• Capítulo 30 •

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Todo a mi alrededor se había desdibujado y lo único que veía con cierta claridad era un pequeño insecto posado sobre una de las hojas del césped. Al menos es ahí donde había posado la mirada, pero tenía toda la atención puesta en mis pensamientos. El diario terminaba de forma repentina, con una frase final realmente aterradora. Lo único que sabía es que una semana después coincidía con la fecha de mi accidente.

Aquel suceso lo tengo codificado en partes, pero lo recuerdo bastante bien. Era una noche de primavera y estaba cruzando una avenida por un paso de peatones cuando ocurrió. La avenida era la que conectaba las afueras de la ciudad con el centro y era bastante amplia, pero a esas horas no había muchos coches. Es cierto que, aunque el máximo de la vía fuera 50 km/h, los coches la rebasaban exageradamente y solamente frenaban cuando los semáforos se iluminaban en ámbar. Si mi memoria no me falla –e irónicamente estoy absolutamente segura de que no lo hace– me lancé al paso de peatones cuando mi semáforo se había tornado verde. Y fue entonces cuando pasó. No sé cómo, pero cuando me quise dar cuenta estaba tirada en el suelo totalmente anestesiada. No sentía nada. Con los ojos vidriosos vi como el coche que presuntamente me había atropellado salía despavorido en dirección a la ciudad y luego la sangre que se desparramaba de mi cabeza se me metió en los ojos. A partir de aquí solo recuerdo el estridente sonido de las ambulancias, las voces agitadas de los que me rodeaban y algún que otro destello de color.

La policía llevó a cabo una pequeña investigación que se resolvió muy rápido: el atropello había sido causado por un conductor ebrio que se dio a la fuga. Una vez me dijeron eso no quise saber más y nunca me volví a preguntar acerca de quién fue esa persona, ni mucho menos poner en duda que fuera cierto. Pero ahora, leyendo este diario, me empezaba a cuestionar muchas cosas.

En primer lugar estaba ese miedo que describía en el diario, presuntamente a causa de haber escuchado algo indebido en la empresa de Jungkook. Luego recordé los escalofríos que me entraron cuando estuve allí hace menos de una semana y como a ese hombre, Ghim Lee, se le había desfigurado el rostro al verme. En ese momento no comprendía nada, pero ahora estaba segura de que él y yo nos habíamos visto antes. Luego estaba el hecho de que esas palabras hubiesen sido las últimas en mi diario y que muy poco tiempo después yo estuviera entrando en el hospital con una hemorragia cerebral.

También me acordé de cómo mi madre había reaccionado las dos veces ante las menciones que había hecho sobre Jungkook. No es que se enfadara porque estuviera yo pensando en cosas del pasado, con lo que sabía ahora interpretaba sus acciones de otra forma, como si también ella tuviera miedo. De hecho no quería ni oír el nombre de Jungkook, lo cual hubo llegado a parecerme exagerado.

Finalmente recordé aquel mensaje anónimo, el de que me mandó la foto con Jimin y que me advertía de que debía recordar mi pasado. Cuantas más piezas unía más tétrico parecía todo y me sentí asustada. ¿Y si alguien me estaba vigilando como aquel día en el coche con Jimin? Miré en derredor con un semblante alarmado y encogí las piernas como un animal acobardado. Todo esto era demasiado que asumir en tan poco tiempo.

No duré mucho más ahí sentada. Volví corriendo al coche, agarré el volante y apoyé la frente contra él, embriagándome de la falsa seguridad que me daba estar ahí metida. Estaba tan preocupada por el accidente que ni siquiera me había parado a pensar en todo lo que había leído acerca de Jungkook. Al fin y al cabo, él tenía razón, sí nos conocíamos. Aun no sabía cómo iba a decírselo pero esperaba que quisiera escucharme después de todo.

Arranqué el coche y comencé a conducir de vuelta a casa, cuando de pronto, sin advertencia ni pensamiento previo, estallé en lágrimas. Creo que fue ahí cuando me di cuenta de que me sentía mucho más sola de lo que le mostraba a los demás. A pesar de saber que había gente que estaba a mi lado –mis amigas, Jimin o incluso mis padres– me sentía indeciblemente sola. Tenía todo ese pasado, todos esos miedos e inseguridades y no sabía hacer otra cosa que agarrar sus espinas como si éstas no existieran y sorprenderme cuando veía el hilo de sangre que dejaban silenciosamente.

(...)

Intenté actuar como si nada hubiera pasado en pos de mi madre y con mi padre tampoco volví a sacar el tema. Al día siguiente, cuando nos despedíamos en la estación de tren, me preguntó con la mirada inquisitiva que si estaba bien y yo le respondí que sí, haciendo un gran esfuerzo para que mis ojos no se me llenaran de lágrimas.

Ya en el tren acomodé mis pertenencias y retomé la lectura del libro que me estaba leyendo por donde la había dejado cuando me entró una llamada de Woo.

—¿Sobre qué hora llegarás a la estación? Las chicas y yo vamos a ir a recogerte. —Dijo en un tono que no supe interpretar. Cerré el libro, dejando el dedo índice como marcapáginas.

—Llegaré sobre las siete, pero no os preocupéis, puedo ir sola hasta la residencia. — Reí livianamente, pero Woo no tuvo la misma respuesta. Enseguida supe que algo no andaba bien.

—No, da igual. Allí estaremos a las siete, entonces.

—Woo, ¿pasa algo? Te noto extraña. — Me acomodé sobre el asiento con incomodidad. El silencio se extendió durante unos largos segundos.

—¿No has visto las noticias? — Se calló y yo contuve la respiración. — Lo de Jungkook..., ¿no te has enterado?

Car Crash {Jungkook}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora