V E I N T E

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Inuyasha quedó desnudo desde la cintura para arriba mirando las buenas curvas que aquella joven poseía, con una sonrisa Kikyo se acercó hasta él, buscó besarlo, pero Inuyasha giró el rostro lejos de ella. Kikyo ignoró eso y besó su cuello con sensualidad, luego su pecho, con manos expertas tocaba, ella sabía lo que hacía, era buena en eso de enloquecer a los hombres. Inuyasha no sería el único hombre que haría la diferencia, ella lo iba a enloquecer.

Inuyasha se separó y acarició el cuerpo de la joven hasta llegar a su intimidad donde la humedad reinaba, adentró un dedo y ella jadeó enloquecida.

No le gustó.

Nada de lo que estaba pasando le gustaba.

Su cuerpo no respondía como antes hacía, ni siquiera sentía la mínima emoción por esa mujer y encontraba los gemidos y jadeos horribles. Recordó entonces la manera en la que la pequeña azabache jadeaba aferrada a su cuerpo, como sus pechos saltaban cuando ella estaba sobre él buscando su placer, inmediatamente su cuerpo se incendió. Kikyo llegó a su orgasmo antes de que Inuyasha saliera de su fantasía donde Kagome reinaba.

La hermana de Kagome respiraba con fuerza, fue la primera vez que había llegado tan rápido a la liberación. Ella sonrió porque no se equivocó con él.

—Vete—Kikyo abrió los labios con sorpresa.

—¿Qué?—Inuyasha la miró hastiado.

—No me apeteces—la humillación que sintió la joven fue horrible, buscó su ropa y se vistió.

—Pero pensé...

Inuyasha sonrió mirándola de arriba abajo.

—No demostraste ser mejor que tu hermana, no me apeteces—Kikyo sintió como si un balde de agua fría fuese echado sobre su cuerpo.

—No me diste tiempo de nada, aun...

—Tu hermana me enciende sin la necesidad de llegar hasta ese punto, no la superaste, no me apeteces—era la primera vez que un hombre la humillaba de aquella manera. Por primera vez sintió sus ojos cristalizarse—eres una burla, venir aquí a ofrecerme algo mejor, eres una mujer muy miserabilis—Kikyo sintió como las lágrimas bajaban desde sus ojos.

—Seré mejor que ella, dame la oportunidad—suplicó, Inuyasha la miró.

—No soy de segundas oportunidades—los labios de la joven se convirtieron en una fina línea—largo de aquí—ella suspiró.

—Mañana volveré, te mostraré lo que es una verdadera mujer—ella salió de allí corriendo, con lágrimas en los ojos y un ego muy herido.

Inuyasha pasó las manos por su rostro, ahora tenía la imagen de Kagome llegando a la cima de su placer, repitiéndose una y otra vez. Inuyasha salió de su aposento y sin darse cuenta estaba de pie frente a la puerta de esa joven.

Abrió tratando de hacer el menor ruido posible. La encontró mirando la noche por la ventana. El cabello azabache le caía por toda la espalda en ondas que brillaban.

Inuyasha quedó petrificado ante la imagen de dulzura y paz que ella brindaba, pero, cuando los ojos de la joven lo miraron fue como si las llamas del infierno llegasen hasta esa habitación incendiando todo de una manera escandalosa.

Tragó en seco cuando ella se levantó. Kagome sonrió con gracia, eso causó contradicción en él. Le excitaba que ella lo contradijera, porque era algo nuevo, pero por otra parte le molestaba que esa simple humana tuviese ese descaro tan grande, no, ella no debía ponerlo en ese estado de confusión, ninguna mujer debía hacerlo en realidad.

—¿Qué haces aquí?—su voz era suave, con una entonación profunda. Le gustaba como su voz lo envolvía para atraerlo mas a ella.

Inuyasha inspeccionó su cuerpo, era cubierto por una horrible bata que ocultaba lo bien que se veía, solo el rostro de facciones armoniosas, dulces y ahora con aquella expresión sensual quedaban bajo su escrutinio.

—Quería ver si hoy no hacías el drama habitual de llantos—ella se rio, su risa resonó por el lugar. Kagome paseó un dedo por sus labios capturando toda la atención del hombre en esa pequeña acción. Sus ojos chocolates brillaban con mucha malicia.

Al menos ya no es una mojigata llorona

—Lastima, no tendrás la oportunidad—a Inuyasha, aunque no lo dijera, le agradaba más esa mujer frente a él con mirada desafiante.

Me gustará doblegarla, mostrarle quien tiene el control aquí

—Vamos—Inuyasha la llamó y Kagome lo miró confundida e intrigada.

—¿A dónde?—preguntó con desconfianza. El peli plata le regaló una extraña sonrisa.

—Caminemos—Kagome aun desconfiada suspiró y miró sus pies descalzos.

—Dame un momento—Inuyasha esperó que se calzara antes de que en un silencio extraño bajaran las escaleras y salieran al jardín donde Kagome sentía que volvía a vivir.

—¿Qué pasa?—preguntó ella ya sentada en el césped. La luna era buena anfitriona. El viento sopló con fuerza.

—Quiero que estés en silencio, solo eso—Kagome mas extrañada lo miró.

¿Qué diablos planea ahora?

Kagome observaba la noche que realmente parecía calmada, desde que se encerró en su aposento había sido consciente de ello, es por eso que cuando Inuyasha se fue, se vistió para dormir y luego se quedó sentada observando las afueras del palacio que solo ese día que huyó tuvo la oportunidad de sentir, aunque no recordaba aquello como una buena experiencia. Básicamente huyó para de una manera humillante perder ante Inuyasha.

Lo observó, estaba de perfil. Inuyasha era guapo, eso ella lo había notado desde el primer momento, sin embargo, dudaba que algún día fuese capaz de decirlo en voz alta, porque Inuyasha era un bastardo.

Cerró los ojos y al abrirlo se tragó el susto de ver a Inuyasha a escasos centímetros de su rostro.

—¿Qué demonios haces?—preguntó sintiendo su corazón comenzar a latir deprisa, una de sus manos se posó en el pecho de él para alejarlo, pero sintió bajo su tacto unos acelerados latidos, unos que iban tan rápidos como los de ella. Kagome no sabía qué hacer, porque cuando sus ojos quedaron clavados en esos dorados, su cuerpo completo quedó en pausa.

—Besarte—confesó Inuyasha llevando una mano hasta el cuello de ella, donde con un suave movimiento logró que los pequeños centímetros desaparecieran.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora