Doce

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Conduje hasta casa de Sebastian bastante nerviosa. No me gustaba para nada esta idea pero tenía que hacerlo; al fin y al cabo era mi novio.

Me estacioné frente al garaje y luego fui hasta la puerta. Mis manos temblaban, al igual que mis piernas. Tenía miedo.

Él nunca me había hecho daño... físicamente, y eso, a decir verdad, me había herido hasta el fondo, porque significaba que el buen muchacho del que algún día estuve enamorada, ya no existía, o nunca lo había hecho y solo había sido una falsa cara.

"Bienvenida, mi amor", dijo el mientras abría su puerta. Hice mi mayor esfuerzo para sonreír; él se acercó y sentí demasiado miedo, me tensé, pero solo dejó un beso en mi mejilla, en la misma mejilla que hace unos días me había abofeteado.

Subimos hasta el segundo piso, yo aún en medio de nervios; incluso estaba nerviosa de decir algo malo y que volviera a golpearme, porque sabía lo fuerte que era y que no habría vuelta atrás si lo hacía.

"Puedes dejar tus cosas dónde quieras", habló mientras entrábamos a su habitación. "Estás en tu casa, lo sabes", asentí con desconfianza. "¿Está todo bien?", cuestionó un poco más fuerte. Enseguida mi cuerpo vibró, apreté mi agarre en la mesa. "Te ves nerviosa", tragué saliva pesadamente y negué.

"No es nada. Todo está bien", confirmé. Este asintió luego de varios segundos y esbozó una sonrisa que correspondí.

Nos acostamos en su cama a ver películas, pero en realidad no veíamos, porque él estaba más concentrado en besarme y yo en que aquello no fuera más lejos, y aunque sabía que él me reprocharía y se enojaría si no me dejaba, debía enfrentarlo.

Fue cuando comenzó a besar mi cuello con desespero y subir sus manos de mi cintura hasta mis muslos. Empecé a revolverme, tratar de apartarme pero él me tomaba con fuerza; puse mayor esfuerzo y me zafé de su agarre. Sentí su penetrante mirada, yo veía otro punto de la habitación.

"¿Qué te pasa?", preguntó luego. "Vamos, ¿qué te pasa?", repitió.

"Nada... no quiero hoy", expliqué.

"¿Ah?, ¿y cómo por qué?", empezaba a enfadarse. "Eres mi novia, una de tus obligaciones es complacerme", aquella frase la había escuchado demasiadas veces en los últimos meses y me generaba demasiadas ganas de vomitar. Camila nunca me trataría así.

Camila... volvía a pensar en ella... bueno, no es que no haya pensado últimamente, en realidad, pensaba en ella cada segundo, más cuando estaba con Sebastian. Pero no la volvería a buscar, porque ya había hecho suficiente y ella fue demasiado estúpida conmigo, si quería algo, tenía que venir por mí, yo no volvería a ir por ella.

Desde el desayuno en casa de James, imaginaba que cada mañana era ella quien me cocinaba... imaginaba que estaba comiendo otro de sus manjares y que, con suerte, luego vendría ella como postre. Pero eso solo vivía en mi imaginación.

"Tengo mi periodo", dije por fin mintiendo. Enseguida hizo una mueca de asco y asintió.

"Mejor no", rió suavemente. "Pero eso no te impide...", señaló su entrepierna y tragué negando.

"Me duele la garganta", conté. No mentía tanto en eso, porque Sebastian era bastante brusco cuando se trataba de sexo oral y casi siempre me lastimaba.

"Anda, con esto se te pasa", replicó insistiendo; volví negar. Entonces me tomó del pelo y me acercó hasta abajo. "Escúchame una cosa, Lauren. Si sigo contigo es porque coges demasiado bien, incluso si permaneces quieta sin hacer nada; además, no quieres que hable sobre Camila con tus padres, ¿o si?", negué asustada. "Entonces, harás lo que te pida, y si mis órdenes son sexo oral, ¡ME LO DARÁS!", brinqué por la forma en que levantó su voz. "¿Entendiste"?, asentí.

Dream of YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora