Abrí los ojos lentamente cuando un fuerte olor hediondo y desagradable impregnó mis fosas nasales. Según volvía a mis sentidos, me di cuenta del frío suelo sobre el que estaba tendida y las fuertes ataduras en mis muñecas que me apretaban los huesos. El lugar era totalmente repugnante. Parecía ser un edificio industrial abandonado, las ventanas estaban rotas y los cristales estaban repartidos por el suelo, así como restos de ladrillos, arenilla, tubos de plástico y cientos de desechos de envases. En el techo colgaban hierros y cañerías rotas, así como paneles de luces que hacía mucho tiempo debieron dejar de funcionar.
Woo se encontraba tumbada a mi lado, aún en un profundo desmayo. Al igual que yo, tenía las manos atadas a la espalda y a su vez enganchadas con cadenas a anillos de metal en la pared. Se encontraba en una postura tan antinatural que me daba miedo que sus hombros se fueran a dislocar. En la otra esquina de la habitación –si es que aquellas cuatro paredes sin puertas se podían llamar habitación– se encontraban Suni y Hye, ambas despiertas, sentadas con las piernas encogidas y pegadas la una a la otra. Sus manos estaban atadas igual que las nuestras.
Cuando por fin salí de mi ensimismamiento y me estaba empezando a incorporar me percaté de los gritos humanos que provenían de algún lugar lejano. Eran gritos de hombre, aunque eran agudos y desgarrados. Parecían sacados literalmente de una película de terror. Cuando miré a las chicas ellas no parecían estar sorprendidas de verme despierta, como si me hubieran estado observando todo el rato pero no se atrevieran a hablar.
—¿Dónde estamos? — Balbucí en voz baja y trémula. Conseguí sentarme contra la pared, pero la arenilla y los restos de cristales se me clavaban en el trasero de forma incómoda. También notaba arena o pequeñas piedrecillas impregnadas en el lateral izquierdo de mi rostro, ahí donde había estado tendida.
—No sé. — Se limitó a decir Hye. Tuve que leer sus labios porque no estaba segura de que las palabras hubieran salido de su garganta. Ambas estaban completamente asustadas.
Por unos largos minutos nadie dijo nada, lo cual era extraño y comprensible al mismo tiempo. Lo único que se escuchaban eran los gritos de aquel hombre y, después de un rato, llegamos a padecer nosotras mismas la tortura. Woo seguía profundamente dormida y yo rezaba por que lo siguiera estando.
Durante ese rato pasaron por mi cabeza muchas cosas, como por ejemplo cuánto tiempo llevaríamos aquí y si alguien se había percatado de nuestra desaparición. Se me ocurrió pensar en que, quizás, los chicos nos estarían buscando y que harían todo lo posible por sacarnos de aquí cuanto antes, pero esos pensamientos quedaron embotellados en mi cabeza cuando un hombre hizo su aparición en nuestra pequeña cárcel.
Iba todo vestido de negro, pero no de forma elegante. Su atuendo no eran más que botas negras militares, pantalones estilo cargo y una camiseta oscura de manga corta que dejaba a la vista brazos llenos de tatuajes y músculos trabajados. Su rostro estaba cubierto con un pasamontañas, aun así me daba la impresión de que era una persona relativamente joven que no pasaría de los 35 años. No es que su edad me diera ningún tipo de seguridad, al contrario, me hizo temblar de miedo.
—Por fin estás despierta. Date las gracias, estábamos a punto de despertarte a golpes. — Espetó con una voz menos grave de lo que me esperaba, pero igual de dura y hostil. Después se acercó a mí, tanto que sus pantalones estaban a menos de diez centímetros de mi rostro y entonces agarró mi barbilla con sus manos sucias y fuertes. — Tú si vas a colaborar, ¿verdad, muñeca? Tu amigo nos lo está poniendo un poco difícil pero eso es porque no tiene nada que perder. En cambio tú... Tú no quieres que les pase nada a tus amigas, ¿verdad? No quieres ser la culpable de nada malo que las pueda pasar. Si te portas bien, ninguna de ellas saldrá herida. ¿Queda claro?
Asentí con vehemencia y tragué saliva. Podía ver sus ojos a través de las rendijas del pasamontañas, eran negros y pequeños, y estaban totalmente ausentes de empatía. Luego se puso en cuclillas y desató mis muñecas de la pared, aunque éstas seguían unidas detrás de mi espalda. Me agarró de un brazo y me levantó como si mi cuerpo no pesara nada y yo me sentí mareada por el rápido movimiento. Suni y Hye me miraron totalmente desconcertadas y asustadas, pero yo las di una sonrisa que pretendió reconfortarlas y asegurarlas de que todo saldría bien. Lo malo es que esto nunca podría salir bien para mí.
El hombre me condujo con brusquedad hasta otra ala del edificio, igual de destruida pero mucho más amplia y espaciosa. La imagen que se presentó ante mí me hizo soltar un chillido ahogado. En el centro de la sala había una persona, cuyas muñecas estaban enganchadas a un agarre unido al techo, de modo que estaba forzado a mantener sus brazos en alto. Se encontraba de rodillas y sin camiseta, y le caían hileras de sangre por todo el costado. Desde mi posición no podía ver su espalda, pero estaba segura de que estaría totalmente lacerada. Park Shinhye tenía la cabeza agachada de una forma tan antinatural que me podía imaginar que estaba desmayado.
—¿Ves eso? — Me dijo uno de los hombres que allí se encontraban. Éste llevaba un atuendo mucho más formal, con traje pero sin corbata, y su rostro estaba descubierto aunque no le pude reconocer. Por su acento me dio la impresión de que era japonés, ¿acaso eran de la yakuza? — No creo que quieras que te pase eso a ti. Si nos dices todo lo que queremos saber prometo devolverle tu cuerpo a tus padres en un ataúd bonito.
En cierto modo lo sabía, sabía que era imposible que yo saliera de aquí con vida. En anteriores ocasiones me habían querido matar por "saber" algunas cosas, y ahora que sabía tanto, ahora que habían llegado al punto de secuestrarme y mostrar sus rostros... No harían nada menos que acabar conmigo en cuanto les hubiera contado todo.
—¿Y-y mis amigas? ¿Las dejarán ir? — Tartamudeé. El hombre trajeado, el cual mascaba chicle de forma molesta, sonrió de medio lado, luego soltó una risita y se sentó en la única silla que había en todo el lugar. Después hizo un movimiento con la mano y el hombre que me sujetaba me empujó para que anduviera.
Decir que estaba asustada era probablemente quedarme muy corta, prácticamente las piernas no me respondían y sentía toda la sangre en mi cabeza. Todos mis sentidos me decían que este era el final y que no había opción de escapatoria. Pero un resquicio de mi mente aun cuerda pensaba en Jungkook y confiaba ciegamente en que él nos encontraría de alguna forma. No sabía cómo ni cuándo pero necesitaba pensar que así sería porque sino me vendría completamente abajo. Fue entonces cuando puse en marcha mi plan.