Habían pasado dos horas desde que su madre había entrado a su cuarto, dos horas de silencio.
Estaba en la misma posición, sentado sobre su desastre de cama mientras miraba hacia delante.
Aún sentía arder los rasguños que se hizo inconscientemente en sus brazos.
Se puso de pie y se colocó sus pantuflas.
Con las manos vacías salió de su cuarto.
—Amor, saliste. ¿Quiéres sentarte un momento? —le dijo su madre algo entusiasmada. Ignorando la presencia de su familia tomó dinero del mueble principal en la sala.
—Chris, hola —oyó a su hermanita y esta tiró de su campera, emocionada por verlo.
—Hola, Gogo —la saludó y le dio una pequeña mirada—. No me esperen —avisó y se acercó a la puerta, pero el que su padre hablara lo detuvo.
—¿Quién te crees que eres, idiota?
—Amor, no le digas así —escuchó como inmediatamente su madre regañó a su esposo—. Gogo, ve a tu cuarto.
—¿Cómo quieres que le hable bien? Míralo, es un asco. Le damos un techo, comida, tiene todo a sus pies y aún así ni siquiera nos mira. Su hermana apenas lo conoce, nunca sale de su cuarto y si sale es para irse, ni siquiera pasa tiempo con su familia. ¿Me escuchas, verdad, Christopher? —lo miró con enojo, poniéndose de pie para ir a buscarlo a la entrada de ser necesario—. Respóndeme maldita sea.
Christopher no hizo sonido alguno, simplemente miró la perilla de la puerta en todo momento y una vez que creyó que su padre terminó de hablar se marchó.
Caminó las calles en silencio. Tomaría el transporte público pero la última vez mucha gente lo miró mal por su vestimenta, no quería volver a sentir las miradas del resto juzgándolo.
Llegó luego de treinta minutos. Alzó su vista hacia el gran edificio y entró para ir directo a la recepción.
—Hola, Chris. Ya es algo tarde, creí que no vendrías —le dijo Amalía, la recepcionista. Todos en ese hospital lo conocían, a pesar de su depresión, Chris nunca faltaba para ver a Erick, así sean 15 minutos al día, siempre venía.
—Lo siento por la hora —miró el reloj colgado en la pared, viendo que eran casi las nueve de la noche.
—Tranquilo. Puedes quedarte hasta la hora que quieras.
—Gracias —le hizo una pequeña mueca y se encaminó hasta el cuarto de Erick.
Lo angustiava un poco sentir el olor a hospital, ver a los doctores correr para ir a emergencias, las personas en los pasillos esperando a sus familias. Lo cansaba más de lo normal.
Subió las escaleras y tras pasar cuatro puertas, llegó.
Abrió sin titubear.
Se quedó parado en la entrada mirando la camilla en donde se encontraba su Erick. Le dolía acercarse, de lejos no se notaba que Erick lucía casi muerto, se veía normal, como si estuviera teniendo una siesta larga, un sueño tranquilo.
Con cada paso que daba hasta llegar a la camilla se sentía quebrar, como si al llegar a la silla a un lado de Erick fuera a romperse en mil pedazos y desaparecer.
Se sentó con un nudo en su garganta.
Su padre, semanas atrás, le había gritado que parecía ser que no sentía nada, que no tenía emociones, que no amaba a nadie, que era la nada misma.
Pero, eso no era cierto.
Por más que Chris siempre se veía serio, apagado, sin emociones, y de mil formas más. Él sí sentía, sí le dolían todas esas cosas que le decían, sí amaba, sí era algo.
Porque cada vez que tenía que ver a Erick o simplemente pensar en él, podía sentir esa inmensa tristeza, ese dolor de no saber si algún día volvería a verlo sonreír, si volvería a besarlo, si volverían a estar juntos sin la muerte de por medio, simplemente, si volvería a ser feliz junto a su Erick.
Y en ese instante, rompió en llanto.
Lucía tan duro y distante que si las demás personas a su alredor fueran a verlo junto a Erick, más que pensar aquello, sabrían que él sólo estaba roto, completamente frágil e indefenso, perdido entre todo ese caos. Sabrían que él sólo quería tomar a Erick de esa cama y abrazarlo con todas sus fuerzas. Sabrían que Christopher ama profundamente a Erick, más que a nadie en su vida. Sabrían que él sólo quería devolverle todo lo que le arrebataron, incluso darle su propia vida para que pudiera salir de allí y saber que, Erick está bien.
Pero no era así, y en lugar de aferrarse al cálido cuerpo de Erick mientras este le da cariño y lo consuela, sólo podía tomar su fría mano inmóvil y entre lágrimas pedirle al cielo que, por favor, le devuelvan a Erick todo lo que le quitaron y le den todo lo que merece.
Erick no debía vivir la vida que le tocó, merecía el mundo entero, todo lo bueno que pueda existír pero, ni Erick antes de estar en ese hospital creía que fueran a ocurrirle cosas buenas. Para él su novio fue lo mejor que le dio la vida y jamás terminaría de estar agradecido con el cielo por aquello, incluso en coma podría decirse que, aún en un sueño que no se sabía si despertaría, seguía agradeciéndole a luna por tener a Christopher a su lado.
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Muerto || Chriserick
Teen Fiction-Te amo, te amo como jamás he amado a nadie. Eres el amor de mi vida, nunca lo olvides, por favor. TW: depresión, ansiedad, autolesión, violencia.