C U A R E N T A Y D O S

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Sesshomaru quería matar a Inuyasha. Nunca en todos sus años de vida había pasado por algo similar a lo que estaba viviendo en ese momento. Siempre estuvo en la cima, donde todos se desvivían por tener un poco de su atención, haciéndose de un palacio tal como Inuyasha, luego de matar a los propietarios originales, claro que eso luego de algunos años quedaría en el olvido porque los humanos envejecían mientras ellos se hacían más fuertes cada día. Eso le gustaba de ser un demonio, que era superior a esa maldita raza inferior como lo eran esos inútiles humanos.

En secreto los odiaba, porque eran como cucarachas, aun así, su existencia de basaba en la esencia de una humana cada cierto tiempo. Eran tan superior y al mismo tiempo muy inferior que lo enfermaban, porque él debía tener el control de todo.

Unos pasos se escucharon y por un momento pensó que era Inuyasha como muchas veces sucedía. Su rostro de puso serio cuando identificó que esos pasos eran de una femenina. Cuando la antorcha iluminó el lugar Sesshomaru se tensó. La vio abrir la celda e ingresar en ella.

Ese día se veía más hermosa que de costumbre. Porque, aunque la otra hermana era más llamativa, Kagome era hermosa y eso le molestó al demonio. Porque cada vez que la veía recordaba una preciosa humana la cual hizo suya una y otra vez, lo envolvió, lo enloqueció, pero al final él la asesinó. Odiaba recordar a Rin. Siempre que lo hacía se sentía solo y vacío, como si algo le estuviese faltando.

—No pensé que Inuyasha consiguiera salvarte—murmuró con una mueca de asco viéndola.

Kagome miró la celda. Según Inuyasha le contó el lugar era para tortura. No había una sola gota de luz en ese lugar, todo era oscuridad y gracias a la antorcha en su mano vio como había esqueletos en el suelo, porque los dejaban morir de hambre, sed y enloquecer encerrados en una oscuridad que no desaparecía.

—Pensé que iba a encontrarte más débil, mi querido Sesshomaru—comentó con una sonrisa en los labios.

—¿Vienes a burlarte?—preguntó aburrido de ella. Kagome negó con suavidad parpadeando como si fuese niña buena que no sabe lo que hace en ese lugar.

—Vine a conversar—comentó sentándose en la única silla disponible—te ves terrible, no pensé que un príncipe como usted llegaría a verse así de mal. Está horrible, le advierto que no podrá desposar a ninguna mujer de esa manera—comentó riéndose. Sesshomaru gruñó molesto de tener que compartir su oxigeno con una mujer tan detestable como lo era ella. La odiaba.

—¿Qué es lo que quieres?—preguntó enfadado con la actitud de esa mujer. Kagome movió con suavidad la antorcha en su mano hasta sujetarla en los laterales de la pared. Sacudió su vestido y suspiró con tranquilidad.

—Descubrí todo, absolutamente todo—Sesshomaru estaba pálido, pero se vio terriblemente pálido cuando Kagome murmuró esas cuatro palabras. La miró en busca de que fuese una mentira, pero la convicción en sus ojos lo enfermó porque ella decía la verdad.

Respiró profundo negándose a caer en las mentiras de Kagome. Debía mantener la mente fría porque ella sabía engañar demasiado bien como para dejar que cree brechas en su cabeza para manipularlo.

—No te creo—confesó con tranquilidad viéndola acomodar su vestido y pelo. Eso lo irritó más. La que debería estar encadenada y sucia, como un animal era ella. Era una humana después de todo, él era un demonio.

—Descubrí lo del laso de sangre—comentó enfocando su mirada en Sesshomaru—sé que sus sangres son como un laso de vida entre ustedes, esa es la razón por la cual tu cabeza no fue mi regalo al despertar. Porque ustedes no sienten lealtad por su raza, sienten miedo de morir por la sangre que corre por sus venas—murmuró disfrutando las expresiones desencajadas de Sesshomaru al mirarla. Saboreó el momento encantada con eso, pero seguía odiando que no pueda matarlo como ella quería.

Lo detestaba porque él se atrevió a atacarla, a querer ser mejor jugador que ella y detenerla. Al parecer Sesshomaru nunca fue a su pueblo, porque había una frase muy usada cuando el diablo se detiene es mejor correr, porque nadie tiene el poder de hacerlo.

Justamente eso pasaba con ella. Nadie ya podía detenerla porque no tenía un alma pura, todo lo que tenía eran estragos de un odio que la consumía como nunca antes lo había sentido.

—¿Cómo descubriste eso?—preguntó Sesshomaru formando una fina línea con los labios.

—Alguien me lo contó—sonrió con dulzura.

—Eso es mentira, nadie sabe eso—ella se encogió de hombros.

—Eso no es lo importante mi querido Sesshomaru, la pregunta curiosa viéndote a ti de esa manera tan lamentable es... ¿Cómo un demonio está débil y encadenado?—preguntó levantándose y dando suaves pasos—según tengo entendido ustedes no se debilitan por nada. Inuyasha al menos ya ha probado veneno de mis manos antes, y no sucedió absolutamente nada porque ambos seguimos con vida. Nada de lo que he hecho ha servido para debilitarlo, absolutamente nada, sin embargo te encuentro aquí más débil que un humano con una enfermedad contagiosa y sin cura—ella negó con suavidad—esa es mi curiosidad Sesshomaru, ¿Cómo se supone que ocurrió eso siendo tú tan "poderoso"?—preguntó con picardía en la mirada, le encantaba sacar de su casillas a Sesshomaru.

—Eso a ti no te importa, maldita humana—gruñó el demonio con demasiada fuerza en la voz, cosa que causó que la reina del juego sonría con mucha malicia.

—La razón por la cual muchas veces me sentí débil fue por ti, Inuyasha es un maldito que pasaba la debilidad que tú le ocasionabas en mi—murmuró—porque todo lo que siente tu sangre la siente él. Son unos bastardos. ¿Sabes por qué aun no te mato?—preguntó—porque no puedo, sé que no mueren así de fácil, que tengo que debilitar todo en ustedes para que puedan sentir dolor—Sesshomaru hizo una sonrisa.

—No lograras nada—murmuró como si tuviese la ventaja del juego.

—En eso te equivocas Sesshomaru, porque ya sé cómo puedo debilitar a Inuyasha. Sé cómo acabar con ambos a la vez—Sesshomaru abrió la boca cuando ella murmuró lo siguiente:

Ecce sanguis

Mi Libertad RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora