CAPITULO IX: ¡HA COMER!

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Había pasado un día, desde que Derek me calentó de esa manera, dejándome a dos velas en el baño arremetida contra la baldosa de nuestra pared. Lo recordaba con ira por haberme dejado así, pero por otro lado me sentía deseada por primera vez. Parecía que ahora éramos ambos los que habíamos entrado en el juego intensamente. Y esto empezaba a ponerse más divertido por momentos.

Estaba cociendo unos espaguetis en salsa de tomate para que ambos comiésemos. Mi tía había insistido en que se pasaría a ver qué tal estábamos, y creía que la había convencido de lo contario. Quería disfrutar de estos dos días a solas con él, fuera como fuese.

Después de haber recogido y limpiado nuestra casa con ayuda de los dos ausentes ahora, todo parecía haber vuelto a la normalidad.

—Mama al teléfono —informó Derek ofreciéndome el aparato.

Me retire de ahí para escuchar la voz de mis padres haciéndome preguntas sobre qué tal estaba, que tal se estaba portando Derek y la casa. Parecía que de mi hermano no se fiaban del mismo modo que del mío. Después de haberla tranquilizado volví a la cocina, observándole de espaldas, removiendo lo que yo estaba cocinando.

—Ya están listos —mencioné mirando a través de su hombro.

—Hasta ahí llego —respondió. ¡Se veía tan sexy agarrando la cuchara de palo y removiendo!

—¡Pues a comer! —exclamé sirviéndolos en platos.

Cogimos asiento uno al lado del otro, comenzando de inmediato a devorarlos. Le miré expectante para ver su cara de aprobación.

—Están buenos, deja de mirarme así.

—¿Por qué? ¿Te pongo nervioso? —pregunté levantando las cejas.

—Ya quisieras... —dejo caer.

Sonreí, para mi había sido una afirmación muda, pero afirmación. Me metí un espagueti sorbiéndolo desde el principio hasta el final, pensaba hacerlo de una manera seductora ante su mirada, pero no dijo nada. Me limite a probar suerte de nuevo, repitiendo la misma acción, salpicándome la salsa de tomate por la cara. Fracaso total.

—Solo quien puede —Medio rio, repitiendo una de sus frases favoritas.

—Yo puedo perfectamente seducir a un hombre con mis encantos —dije muy segura de mí misma.

—Puede... pero no a todos —concluyó.

—¿A no? Te reto a un juego.

—¿De qué se trata? —preguntó con curiosidad en la mirada.

—¿Recuerdas la película que veíamos de pequeños, la de la dama y el vagabundo? —Le recordé maquinando en mi cabeza.

—Sí, la de los perros. ¿No?

—Si esa misma, ¿y te acuerdas de que comían?

—Deduzco que espaguetis.

—Sabes perfectamente la escena de la que te hablo. Pues mi reto es que juguemos a eso.

—¿Y de qué manera?

—Cogemos un espagueti, tu boca se pone en el extremo y la mía en el otro extremo.

—¿Y después qué? —continúo preguntando.

—Absorbemos a la vez sin que se rompa, intentando comerlo por completo.

—Vamos que quieres besarme con esa escusa —insinuó.

—Un mero roce de labios no significa nada según tú.

Un sabor agridulce ♀ (Libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora