Capítulo 23

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Hebe

Mantuve mis lágrimas todo el camino desde el departamento educativo de la escuela hasta mi auto.

Era un día caluroso de verano. El sol estaba en lo alto y era un día perfecto para salir a caminar y comer un helado con Cristal.

Pero ese buen humor se desvaneció en un segundo, luego que la palabra «está despedida, señorita Castillo» hubiese salido del jefe de dirección pedagógica.

Estaba despedida.

Mientras esa palabra se asentaba en mi cerebro entumecido, mis recuerdos no pudieron evitar volver a la única conversación que había tenido con los padres de René.

«¿Qué sucederá cuándo no tenga trabajo? Los puestos como profesora son muy escasos últimamente y poco remunerados. A penas logra darle esta vida a Cristal con su empleo. ¿Qué hará cuándo lo pierda?».

Con toda mi rabia había desechado esas palabras, firme en mi postura de que hacía bien mi trabajo y el progreso de mis estudiantes iban de acorde a lo esperado por el ministerio de educación.

Sin embargo, ahí estaba. Caminando por el estacionamiento vacío, bajo los rayos potentes y sintiendo mis lágrimas a punto de correr por mis mejillas.

Y en nada ayudaba que, en los días que habían seguido desde mi rechazo a la propuesta de la familia Rynselberg Hollman, el juicio había ido en picada, mostrándome lo que había temido cuando aquellas palabras maliciosas salieron de sus bocas.

Que nunca había estado destinada a ganar. Siempre fue un juego para ellos. Que siempre supieron que perdería la custodia de Cristal y, así, rompería aquella promesa que le había hecho a Colomba.

¿Qué tipo de mamá era si no podía cuidar a mi hija?

«Una mamá sustituta», había dicho Helia Hollman y, aunque en ese momento lo negué con todas mis fuerzas, ese día me sentía como una. Una mamá sustituta. Una mamá que no podía encontrar una forma de proteger a su hija, aun cuando lo intentaba con todas las fuerzas que tenía.

Se sentía como si el universo me hubiese dado la espalda porque, con todo lo que estaba sucediendo, lo único que podía pensar es que mi despido sería lo último que necesitarían los abogados de René para quitarme a Cristal.

De nada servía las noches de insomnio corrigiendo exámenes. De nada servía como Giselle y Paula se habían visto indignadas ante mi despido, haciéndome ver que no había profesora más capacitada que yo para impartir la clase de física. De nada servía como Michael me había agradecido toda mi ayuda su última día de clases, enfatizando que nunca había tenido una mejor profesora que yo.

Nada de eso evitó que, terminando el semestre, me dieron mi aviso de despido.

Ya en mi auto, con mis cosas en el asiento del copiloto, pude dejar brotar las lágrimas que había estado conteniendo todo el camino. Los sollozos se desprendieron de mis labios, sintiendo como el vacío comenzaba a apoderarse de mi pecho. Con mis ojos cerrados, frente apoyada en el volante, dejé escapar todo a través de mi llanto. Todo el miedo. El pánico. La impotencia.

Todo hasta que me sentí vacía y seca.

No supe realmente cuanto tiempo había pasado, pero no importaba realmente.

Mi tía estaba al cuidado de Cristal ese día y yo me uniría a ellas a la hora de la cena.

Tenía previsto llegar a la casa para asearme antes de salir, pero luego de como todo se había desarrollado es día, la felicidad por pasar tiempo con ellas, sin el semestre respirando en mi nuca, se esfumó.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora