CAPÍTULO V: EL JUEGO

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Me miré al espejo siguiendo los consejos de Derek. Escogiendo un vestido ceñido con algo de escote. Adoraba al inventor del pushup, hacía que mis pechos parecieran más grandes y notorios, sobresaliendo lo justo de este vestido negro. Nada de colores vivos, quería parecer una mujer y no una niña.

Desordene un poco mi pelo liso, quedando natural, pero con un toque alborotado. Un maquillaje de ojos oscuro y los más importante de todo, unos labios rojo pasión y bien definidos.

Me puse sobre mis tacones agarrando el bolso. Todos debían estar esperándome en el hall a que bajara. Camine descendiendo por las escaleras de manera lenta pero decidida viendo a las tres siluetas hablando al final de ellas.

—¡Wow! hija, estás preciosa —exclamó mi madre girando su mirada hacia mí, quien lucía muy guapa también.

—Mi niña... —lloriqueo mi padre.

—Ya soy mayor, papá tengo dieciocho —quejé mientras mi madre le consolaba apoyando un brazo sobre él.

Podía disimular sus palabras, pero no su mirada. Los ojos de mi hermano estaban plantados sobre mí, tan solo le faltaba babear para expresar que mi look le había gustado.

Pasé a su lado mordiendo la esquina de mi labio inferior y guiñándole a su vez. ¡Pero sabe dios lo guapo que estaba él! Con aquella camisa que dejaba aquellos dos botones de arriba desabrochados enseñando levemente una pizca de su pecho.

La llevaba metida sobre esos pantalones negros. Sabía el culo que le hacían esos pantalones, los tenía controlados con un cinturón marrón que daban ganas de desabrocharlo con los dientes.

Durante el camino al restaurante, mis padres como en cada aniversario iban contándonos cómo se conocieron, como surgió su amor y casi hasta el día exacto en que nos concibieron. Derek miraba por la ventanilla apoyado sobre esta, sin prestarme ninguna clase de atención. Yo me dedicaba a cruzar mis piernas, como en aquella película, solo que a mí no me funcionaba igual que a la protagonista.

Entramos al Bistró, dirigiéndonos a la mesa reservada. Los sitios fueron asignados de la mejor manera, ya que mi hermano quedo enfrente de mí, situando a mi madre a mi lado, quien no hacía más que sostener la mano de mi padre sobre la mesa.

Un vino tinto decoraba el centro de la mesa, y ninguno de los tres dudo ni un momento en teñir de ese color sus copas.

—Pronto cumpliré diecinueve. ¿Puedo una copa? —pregunté mirando a mi padre con los mismos ojos que enternecían a mi hermano. Aunque ya podía beber, tenía que mantener una apariencia inocente.

Buscó el asentimiento de mi madre mientras Derek me echaba un poco en la copa, como si él calculara lo que tenía que beber. Le hice burla mientras sonreía. Tan solo quería el vino para tener una copa en la que dejar la marca de mi carmín.

Después de haber pedido esa gran cantidad de platos, la comida rebosaba sobre la mesa. Comía lentamente ante su tímida mirada. Aproveché su atención y cogí con la mano las tiras de zanahoria que tenía mi asado, dándole pequeños mordiscos metiéndomelas en la boca sin dar a parecer nada raro. Noté como mi hermano posaba sus ojos en mí tras la copa. Apreté mis brazos sobre mis pechos para que sobresaliera algo más impulsándome a coger un trozo de pan que había cerca de él.

Sus ojos estaban tentados a mirarme. Adelanté la mano a su plato cogiendo un poco de salsa con el dedo, lo chupé lentamente hasta dejarlo limpio para después sacarlo de mi boca y del roce de mis labios.

Tocaba el arma maestra, soltarme el tacón con cuidado y acariciar la pierna de mi hermano sensualmente.

Dejé el tacón asegurándome previamente que mis padres seguirían a lo suyo, manteniendo esa mirada de enamorados. Acerqué la pierna lentamente hasta notar el tacto de su zapato. Él en cambio, echaba la pierna hacia atrás haciendo un bufido entre su mano.

Un sabor agridulce ♀ (Libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora