Capítulo 8

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Esteban

La primera vez que llegué a Dinamarca, recordaba que el dolor y el arrepentimiento eclipsaron cualquier sentimiento de asombro al ver el país Danés.

Ahora sucedía algo parecido en mi interior.

La vista que se me había hecho familiar por ocho años seguía siendo hermosa. La capital, Copenhague, era algo que nunca había visto en mi propio país. Los colores y disposición de las calles, la infraestructura y cultura era algo único.

Sin embargo, como había sucedido hace ocho años atrás, cuando llegué por primera vez, no podía solo disfrutar de la vista.

La preocupación apretaba mi pecho mientras veía la gente hacer sus vidas fuera del taxi. Preocupación por Hebe. Preocupación de que René apareciera y yo no estuviera ahí para ella.

Sabía que había pasado años sin mí y que podía lidiar con sus problemas ella misma. No había necesidad de que yo tomase un papel de salvador. Sin embargo, aún así quería estar a su lado por si sus fuerzas flaqueaban. Quería estar a su lado por si sentía que no lo lograría y recordarle que no había forma que ese imbécil ganara.

Solo quería estar a su lado.

En mi interior sabía que era mucho pedir. No habíamos pasado en la presencia del otro más allá de un puñado de minutos y aún habían tantas cosas no dichas colgando entre nosotros.

Pero aún así no podía quitar el anhelo tocando cada fibra de mi ser.

Suspiré, ya odiando haber vuelto. Dinamarca era bello y lo que ese lugar me entregó sabía que no podría haberlo conseguido en mí país. Eso no significaba que extrañaba menos todo lo que dejé atrás. Porque no era el caso, en lo más mínimo.

Agradecí cuando el taxista estacionó fuera de la pequeña casa donde había estado viviendo. Pagando y agradeciéndole en un danés robusto, bajé y saqué mi maleta del maletero.

Era temprano en el día. No habían personas caminando por el tranquilo vecindario y el único sonido eran los pájaros trinar en los árboles frondosos. Mientras acá todo comenzaba a florecer y a crecer, hace unas horas atrás había estado en un ambiente frío y con amenaza de lluvia.

Aunque solo el hecho de haber estado en pleno invierno en un lugar donde existían demasiado recuerdos dolorosos, me había traído un sentimiento de pesadez, al sentarme en el avión de vuelta me había sentido más triste que aliviado.

Ver las flores del jardín moverse al compás de la suave brisa y estar frente a la casa de ladrillo rojizo no me hacía sentir más tranquilo.

Sin embargo, solo alejé esos pensamientos y caminé por el camino de piedra hasta la puerta de entrada. Utilizando mi llave, entré en la casa silenciosa y cerré la puerta tras mío, para caminar directamente hacia mi habitación.

Estaba cansado. Apenas había logrado dormir en el viaje de avión porque los pensamientos no habían sido amables conmigo y la medicación había añadido más sueño a mi sistema. Con todo lo que había pasado, se sentía como que llegó todo de un golpe fuerte y certero.

Al entrar en mi habitación dejé mi maleta cerca del pequeño escritorio donde tenía unos documentos que tenía que leer y miré mi cama con ojos pesados. Solo quitándome los botines, caí con pesadez y cerré mis ojos.

Sin embargo, por mucho que mi cuerpo estuviese cansado, mi mente se sentía más alerta que nunca. Creando ideas e hilando pensamientos en un intrincado complicado e imposible de deshacer.

Había sucedido eso los primeros meses luego de mudarme. Mi mente siempre más preocupada de todo lo que había hecho para llegar a esa situación que de descansar. Se necesitó de varias sesiones con el psicólogo y el psiquiatra para poder dormir sin problemas. Todo porque, desde el día en el cual me despedí de Hebe, que no podía hacer lo único que siempre me había ayudado a lidiar con todo lo apabullante de mi vida: pintar.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora