C U A R E N T A

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Inuyasha y Kagome miraron la obra de arte que habían hecho con la madre de Kagome. Los diez dedos de sus manos a carne viva y las uñas sobre una pequeña mesa la sangre rodeándole los dedos de una manera que tanto marido como mujer encontraron artística. La mujer tenía el rostro bajo porque su garganta dolía por todos los gritos que se escaparon en el proceso que hicieron esos dos. Kagome lamió sus labios satisfecha de la ardua tarea que había hecho con su madre, por un momento consideró sacarle los ojos y dárselos de comer, pero quería que esa mirada que antes era altanera, vea el sufrimiento que le esperaba.

—Te queda bien ese color madre, te hace ver más... llamativa—comunicó Kagome con una sonrisa levantándose de la silla.

—Kagome, tu madre no parece muy de acuerdo, ¿Qué deberíamos hacer?—preguntó Inuyasha divertido.

—Indaga en su mente, quiero ver su peor temor—Inuyasha asintió y muy entretenido lo hizo. Mientras él hacia eso Kagome lavó sus manos dejándolas totalmente limpias. El aire tenía un olor horrible a sangre, pero eso más que asquearla le gustó. Porque cada vez que ese olor anduviese por el aire, le recordaría que ella había cazado a dos horribles personas y que estaba por cazar a la tercera.

Eligió a su madre para el final porque la del problema siempre fue ella. Kagome desde pequeña sufrió de sus abusos constantes, ver como Kikyo recibía todo mientras ella era lo más cercana a una Cenicienta en la vida de su madre.

Por eso apreciaba tanto los momentos en los que podía sonreír al lado de un joven que la hacía feliz. Ver los atardeceres a su lado provocaba una emoción que sabía, jamás volvería a sentir.

—Tienes miedo a dos cosas—Comentó Inuyasha haciendo que Kagome gire a mirarlo con curiosidad—uno de sus miedos ya lo sabía, pero ahora que te ha visto jugar tiene mucho más miedo—Kagome se acercó moviéndose con gracia hasta ellos.

—¿Qué es eso?—preguntó curiosa.

—Lo primero es que tiene miedo de que cada niño que mató vuelva—Kagome elevó sus cejas confundida.

Inuyasha procedió a explicarle que su madre hacia trabajos sucios. Así como el padre de Kagome por sus vicios al juego estuvo envuelto en malos pasos, su madre con sed de poseer mejores joyas, vestidos y viviendas les hizo el favor a muchas mujeres celosas. Ayudaba a las amantes a deshacerse de niños pequeños de esposas que no sabían sus existencias, siempre de meses y si tenían años no pasaban los siete. La señora Higurashi era una asesina, así como también le provocaba abortos a Kikyo cuando uno de sus tantos amantes la dejaba embarazada. El expediente de muertes era enorme, aparentaba que nada le importaba, pero en secreto al dormir muchas veces el rostro de algunos de esos niños interrumpía en sus sueños para fastidiarla.

La madre de Kagome al escuchar a Inuyasha no pudo evitar vomitar sobre ella misma porque estar sentada no le daba para más. Recordar como envenenaba, ahogaba y hacia que niños caigan de altas alturas para que nunca vuelvan a molestar le provocaba malestar.

Aunque aun cuando todo aquello la atormentaba eso no le impedía que si se diese la oportunidad nuevamente lo haría. Porque aquel dinero causó que comprara collares que muchos envidiaron al verla pasar. Ella debió tener todo porque no se conformaba con ser una muerta de hambre toda su vida.

Sus padres fueron unas humildes personas que apenas conseguían para mantenerse, por eso cuando el señor Higurashi se enredó con ella hizo un acuerdo para no volver todo un escándalo donde él quedaría mal parado. Se casaron y tuvo que fingir que le gustaba estar con ese hombre asqueroso. Nunca tuvo un orgasmo con él, solo sus propios dedos habían provocado ese placer en ella. Nada más.

Pero la felicidad no le duró mucho porque al poco tiempo estaban en la ruina por el vicio de su esposo. Vino su primera hija y luego la segunda. Sabía que Kikyo era quien iba a triunfar en la vida por eso dedicó todo en ella. La enseñó y le mostró todo adiestrándola para enloquecer hombres en la cama.

Su hija no la decepcionó porque llegaron muchas cosas costosas, entre ellas un bebé que ella se encargó de deshacer mucho antes de que se formara totalmente.

Su otra hija no tenía atractivo, por eso estaba ahí. Cuando Kikyo le propuso darla a que sea prostituta ya tenía en mente venderla. Porque al menos recibiría algo por alguien tan imbécil. Su sorpresa llegó con mucho dinero de parte de un hombre desconocido. Uno que las hizo vivir como ellas querían y tener a la mocosa lejos.

—Un violador y una asesina, lindo historial el de mis padres—comentó Kagome riéndose—¿Qué es lo segundo?—preguntó con curiosidad levanto el mentón para ver la cara de su madre. Tenía la mirada ida como si el dolor que ella sentía era mucho—te ves fatal mami—comentó Kagome con voz mimosa.

La mujer se estremeció de miedo al tenerla cerca. Para ella era como ver al mismo diablo de frente. Le tenía demasiado miedo a Kagome como para querer huir. Era en ese momento donde se arrepentía de haber aceptado esa maldita invitación cuando llegó. Porque si la hubiese rechazado ella seguiría con todas sus uñas puestas y sin los golpes en su espalda. Si, se arrepentía de su decisión.

La buena para nada de Kagome sacó unos de sus mejores atributos; lo calculadora. Ver esa mirada la hizo sentir inferior porque ella disfrutó del pago por matar a esos niños, mas no el matarlos. Kagome en cambio está matando e infringiendo dolor solo por diversión. Ella sin darse cuenta criaba a su propia asesina. Su propia verduga.

Sus planes de obtener el palacio se habían perdido para siempre porque sabía que ya todo estaba perdido, pero tenía unas ganas de llevarse a esa bastarda con ella al infierno, para darle una probadita de su propia medicina.

Inuyasha se carcajeó y la mujer palideció como nunca antes haciendo que la mirada de Kagome caiga en ella.

—Ella fue la que envió a Hoyo aquí—Kagome se quedó en silencio—ella sabía que yo lo mataría, por eso lo envió—terminó de decir Inuyasha.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora