¡No puede ser! ¿Qué acabo de hacer? Hace unos días decidí escribir mi observación de un hombre que solía ver la gran mayoría de las mañanas en la plaza de mi barrio y, como si del poder de las palabras se trataran, no lo vi más. Así como les digo: dejó de asistir a su lugar, su espacio, su rito sagrado literario. Los días siguientes se hicieron eternos para mí al querer saber su estado: ¿Vive? ¿Se asustó de la policía y su rutina de controlar el movimiento de sus habitantes? ¿Dónde está? Parece chiste, pero, después que mi escrito anterior se hizo público, fue cuando dejé de verlo.
¡Ahhh! Mirá el día que tuvo que ser para presenciar, como si de un espectador invisible fuese, uno de los mejores finales que la vida nos puede dar y sorprender. Tu ritual dio resultados positivos: ahora tenés un grupo de amigos, a la par tuya (de tu edad me refiero). Y fue justo en esta atmósfera de aislamiento y distanciamiento social, donde los barbijos parecían funcionar como una barrera protectora... ahora es más que eso. Un elemento más en nuestro kit cotidiano, porque los que nos hizo reflexionar este confinamiento fue, entre tantas otras cosas, el hecho de poder expresar nuestro cariño a la hora de saludar a un ser querido. A alguien que no veíamos hace tanto tiempo, específicamente a una generación alejada de la tecnología. El regreso de los encuentros, las juntadas y el aire, poco a poco, a Libertad.
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Tan Tauro Que Duele
Non-FictionMi primera antología personal. Relatos creados para un fin que jamás pudieron ser destinados por ese propósito. Por eso las denomino MIS JOYAS EN BRUTO. A work in progress. Portada realizada en Canva.