Capítulo 24

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Hebe

No había extrañado cuan calurosa podía ser la capital.

Mientras doblaba en la calle donde Ale tenía su casa, la brisa que se colaba por las ventanas abiertas era más bien cálida. Sentía hilos de sudor caer por mi espalda y eso solo aumentaba mis ganas de bajarme lo más pronto posible.

Mi hija, en cambio, iba feliz con su ventilador de mano, cantando en un murmullo bajo la canción que sonaba en el auto.

Desde que le había dicho que íbamos a viajar las dos para ver a su queridísimo tío Ale, que había estado contando las horas hasta emprender el viaje.

Su plática animada era lo único que había hecho las seis horas más llevaderas, pero, viendo de reojo el rostro de Cristal por el espejo retrovisor, me percaté que igual estaba cansada por el viaje largo.

No me sorprendería si luego de almorzar, tomara una siesta.

Hasta yo estaba pensando en la posibilidad de hacer lo mismo.

Sin embargo, mi mente estaba demasiado enfocada en ir al departamento a buscar la caja de Colomba como para que sucediese.

Era lo único en lo cual había estado pensando desde que tuve la conversación con Ale.

Aquella pequeña pizca de esperanza que había comenzado a crecer en mi pecho había alejado todos aquellos pensamientos sombríos que mi despido había traído.

La posibilidad de lo que pudiese encontrar en el interior de aquella caja me tenía la borde de los nervios.

Porque podía significar que, por primera vez, la balanza se inclinaría hacia mi lado.

Aquello que Colomba me había dicho que tenía como prueba en contra de René, podía significar que el juicio terminara a mi favor.

Así me lo había dejado ver Daniel, uno de los abogados defensores que tenía.

Por lo tanto, aunque para Cristal aquel viaje a la capital eran unas meras vacaciones para volver a ver a su tío Ale, para mí era lo que decidía su futuro.

Por eso, por más que lo había intentado, no podía aplacar los nervios revolviendo mi estómago.

Estacioné fuera de la casa de dos pisos y apagué el motor, viendo por el espejo retrovisor como Cristal ya se desabrochaba de su asiento.

—¿Lista para ver al tío Ale?

La gran sonrisa de mi hija disolvió momentáneamente los nervios apretando mi estómago.

—¡Sí!

Ambas salimos del auto justo cuando la puerta principal se abrió de sopetón, dejando a ver a Ale con los brazos abiertos.

—Mis chicas preferidas han llegado.

Cristal dejó mi lado y corrió hacia los brazos de Ale, donde fue levantada.

—Tío Ale.

Ale le besó la mejilla con un sonido sonoro, que hizo a Cristal reírse.

—¿Me extrañaste, princesa?

—Sí. Mucho.

—¿Y por qué no me habías venido a ver?

—Hace poco salió de vacaciones. No todos tenemos vacaciones luego de unos meses de grabación como tú —dije, acercándome y dándole un abrazo—. ¿Cómo has estado?

—Bien. Como siempre, mi querida Hebe. —Volvió su atención a Cristal—. Pero ahora mucho mejor ya que tengo a mis chicas conmigo.

»¿Quieren comer? Pedí comida italiana.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora