Capítulo 9

1.4K 188 65
                                    

Hebe

El parloteo de Cristal desde su silla en la parte trasera del auto era lo único que escuchaba mientras conducía en dirección a la casa de Mia. Su entusiasmo por poder ver la luna y las estrellas tan cerca era algo que había estado escuchando por días. Y ahora, a punto de que eso se cumpliera, solo había quitado cualquier filtro de mi hija, la cual expulsaba chorros y chorros de palabras.

Muchas de ellas que solo yo podía comprender.

Estlellas bonitas —emitió por duodécima vez—. ¿Mami?

—¿Sí, cariño?

Estlellas bonitas, ¿cielto?

La miré por unos segundos por el espejo retrovisor. Su cabello rubio cayendo en ondas alrededor de su rostro. Su pequeña nariz arrugada en expectación y sus ojos verdes fijos en mi rostro a través del espejo.

—Sí, mi corazón. Estrellas bonitas —dije y vi su sonrisa, antes de ver nuevamente la carretera—. Y las verás más bonitas cuando Mia te dejé usar su telescopio.

La escuché festejar y me mantuvo al corriente de cuan emocionada estaba por esa noche.

Cristal adoraba a Mia y sabía que el sentimiento era reciproco. Había una conexión entre ellas desde el primer momento en el cual se conocieron -cuando Cristal había cumplido su primer año-, y siempre intentaba que mantuvieran el contacto.

Y ahora con Mia estudiando en la universidad, era más difícil encontrar un espacio donde Cristal la pudiese ver.

Así que agradecía que hubiese salido con la idea de enseñarle a mi hija las constelaciones y la luna con su telescopio. De esa forma Cristal me dejaría más tranquila con la idea de regalarle un gato para su cumpleaños.

Por mucho que quisiese hacerla feliz, cualquier mascota estaba fuera de la discusión. No tenía el tiempo para preocuparme por uno. Y ahora, con todo lo que estaba pasando con René, mis energías estaban puestas en proteger a Cristal y luchar contra el inminente juicio.

No había escuchado palabras de su parte. Luego de haber dejado caer esa bomba, había desaparecido como el humo, pero sabía que no sería por mucho tiempo. Volvería. Y cuando lo hiciera, no vendría solo.

Sin embargo, yo tampoco lo estaría.

Ese día me había tomado por sorpresa con todo lo que dejó salir de sus labios. Ahora estaba preparada para recibir cualquier cosa que osase dispararme.

Estacioné fuera de la casa de Mia y no por primera vez, al ver la fachada de la casa, me trajo recuerdos de años atrás. Como esa vez que había celebrado mi primera navidad en el pueblo junto con mi tía y la familia de Esteban en la misma casa que ahora estaba mirando a través de la ventana del auto.

El primer año había sido difícil volver al pueblo. Al menos en la capital no tenía el recordatorio constante en cada lugar que visitaba de lo que había tenido.

Maca había cambiado habitación conmigo tan pronto como me había percatado que Esteban se había ido y no volvería. Seguir durmiendo en ese lugar, sabiendo que fue el último momento que compartí con él, había sido demasiado para mí.

Eso ayudó. Sin embargo, no pude hacer lo mismo una vez que volví al pueblo. Habían demasiados recuerdos para solo ignorarlos y en el estado inestable en el cual me había encontrado, solo pude refugiarme en mi habitación, pensando que en cualquier momento Esteban aparecería por la puerta, diciéndome que había tomado una mala decisión y que mantendría el contacto conmigo.

Nunca pasó y tuve que aprender a vivir con ello.

Las nuevas sesiones con la psicóloga que tuve por dos años ayudó mucho a luchar contra los ataques de pánico y el dolor arraigado en mi pecho, que sentía que me llegaría a consumir.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora