D I E Z

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Kagome se miró una vez más frente al espejo. No sabía por qué se había entregado de esa manera a ese ser odioso y horroroso, pero de algo estaba segura, se iba a vengar de cada vez que ese hombre la humilló. Una de las empleadas entró a la habitación y la ayudó a vestirse, el corcel la dejaba sin aire, pero no podía dejar que Inuyasha viniera él mismo a vestirla. Su pelo en una coleta ondulada y odiaba la manera en la cual sus pechos de veían más grandes con el vestido. Con una mueca se miró una última vez y salió del lugar.

Al bajar vio al hombre o demonio que la miraba con una sonrisa curvada. Inuyasha la recorrió por completo con un descaro que hizo a Kagome girar el rostro en otra dirección.

—Te ves bien—murmuró con su voz sacada del mismo infierno. Kagome ignoro el cumplido, pero cuando Inuyasha la giro para que dé la cara ella suspiró.

—Gracias, mi rey—Inuyasha pasó sus dedos por los labios de la chica evocando la manera en la que ella los mordía para no gemir como loca. Bajó la vista al busto prominente que le regalaba el vestido y del cual fue dotada. Ella tenía un cuerpo que él adoraba ya que tenía todo lo que a Inuyasha le gustaba de aquellos seres inferiores llamados humanos.

—Así me gusta—ella levantó la mirada y vio aquellos ojos dorados brillar. Si, eran sacados del infierno.

No preguntó más y dejó que Inuyasha la guíe fuera, sentía un poco de libertad luego de todos esos días en los que estuvo encerrada recuperándose de su primera vez. Sus mejillas adquieren color al recordar la manera en la que Inuyasha la tomó. Respiró profundo rogando de que su acompañante estuviese lo suficientemente distraído como para no notar la manera en la que su cuerpo reaccionaba.

Seguía caminando en silencio junto al demonio con cara de algún Dios, maldito estafador. Mordió sus labios mirando la manera en que las flores crecían. Le gustaba estar rodeada de la naturaleza.

Inuyasha la hizo caminar en el verde césped y Kagome rozó con la punta de sus dedos las flores. Sentía como si su cuerpo gozara de energía. Soltó la mano de Inuyasha y se sentó sobre sus piernas cerrando los ojos disfrutando de esa sensación tan cálida y fuerte que sentía dentro de su pecho. Como si cada partícula de su cuerpo cobrara vida. Se sentía viva.

Abrió sus ojos asustada y respirando de manera agitada. Miró los ojos de Inuyasha quien fue un testigo silencioso de lo que la chica hacía.

—¿Qué... Qué fue eso?—preguntó en un murmullo bajo aun sintiendo su cuerpo salpicando de fuerza y energía.

—La naturaleza te da fuerzas—respondió cruzando los brazos. Sus fuertes brazos a la altura de su pecho. Los ojos de Kagome se veían más vivos.

—Y ahora... ¿qué debo hacer de ahora en adelante?—preguntó Kagome asustada de todo lo extraño y nuevo que ocurría a su alrededor.

Ella sabía bien que debía hacerse la sumisa ante los ojos de Inuyasha. Era riesgoso enfrentarse cara a cara con ese psicópata loco. Inuyasha tenía un poder muy fuerte sobre ella y debía acabarlo antes de que él la acabe a ella.

Se levantó y lo enfrentó. Debía ser astuta porque ese hombre podía matarla en cualquier momento.

—Ser mía—murmuró despacio acercándose a la azabache—ser sumisa—siguió, tocando su cuello lentamente y haciendo que la piel de Kagome respondiera de manera impactante para ella—quiero que me obedezcas—le siguió dejando un beso en su hombro—quiero que hagas todo lo que ordene sin rechistar, quiero que seas totalmente mía, niña malcriada—le levantó el rostro y besó su barbilla.

La mente de Kagome quedó en blanco. La piel de Kagome estaba en llamas. El corazón de Kagome latía enloquecido.

La chica levantó sus ojos marrones hacia esos que parecían hermosos, pero que solo contaban con la muerte.

—Seré todo lo que quieras—le susurró despacio desplazando una sonrisa lenta y cautivante que desarmó por un segundo al hombre que tenía enfrente.

Inuyasha tomó un puñado del cabello de la chica y la acercó a él.

—Espero que esas palabras no te pesen luego—murmuró con voz cargada de sensualidad—firmaste el día de tu muerte—y mirándola una última vez se alejó dejándola sola, confundida y como siempre que pasaba cuando él estaba cerca, furiosa.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora