Q U I N C E

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Cuando Inuyasha la soltó el cuerpo de Kagome cayó al suelo mientras las gruesas lagrimas caían de su rostro viendo el cuerpo inerte de su amado. Por ese momento no le importó la desnudez de su cuerpo mientras acomodaba el cuerpo de Hoyo. Dejo caer su cabeza en su pecho mientras sus sollozos se elevaban cada vez más. Sentía que habían roto para siempre su corazón, que el tiempo para ella se había detenido. Todo lo vivido al lado de ese hombre se repetía en su cabeza. Recuerdo tras recuerdo en su mente navegaban de una manera dolorosa.

Solo a tu lado saboreé la libertad, solo a tu lado realmente amé.

Kagome negaba, mientras incorporándose colocó la cabeza de Hoyo en su regazo. Su rostro se veía hermoso a pesar de que estaba sin vida.

Te amo

Quitó su camisa suavemente aun manchada por la sangre y con esfuerzo. Luego se la colocó y se sintió aún más vacía, ese agujero en su pecho dolía.

—Camina—la voz de Inuyasha la hizo volver a la realidad, una más dolorosa que su fantasía. Una donde Kagome se sentía a punto de desfallecer.

Se levantó como si de una muñeca sin alma se tratase. La camisa le llegaba por encima de los muslos. Caminó en silencio hasta que Inuyasha la dejó en su habitación.

>> No deberías llorar, está en un mundo mejor—la burla en su tono de voz no causó nada en Kagome quien aun cuando Inuyasha se fue, permaneció en el mismo lugar.

Segundos, minutos, horas pasaron y ella seguía clavada en el suelo con la vista en la pared y las lágrimas cayendo en un silencio agonizante. Kagome giró sobre sus talones y despacio caminó en silencio, sabiendo donde estaban cada uno de los guardias de Inuyasha. Los esquivó a todos, debía irse de ese maldito lugar, debía lograr buscar poder y estar a la par con él, solo de esa manera tendría la victoria asegurada.

Ocultándose de ser vista se adentró a los pasillos oscuros del palacio. Unas voces se escucharon y Kagome se ocultó tras los enormes muros.

—El señor Inuyasha la está matando, esa joven ha adelgazado tanto que temo por su salud, ya no es la misma chica que cuando llegó a esta casa—el murmullo de una de las empleadas hizo que Kagome asomara la cabeza.

—Esa mujer no tiene la talla para estar con mi señor, es una lástima que se haya obsesionado con ella, yo podría darle todo lo que él necesita—murmuró una más joven.

—Deja de soñar y vamos a dormir, mañana nos espera un día muy largo—las vio alejarse y a ella correr sin detenerse. Entró a la cocina y luego dio con una puerta. Cuando salió el frio nocturno erizó su piel, pero eso no la detuvo. Vio que un guardia custodiaba la entrada del lado sur. Tomó una piedra gigante y camino observando como ese chico bostezaba con cansancio.

Cuando Kagome golpeó uno de los guardias y luego con la misma espada de éste cortó su cuello supo que ya su alma no era la misma. En ese momento no le importó el valor de esa persona, solo el dolor que tenía tragado en su pecho, la rabia que la carcomía y la necesidad de dañar a los demás.

Corriendo se adentró al bosque antes de escuchar como gritaban que ella había escapado. Corrió sintiendo los rasguños en su piel, como la camisa pobre y deteriorada de Hoyo se iba desgarrando, así como se desgarró su corazón al verlo sin vida.

El viento soplaba con fuerza mientras la respiración de la chica se hacía cada vez más fuerte. No podía detenerse. No debía detenerse. Su cuerpo anhelaba un poco de descanso, pero Kagome sabía que no debía parar, ellos la encontrarían y la devolverían a ese lugar.

—Se fue por allá, que no escape—el grito de uno de sus perseguidores la hizo llorar en silencio. Las calientes lágrimas que viajaban por sus mejillas eran lo único que le daba calor en aquella fría noche.

Los rasguños por los árboles del bosque hacían que Kagome mordiera sus labios. Ella no debía dar a conocer su posición, ellos eran muy inteligentes. Detuvo su paso al escuchar pisadas y se escondió detrás de uno de los árboles.

La luna apenas era visible aquella noche, las nubes oscuras cubrían todo y eso le regalaba una pequeña ventaja en su plan de huida. Ella tenía control dentro del bosque, lo conocía como la palma de su mano, esa era la única ventaja que tenía sobre ellos.

La ropa que apenas cubría su cuerpo hizo que Kagome suspirara, tenía mucho frío, pero por nada del mundo debía volver a ese lugar, no al lado de ese maniático, no al lado de un hombre que detestaba y que definitivamente no amaba.

Cuando los pasos se hicieron lejanos ella salió de su escondite y evitando hacer ruido caminó en la oscuridad del bosque. Cerró los ojos para que su sentido auditivo se concentre y encuentre la posición de sus enemigos. No había movimiento, eso significaba que se alejaron.

Kagome dio un paso y un gemido de dolor cubrió todo el bosque. Las piernas de la chica fallaron y la hicieron caer. Sentía que su piel ardía, que su corazón dolía, que sus sentidos se encontraban entumecidos. Sentía que moría. Su mano fue a su cuello donde la marca que aquel desgraciado puso en su piel, esa marca era como una hoguera, era fuego, fuego que amenazaba con destruir su cuerpo.

—Así que aquí está—Kagome levantó la vista y miró a uno de los tantos hombres que servían a ese—así que la marca comenzó a funcionar, es una lástima. Si no te llevamos pronto el dolor te matará, espero que eso sea una lección que no debes huir de nuestro señor. Si el Señor Sesshomaru es de poca paciencia la de su hermano menor es nula. Ahora eres de él, acéptalo de una vez por todas niña. No intentes escapar—Kagome vio aquella humillación tras sus ojos cansados por tanto dolor, vio cómo esposaban sus manos y como su corazón solo hacia odiar a ese hombre.

Kagome solo tenía ganas de matarlo, matarlo como el mató a el hombre que ella amaba, destruirlo como lo hizo él con sus ilusiones y acabarlo como lo hizo con el amor que un día le tuvo a su padre. Inuyasha Taisho era para ella sinónimo de sufrimiento y dolor, pero también sinónimo de venganza por parte de ella. Kagome lo destruiría como él la había destruido a ella.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora