Esteban
—¿Seguro de esto?
Miré el rostro curioso de William, el secretario de Recursos Humanos de mi, ya, ex empresa, mientras dejaba mi carta de renuncia en el escritorio.
Podía comprender su escepticismo ante mi decisión de dejar una empresa a la cual me había aferrado todo esos años.
Fue el único lugar que aceptó mi currículum cuando muchos otros me habían cerrado la puerta en mis narices y, aunque me dejaron trabajar con ellos, comencé desde abajo. Siendo el chico de los recados con un danés quebrado, que muchas veces se equivocaba por no entender bien el idioma, a ser el ayudante del secretario de finanzas para finalmente unirme al departamento de contabilidad.
Había sido un trabajo arduo, pero todo valió la pena al final del día. Si eso significaba que tanto Verónica como yo podíamos desligarnos financieramente de mi padre, hubiese seguido el mismo camino una y otra vez.
Comprendía que existían cosas que yo no podía pagar con mi sueldo, como la mensualidad en el centro donde Verónica se trataba ni tampoco los medicamentos que, tanto ella como yo teníamos que tomar con rigurosidad todos los días. Sin embargo, algo tan sencillo como comprar los víveres para la casa o cambiar nuestro guardarropa era algo que yo podía cerciorarme que se hiciese.
Esa forma de independencia había hecho que aceptara felizmente el contrato indefinido que la empresa me hizo cuando tomé mi puesto actual.
Pero ahora eso no era lo que tenía mi mente enfocada, sino lo que pasaba en el otro lado del mundo. Porque, mientras estaba físicamente en mi escritorio, con todo el papeleo por hacer, mi mente estaba con Hebe y Cristal. Solo podía pensar en ellas y cuando las iba a ver, lo único en lo cual me enfocaba era en todos los días que me quedaban a su lado, para luego volver al punto de partida de volver a Dinamarca y extrañarlas.
Hace años mi prioridad era vivir día a día, procurando que tanto Verónica como yo pudiésemos vivir con tranquilidad en tierras forasteras. Ahora, mi prioridad se había volcado en la seguridad y felicidad de Hebe y Cristal.
Y no podía lograrlo si estaba siempre viajando lejos de ellas, aún cuando mis pensamientos nunca las dejaban.
—Sí, seguro —dije con honestidad, sabiendo que no me arrepentiría de esa decisión.
Era algo que había estado comenzando a rondar entre mis pensamientos desde que Hebe volvió a mi vida y trajo consigo a Cristal. Con cada despedida, se me hacía más y más difícil volver a un lugar que encontré como un refugio.
Sin embargo, nunca se había sentido como un hogar.
No como se sentía el lugar donde tenía a toda la gente que amaba.
El proceso de renuncia fue corto. Firmé los papeles correspondientes y saqué las pocas pertenencias que adornaban mi escritorio. El camino a casa fue igual de breve y cuando entré, con la caja entre mis brazos, Verónica me esperaba sentada en la sala de estar.
Sus grandes ojos se encontraron con los míos.
—¿Todo listo? —Asentí, dejando la caja en el suelo y tomando un asiento frente a ella—. ¿Cuándo te irás?
—Esta noche. Tengo el boleto comprado. Me falta terminar de empacar mis pocas cosas.
—Bien. Mientras más rápido te vayas, más rápido podrás borrar esa mirada de melancolía de tus ojos.
La miré, con ese extraño sentimiento de preocupación hacia su persona que había comenzado a crecer en mi pecho mientras pensaba en volver indefinidamente a mi país.
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Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)
RomanceOcho años han pasado desde la última vez que Hebe vio a Esteban y, como tanto él se lo pidió, no lo esperó. Con la vida que siempre deseó y más feliz que nunca, el dolor que una vez sintió por su perdida es un mero recuerdo. Todo hasta que él vuelve...