S I E T E

1.1K 115 6
                                    

Cuando Kagome abrió los ojos jadeaba. Su mano fue de inmediato a su cuello donde el dolor que sintió no era tan fuerte, sin embargo, seguía doliendo. Su muslo derecho ardía y ella jadeo de dolor. Todo su cuerpo dolía a muerte y ella no sabía cuál era la razón. Sintió la presencia de alguien cerca de ella y con temor levantó la vista. Sus ojos captaron la sonrisa más demoniacamente sensual que había visto en su joven vida. Inuyasha estaba de pie perfectamente vestido, tan perfecto que no parecía un ser humano ni alguien de este mundo. Kagome se asustó al darse cuenta de que lo miraba con algo que no identificaba y salió corriendo lejos de él aun sintiendo el ardor en su cuerpo.

La habitación a pesar de ser amplia Kagome la sentía tan pequeña y sofocante. Miró todo asustada buscando con qué defenderse, no sabía que él había hecho con ella luego de agonizar en busca de su ayuda, y tenía miedo de descubrirlo, su cuerpo jamás había dolido tanto como ahora y la noche anterior dolía.

—¿Qué diablos me hiciste?—sin importarle las consecuencias ella habló, alto, firme, sin temor, solo sentía la furia en cuanto las palabras salieron de sus labios. Todo lo que una señorita no debía decir al hablar lo hizo ella. Cuestionó, habló de manera grosera, casi podía escuchar la voz de su madre regañando su comportamiento, sus pensamientos eran tan contradictorios.

Cuidado

Miró a todos lados al escuchar esa voz dispersa por toda la habitación, sin embargo, su compañero no parecía haberla escuchado.

Cuídate de él

El dolor punzante nuevamente la atacó y cayó de rodillas con una mano frente a ella.

—Ya veo, los efectos no han pasado—Inuyasha caminó de manera elegante y se sentó mirando a Kagome como un ser inferior.

—¿Qué diablos me hiciste maldito maniático de mierda?—murmuró Kagome sintiendo su estómago arder.

—Que vocabulario tan grotesco para una señorita como tú—ella chasqueo la lengua y lo miró de mala gana, se levantó aún con aquellos dolores punzando con fuerza.

—Dime la verdad—murmuró sin mostrar temor, su mirada no vacilaba—¿quién eres?—preguntó mirándolo a los ojos.

—¿Quieres saber?—ella asintió levemente.

Inuyasha se levantó de donde estaba sentado. Su cuerpo comenzó a cambiar sus músculos parecían más grande. Su cabello brillaba en plata que la hizo jadear, sus ojos perdieron color pasando a unos rojos que asustaban, pues en ellos solo podías ubicar gritos agonizantes en busca de ayuda mientras personas se desangraban y sus cuerpos iban pasando a ser solo cadáveres que se extinguen. Los colmillos afilados que podrían perforar todo fue lo que más asustó a Kagome, la hizo recordar que fue exactamente eso que sintió la noche anterior. Unos colmillos que amenazaban con arrebatarle la vida. Ella llevó sus manos temblorosas a su boca sin saber cómo huir de ahí. Estaba encerrada. Inuyasha poco a poco volvió a la normalidad y la miró sin ninguna expresión.

—Soy un demonio conocido como Los Tres Caminos a La Muerte. Anoche hice el pacto que me liga contigo, es decir, tú eres totalmente mía—Kagome pestañeó confundida.

—¿Tuya? Y un demonio, no soy tuya imbécil—gruñó, pensó que era estúpida, él podía matarla.

—Oh pequeña Kagome, ¿sabes que puedo hacerte cambiar de opinión?—Kagome lo miró desafiante.

—No lo creo—finalmente respondió luego de unos segundos en silencio.

Kagome estaba enfocada en Inuyasha hasta que sintió su cuerpo arder. De repente se estaba excitando. Se asustó al sentir sus pezones erguirse de manera involuntaria y su entrepierna comenzar a humedecer. Miró alarmada y asustada sin saber qué demonios estaba pasando. Sus pechos dolían y su mente solo tenía una cosa en mente; necesito hacer algo para calmar esto.

—¿Lo sientes?—ella miró a Inuyasha, gotas de sudor bajaban por su cuello—estás así porque yo estoy excitado y decidí que debías estarlo también. Lo que te hice anoche es para que puedas sentir todo lo que yo quiero que sientas y que mi cuerpo experimente—dijo con una sonrisa.

—Maldito, te voy a matar—las mejillas de Kagome se tornaron rojas y respiraba agitada.

—Si me matas tú mueres, cualquier daño físico que tenga, tu cuerpo también lo va a experimentar. Veamos—él caminó hasta donde estaba sentado y tomó una pequeña daga. Miró a la chica alzando la mano y enseñando su palma. Luego con la daga cortó su palma, la azabache jadeó y miró su palma donde sangre salía a causa de la misma herida que tenía Inuyasha—¿ahora lo entiendes?—preguntó.

—Esto... No puede ser real—negó abriendo los ojos de manera abrupta.

—Es real, ahora no eres más que mi marioneta—Kagome se preparó para correr, pero cuando sus ojos hicieron contacto con la puerta chilló de dolor. Su muslo ardía tanto como su cuello la noche anterior—te lo dije, ahora eres mi marioneta—los ojos de la chica se llenaron de lágrimas y tragó sintiendo el amargo sabor que le dejaba saber que Inuyasha la dominaba por completo.

—Eres un ser realmente despreciable Inuyasha—murmuró con una voz inyectada de odio y rencor. Miró con asco al demonio frente a ella quien ya tenía expresión en su rostro, pero era una de burla, diversión. Estaba disfrutando en base a ella y eso ardió a Kagome quien para hacerlo sufrir caminó hasta él arrebatándole la daga y cortando su palma con más fuerza. Jadeó de dolor y miró al hombre frente a ella quien no hizo más que incrementar su sonrisa. Kagome bajó la vista hacia la mano de él, no estaba chorreando la misma sangre que salía de su mano.

—Olvidé un detalle, que tú puedas sentir todo lo que quiero no significa que yo sienta lo que tú sufres o gozas—la azabache abrió los ojos al comprender el punto—te lo dije antes y al parecer lo tendré que repetir, eres mi marioneta, mi muñeca, desde el día que pisaste el palacio tu voluntad fue mía—él se acercó a ella tomando un mechón de su pelo, Kagome quedó de pie mirándolo desafiante—entiende que ahora eres mi presa...

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora