creación y eso se hace sentir grande, es por eso que harás todo lo que yo deseo—susurró con voz seductora.

—Quiero tenerte—ella sonrió mirando sus ojos oscurecerse.

—¿Quieres?—preguntó quitando el cinturón y luego el botón de su pantalón. Bajó el cierre y dejó caer el pantalón hasta las piernas de él. Ambos miraban la destreza de esas pequeñas manos, ambos ignorando la frialdad de la noche porque bajo aquellas miradas que se dedicaban el fuego que corría por sus venas los calentaban lo suficiente.

—Totalmente—respondió y ella bajó su ropa interior tomando su miembro en sus manos.

Él jadeó y ella sonrió. Le atrajo la idea de si alguien los encontraba o espiaba. El descaro y la vergüenza en ella ya no existían. Sabía que solo se arrodillaría ante él de una manera, y solo lo hacía porque aun arrodillada era ella quien tenía el poder de todo. Es por eso que, aunque esos ojos mostraron miedo al verla caer de rodillas, cuando ella lo atendió con su boca y labios como aquella noche, Inuyasha tuvo que otra vez caer rendido ante el placer de lo que ella hacía.

No le importó nada porque en ese momento se sentía en el séptimo cielo con esa cálida y húmeda lengua haciendo magia sobre él. Miró como su miembro desaparecía en la boca de la chica como ella trataba de adentrarlo todo sin tener éxito. La tomó del pelo porque ella lo estaba complaciendo. Cuando no pudo más se dejó ir y la vio tragar todo antes de levantarse y desnudarse frente a sus ojos.

—Puede venir alguien—murmuró él quemando con su mirada su piel.

—Eso no me importa—comentó ella sonriendo.

—Si alguien más descubre tu desnudez, si alguien más se encapricha con ella juró destrozarle los ojos, porque nadie más puede hacerlo—ella lamió sus labios—¿eso tampoco te importa?—preguntó arqueando una ceja.

—Nada de lo que les suceda a otros me importa—ella sonríe—porque en mi mundo solo mi bienestar me importa—él la atrajo a su cuerpo.

—Me encanta tu egoísmo—ella lo besó con esa pasión que amenazaba con consumirlo.

—Demuéstrame con hechos qué tanto te encanta—ella sabía lo que hacía. Porque era cierto, ella lo manipulaba sin necesidad de ocultarlo o siquiera obligarlo.

Inuyasha creía que era el rey en su juego, pero solo era un simple peón. Uno que ella utilizaría como mejor le conviniera y lo desecharía cuando se aburriese del juego.

Él creó un monstro, ahora debía vivir con las consecuencias de eso.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora