Capítulo 2

1.7K 206 118
                                    


Hebe

La lluvia era incesante cuando terminé mi día escolar.

Caminando con rapidez, bajo mi paraguas de unicornios, tomé las llaves de mi auto, sacando los seguros. Mis botines golpeaban contra el pavimento mojado y esquivé todos los pequeños charcos, hasta que entré en la seguridad de mi auto.

Las gotas golpeaban el cristal y sin esperar un segundo, me quité mi chaqueta impermeable. Busqué en mi guantera un pañuelo para secar mi paraguas, para doblarlo y dejarlo en el asiento del copiloto.

Suspirando, vi el aguacero fuera.

Hubo una época donde amaba ver la lluvia. Eso no había cambiado del todo, siendo sincera, pero mi enfoque estaba en otras cosas. Cosas más importantes. Cosas que una adolescente de diecisiete años no tenía de qué preocuparse.

Había dejado de ser esa persona hace mucho tiempo y, con ello, llegaron todas esas preocupaciones que no podía evitar enfrentar. Preocupaciones que llegaban día a día, en el paquete de «vida adulta».

Encendiendo mi auto, dejé la escuela y conduje con lentitud por las calles. Las gotas gordas golpeaban con fuerza mi parabrisas y aún con las manecillas limpiando, era difícil ver con claridad lo que sucedía frente mío.

No me gustaba conducir cuando el tiempo era así. Cuando la lluvia era tan densa y fuerte, que apenas podía ver lo que sucedía a un par de metros frente a mí. Además, las calles se volvían más complicadas y no era como si los conductores fuesen personas muy precavidas.

El camino desde la ciudad hasta el pueblo sería largo, pero no me importaba tomar la doble preocupación al conducir si eso significaba no tener ningún accidente.

Sabía que muchas veces éstos se producían por la irresponsabilidad de otros, pero eso era algo que yo no podía controlar. Mi forma de conducir sí.

Viendo la carretera, agradecía la poca congestión vehicular a esas horas. Me tomaría la mitad del tiempo en llegar a casa y, en días así, eso era lo que necesitaba.

Cuando paré en un semáforo rojo, no perdí tiempo y saqué mi celular. Marqué el número de Maca y escuché el tono de espera por los parlantes del auto. Al cuarto respondió, justo cuando la luz cambiaba a verde y avanzaba.

¿Vienes en camino?

—Sí. Salí antes porque los talleres se cancelaron por la posible tormenta eléctrica.

Bien. Me estaba preocupando de qué te iban a dejar salir a la misma hora. —Escuché dos voces de fondo y la respuesta ahogada de Maca, antes de que su voz fuese clara—. Laura dice que te apures. Sabes lo que sucede cuando llueve así.

Suspiré, dándole un reojo al paragua de unicornios.

—Ni me digas. La última vez no fue nada lindo. —Recordé las noches de fiebre y tos, y definitivamente no quería pasar por eso nuevamente—. En cuarenta minutos estoy en tu casa. Pasaré donde mi tía a buscar el postre para la cena.

Sí, respecto a eso —dijo y se cortó, algo raro en Maca. Ella siempre decía lo que pensaba, sin filtro alguno. Mi entrecejo se frunció, mientras seguía viendo el camino—. No es necesario que te quedes. Puedes irte a tu casa. Sabes que puede que se corte la electricidad con la tormenta.

—Es posible, sí, pero nunca hemos cancelado nuestras cenas. Nunca. —Lo cual era cierto. Habíamos tenido una cena con solo la luz de las velas hace dos inviernos atrás y ni siquiera eso nos había detenido—. ¿Qué sucede?

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora