V E I N T I U N O

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Kagome no sabía qué hacer, principalmente porque no tenía un pensamiento lógico en su cabeza. Fue como si el impactar de aquellos labios robara cada pensamiento de odio hacia Inuyasha. Era la primera vez que Inuyasha la besaba de aquella manera, era dulce, suave... dócil. Un beso que en aquella bestia ella nunca pensó que podría encontrar y cuando por fin sus labios se movieron junto a los de él, sabía que algo había cambiado. ¿El qué era eso? Ella no tenía idea.

Sus labios moviéndose con tanta paciencia, dulzura, con cierta timidez. Inuyasha no sabía lo que hacía, tampoco le importaba, pero algo si estaba claro, era la primera vez que aquello le pasaba. No estaba acostumbrado a nada de eso, nunca había besado a una mujer de aquella manera, siempre fue pasional, brusco, en busca de sensaciones carnales.

Era la primera vez que buscaba sensaciones diferentes.

Cuando al fin se separaron, pensó que fue muy poco tiempo, que necesitaba más, pero lamentablemente Kagome se había levantado y huido en medio de sus cavilaciones. Pasó las manos por su pelo respirando profundamente y luego por su rostro.

¿Qué demonios fue eso?

Él no lo sabía, porque era lejano a aquel sentimiento donde su corazón latía con fuerza, demasiada.

¿Estaré enfermando? Debe ser eso

Se levantó y fue a su habitación, donde no durmió nada ya que ese beso se repetía una y otra vez en su mente. Cada vez esa mujer le parecía más peligrosa, pero por alguna extraña razón comenzaba a gustarle esa atracción inexplicable que comenzaba a sentir por ella.

***

La mañana siguiente fue calmada, hasta que los padres de Kagome aparecieron. Inuyasha no soportaba a las personas, mucho menos a esa gente ruidosa que solo quería su dinero. Él sabía lo vanidoso que eran los humanos, los tiempos podían cambiar, pero esa necesidad de ellos por más, jamás lo haría.

Siempre ansiando más, más dinero, más poder. Siempre queriendo ser superiores a los demás, esa vanidad era la causante de muchas muertes en el pasado y él lo sabía porque él mismo había provocado muchas de ellas.

—Señor Taisho, estoy tan feliz, este palacio es una belleza—comentaba la madre de Kagome persiguiendo a Inuyasha quien no tenía ganas de lidiar con esa peste inferior. La miró de reojo, seguramente ella había sido la de la idea de que su hija apareciese desnuda en su habitación. Chasqueó la lengua irritado, todo ese día lo irritaba y más el tener que escuchar a una persona que no soportaba.

—Tengo asuntos importantes que atender—de esa manera Inuyasha la dejó sola en medio de la biblioteca y se marchó.

La señora Higurashi cambió la expresión de mujer feliz a una fachada más tenebrosa. Suspiró y miró a su alrededor.

—Tendré que deshacerme de la mocosa—caminó despacio por el lugar mirando a su hija Kikyo, quien observaba a través del cristal a Inuyasha con anhelo.

—Eres una idiota—Kikyo miró a su madre y bajó la mirada.

—Madre—en dos pasos su madre se encontraba frente a ella y le giró el rostro de una bofetada.

—Más te vale conseguirlo Kikyo, porque en unos días nos echaran de este palacio y tu padre perdió todo el dinero que nos dieron en juegos—amenazó la mujer—¿acaso quieres casarte con un simple campesino del pueblo pudiendo tener todo esto?—la cara de terror de su hija fue toda la respuesta que necesitó.

—No, yo lo voy a lograr, solo necesitamos a Kagome fuera de juego—su madre suspiró y miró las escaleras, sabía que su hija estaba en su habitación.

—Tendremos que hablar con esa bastarda—murmuró suspirando. Acomodó su vestido e hizo una seña con la cabeza a su hija para que la siga. Subieron en silencio y al llegar a la puerta de la habitación de Kagome no se molestaron en tocar, abrieron la puerta encontrando a la joven peinando su cabello con tranquilidad.

Su madre se paseó en silencio por el lugar mientras Kikyo la mirada con suma envidia. Ella quería todo lo que Kagome tenía. El dinero, el poder, ese hombre. Era su primer rechazo y no lo iba a aceptar, jugaría sus fichas sacrificando a quien tenga que sacrificar solo por todo lo que llevar el apellido Taisho conllevaba.

—Kagome—su madre la llamó por lo que ella giró su rostro con tranquilidad en su dirección.

—¿Si?—su madre formó una línea recta con sus labios.

—Estábamos pensando, ya que nunca quisiste estar con el señor Taisho, hagamos algo—Kagome la miró en silencio mientras su madre con porte elegante se sentaba en su cama—a tu hermana le interesa ese hombre, podemos hacerte desaparecer y que él no te busque, de esa manera Kikyo podrá contraer matrimonio con él mientras tú vuelves a tu vida de salvaje—su madre suspiró.

—¿Y si no quiero?—preguntó Kagome. Kikyo se acercó hasta ella y la miró sintiéndose superior.

—¿Crees que ese hombre te seguirá eligiendo a ti sobre mí?—preguntó con una sonrisa—jamás, tengo todo lo que podrías querer en la vida. Siempre me has envidiado y lo sabes. Envidias que soy más hermosa, tengo mejor cuerpo. Envidias que los chicos siempre me vieron a mí y a ti ni una miserable mirada te dieron—Kagome se levantó para quedar frente a ella y comenzar a reírse. Kikyo la miró confusa, por lo general ella siempre comenzaba a llorar o no hablaba en todo el día dándole la razón.

—¿Envidia?—dijo Kagome deteniendo su risa—¿Cómo crees que voy a envidiar a una persona inferior a mí en todos los sentidos?—Kikyo abrió los ojos con sorpresa—no tengo nada que envidiarte. Ni tu belleza, ni tu cuerpo, mucho menos que los hombres te eligieran a ti. Era obvio que eso iba a pasar, siempre ofreciste más que un buen rato charlando—Kikyo sin aguantar la burla le dio una bofetada que Kagome le devolvió con el doble de fuerza y luego la tomó del pelo haciendo que ella chillara—me vuelves a levantar la mano en MI palacio y te destruyo—la madre de Kagome miraba a su hija sin reconocerla. Esa no era la mocosa que vendió.

—No me gustan los actos de violencia, deja libre a tu hermana—Kagome la soltó como si fuese un animal rabioso y la miró por primera vez sintiéndose superior en todo a Kikyo.

—Es una pena que no hayas satisfecho a Inuyasha. Por esto están aquí ¿cierto?—preguntó con burla—él te rechazó, es de la única forma que vendrías con el rabo entre las piernas hasta mi—la madre de Kagome ya no sabía que hacer para manipular a su hija.

—Haz lo que te decimos, o matamos al muerto de hambre de Hoyo—la madre de Kagome se sentía victoriosa cuando su hija bajó la mirada, luego, cuando ella la levantó por primera vez sintió miedo y su piel se puso de gallina. Esa mirada de desquiciada en su hija no le gustó.

—Hazlo, quiero verte intentándolo. Quiero que se larguen de aquí—cuando ambas comenzaron a alejarse Kagome las llamó—yo que ustedes me cuido, porque en este palacio hay peligros por todos lados—con una sonrisa las miró—no queremos que ocurra un accidente ¿cierto?—y ambas mujeres comprendieron. Ella las amenazaba abiertamente.

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora