O N C E

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Inuyasha contemplaba una vez más la desnudez de la que ahora era su esclava. Con una sonrisa siniestra miró como sus mejillas se sonrojaban, como sus labios estaban entreabiertos. Le gustó la manera en la que su largo cabello se esparcía en las sábanas blancas, la manera en la que aquellos ojos chocolates lo miraban con odio, pero que no podían evitar que la pasión los consumiera.

Inuyasha besó los tobillos de la chica haciendo su recorrido hacia arriba donde Kagome se removía inconforme de solo recibir aquellas caricias, quería más, mucho más.

Cuando Inuyasha llegó hasta su plato favorito vio como ella respiraba hondo a la espera de lo que él le haría. Era tan fácil controlarla. Al principio pensó que iba a ser difícil por el carácter de la chica, pero otra vez, una vez más tenía una esclava tan tranquila que en parte le molestaba. Él quería tener razones para castigarla, para lastimarla, hacerla sufrir y luego romperla en miles de pedazos de deseo.

Miró las manos atadas de la chica y sonrió complacido. Por lo menos parecía muy receptiva y buena en la cama, eso lo tenía bastante entretenido. También era la forma de su cuerpo, voluptuosa en los lugares correctos, hacían que el peli plata se perdiera por horas en su cuerpo.

Cuando se topó con los ojos de Kagome, ella sonreía de manera descarada. Le gustaba que dejara su faceta de mártir para ahora ser esa mujer que buscaba su propio placer. La energía que desprendía el cuerpo de Kagome tenía más que duro el miembro de Inuyasha.

Cuando Inuyasha lamió la vagina de la chica un torrente de sensaciones inundó su cuerpo.

—¡Ah!—gimió moviendo sus manos, pero la cuerda le impidió el paso. Movió sus caderas en busca de un poco más de aquello tan maravilloso que sentía. Inuyasha sujetó su cintura para que dejara de moverse y que él pueda darle a su cuerpo todo el placer que quería que sintiera.

Movía su lengua con destreza sobre la hinchazón de la azabache que balbuceaba palabras incomprensibles sin poder describir todo lo que en ese momento estaba sintiendo.

Adentró un dedo en su interior y la chica arqueó la espalda perfectamente. Inuyasha sonrió sobre su intimidad y adentró otro dedo moviéndolos con destreza y logrando que con un grito la azabache se corra en su boca. Kagome se sintió debilitada por el orgasmo, pero su compañero no pensaba darle tregua.

Vio cómo se despojaba de sus costosas prendas ocasionando que sus mejillas se tornen coloradas, se volvieran muy rojas al ver la desnudez de ese hombre. Su cuerpo trabajado, su cuerpo era como en aquellos libros que Kagome leyó alguna vez. Fuerte, imponente y capaz de que su intimidad palpitara necesitada de él.

Se sentía avergonzada, pero él lo hacía a propósito, dejaba que ella sintiera toda esa excitación al punto que de que era imposible para ella resistirse a perderse en el cuerpo del hombre.

Inuyasha sonrió con altanería y bajó hasta meterse un pezón en la boca y degustar de ellos con hambre. Kagome gimió mientras movía sus manos tratando de que las cuerdas se suelten, deseaba tocarlo y hacerle ver un poco de todo ese placer que ella sentía.

Inuyasha maravillado mordió los pezones y luego los lamió. Ubicó su miembro en la entrada de la chica y de una estocada se adentró en el cuerpo de Kagome quien enredó las piernas en su cintura y dejó caer la cabeza hacia atrás.

—¡Oh!—gimió fuerte mientras la habitación sólo se escuchaba el sonido que hacían al chocar sus cuerpos.

Los senos de Kagome saltaban con cada estocada de Inuyasha al interior de la chica. Sentía que la sangre le bombardeaba con fuerza en todo el cuerpo. Sentía la necesidad urgente de enterrar sus uñas en la espalda ancha de ese demonio que poseía su cuerpo.

—¡Yo... Más... Oh!—no podía formular una oración correcta y cada vez se sentía más cerca de ese preciado clímax.

—Tu... Tu cuerpo es maravilloso—gruñó Inuyasha preso del placer carnal que sentía. Con fuerza agarró sus glúteos y se enterró con más fuerza. Kagome soltó una maldición y se corrió con fuerza. Cada neurona en su cuerpo murió porque sintió que toda energía de su cuerpo fue robada. Su cuerpo temblaba sin control y su interior succionó el miembro del hombre que se corrió dentro de ella. La cabeza de Kagome no dio para más e Inuyasha la vio caer, estando agotada se había quedado dormida.

Inuyasha quitó las cuerdas y vio las marcas oscuras que se formaban en sus muñecas.

Miró a la chica llevándose las manos de ella a los labios con una sonrisa macabra. Se sentía más fuerte que nunca mientas ella en cada encuentro se debilitaba más.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora