C U A R E N T A Y U N O

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El tiempo para la madre de Kagome se congeló. Tragó en seco porque todo lo que decía ese hombre era verdad. Ella detestaba que Hoyo se apareciera todos los días en su puerta preguntando por Kagome, así que había escuchado que el esposo de su hija no le perdonaba la vida a nadie, por lo que ideó un plan para que Hoyo vaya al lugar y le indicó donde posiblemente debería estar la habitación de Kagome.

Sabía que ese bastardo no regresaría vivo y saberlo muerto le provocó mucho gusto porque ese hombre le molestó mucho, además de que empezaba a creer que Kikyo sentía algo por él. Tenerlo muerto era la solución más simple.

La madre de Kagome esperó muchas cosas, pero nunca la sonrisa helada que su hija le regaló, era incluso más terrorífica que cualquier cosa que ella pudiese decir. Tragó en seco porque su hija realmente estaba totalmente loca. Temía por completo de su vida.

—Mamá, mamá, mamá. Aun no aprendes que hacer cosas imprudentes puede ser malo para ti—la mujer gritó cuando la cuchilla de Kagome se enterró en su ojo—jódele la mente—murmuró respirando de manera agitada—maldición, ensucie mi lindo vestido—comentó mirando las gotas de sangre que habían saltado a su vestido.

En su pesadilla la madre de Kagome veía como niños desangrándose la perseguían gritándole asesina. Muchos de esos niños la alcanzaban y la apuñalaban sin cansarse, lo peor era que ella sentía el dolor de cada una de esas puñaladas, pero no moría, solo sentía su carne abrirse una y otra vez. Uno de los niños le enterró la cabeza en un lago y ella ahora sentía las apuñaladas y la sensación de sentirse ahogada.

Inuyasha y Kagome disfrutaban del panorama, deleitándose con los gritos de auxilio que salía de la mujer que era maltratada en sueños de aquella manera. Horas pasaron en esa tortura hasta que Inuyasha la sacó. La mente de la madre de Kagome no se sentía ya tan estable, ahora solo quería realmente cerrar los ojos y dejar de ver esos niños desfigurados y ensangrentados.

—Mamita, ¿estás bien?—preguntó Kagome con voz sumamente dulce a su madre.

—Yo... yo... por favor... no...

Kagome se burló tomando la cuchilla de su ojo y cortando una de sus orejas con un rostro divertido.

—Pobrecita de mi mami, pero yo te cuido—se alejó cuando la oreja de su madre cayó al suelo.

Kagome se alejó viendo a su madre. Hizo una mueca y le indicó a Inuyasha adentrarla a su miedo, reviviendo su miedo una otra vez sin descanso, enloqueciendo su mente, volviéndola cada vez más débil.

—Ya me aburrí—comentó Kagome cortando la otra oreja y viendo como la sangre caía sin control. Vio que pronto moriría y le indició a Inuyasha que tome el cuerpo de esa mujer. Ambos caminaron afuera donde el sol estaba opacado por muchas nubes. Inuyasha ató los extremos superiores e inferiores a cuadro caballos. Cada uno tenía un brazo y una pierna de la mujer. Un último caballo tenía amarrado a él el cuello de la mujer. Cuando Inuyasha les indicó Kagome la escuchó llorar porque todos corrían a dirección opuesta. Las extremidades de su madre se fueron de a poco rompiendo y cuando cada uno siguió su recorrido libre, pero con una parte del cuerpo de la madre de Kagome ella sonrió. Buscó un nuevo caballo y subió a él. Inuyasha subió detrás de ella y la dejó cabalgar lejos del palacio, en ese lugar que a Kagome tanto le gustaba. Cuando bajó de animal Kagome se desnudó y se adentró al agua.

Inuyasha hizo lo mismo viéndola con esa perfección y ese collar aun en su cuello. Ella lavó su cuerpo quintándole todo rastro de sangre y cuando giró hacia Inuyasha sonrió divertida. Él la tomó y ella enredó sus piernas en torno a su cintura sintiendo creer de a poco su miembro.

—¿Te gustó el juego cariño?—preguntó lamiendo los labios de Inuyasha con pasión. Inuyasha se encontró con esa mirada chocolate que brillaba como si hubiese presenciado algo increíble. Aunque bueno, la sangre frente al establo le indicaban que era increíble.

—Sabes que me ha encantado, me alegro de que sigas viva, porque nunca un humano fue tan interesante como tú—Inuyasha acarició su cuello y la vio cerrar los ojos.

—¿Te puedo pedir algo?—preguntó Kagome en un susurro lento.

—Sabes si—Kagome suspiró con suavidad.

—Tómame, hazlo lento, adora mi cuerpo como nunca lo has hecho—esos increíbles ojos dorados la observaron con atención y sonrió despacio. Acercó sus labios despacio besándola con una suavidad que desarmó a Kagome por completo. Porque solo un hombre la había besado de esa manera alguna vez.

Caminó despacio depositando con ternura impropia de él, el cuerpo de Kagome sobre la orilla del lago. Ella vio como los ojos de Inuyasha se oscurecían a medida que la miraba. Con pausa adoró con su boca su cuerpo, haciéndola gemir con suavidad ante ese trato que por primera vez recibía de él. Con pausa la saboreó sin perderse de sus gemidos y sus manos recorriéndolo con pausa, hasta se atrevería a decir que con ternura.

Cuando la sintió totalmente lista se posicionó sobre ella y mirándola fijamente a esos preciosos ojos chocolates se dentro despacio. Ambos gimieron ante la invasión, lentamente se fue moviendo volviéndola loca.

Kagome lo besó con ternura e Inuyasha le correspondió de la misma, tomando su tiempo para ellos para adorar el cuerpo del otro por horas en aquel lugar que se sentía mágico mientras se hacia uno solo una y otra vez.

Nunca se habían entregado de aquella manera tan profunda y única. Despacio, rápido, lento, con fuerza. Pero lo más importante fueron las largas miradas llenas de afecto que estaban compartiendo, las sonrisas coquetas cuando cambiaban el ritmo y los besos descuidados, pero tiernos.

Ambos se tomaron como si quisieran detener el tiempo en ese momento y solo dedicarse a entregarse de aquella manera. Con pasión y afecto. Como dos amantes que temen ser descubiertos, pero que buscando un segundo en los brazos del otro no les importaría ver el mundo arder.

Ambos ardieron juntos.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora