Capítulo 19

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Hebe

Una bolsa de papel marrón me esperaba en mi mesa en la sala de profesores cuando me acerqué, luego de haber terminado mi última clase del bloque de la mañana.

Hace dos meses me había sorprendido encontrar esa bolsa en mi mesa. Llegué hasta a preguntar si pertenecía a alguno de mis colegas, cuando me percaté que el destinatario era mi persona. Junto con un pequeño mensaje que decía que tuviese un buen almuerzo y pudiese finalizar bien mi día.

Había sido sorpresivo y raro encontrar aquella bolsa con un almuerzo dentro. Todo hasta que, minutos después, me llegó un mensaje de Esteban, preguntándome si me había gustado la comida que él había preparado.

Para ese momento él había estado de vuelta por una semana entera, desde aquel día en el cual viajó directo desde Dinamarca hasta mi casa.

Fue una completa sorpresa escucharle decir que volvía para quedarse, sin tener la necesidad de seguir viajando porque nada lo ataba al país danés. No como sí sucedía con nuestro país.

Él dejándome en claro que tanto Cristal como yo éramos las más grandes influencias por las cuáles había decidido volver, me había hecho emocionarme hasta las lágrimas.

Y se había cerciorado de hacérmelo ver con cada acción que tomaba. Había estado presente en cada oportunidad que tenía, haciendo amenas las tardes con Cristal en casa, cuándo yo tenía muchas cosas que hacer, tanto por el juicio aún en llevándose a cabo como por el semestre escolar.

Mientras yo me enfrascaba en todos los papeles en el desastre aue era mi comedor, Esteban se preocupó de estar con Cristal, jugando, platicando, riéndose juntos.

Hasta la había hecho dormir una vez que estaba muy atareada con los trabajos a medio revisar.

La forma en la cual se hizo parte de nuestra rutina diaria se sintió tan natural como si hubiese estado con nosotras desde el principio.

Y cuando comenzó a enviarme almuerzo cada día, sin falta luego que terminaba mis últimas clases de la mañana, solo incrementó aquel sentimiento que había vuelto a apretar mi pecho.

Un sentimiento tan profundo, que ahora me percataba que nunca dejó de arraigarse a mi corazón. Solo había dejado de hacerse notar.

Hasta que Esteban volvió a mi vida.

Sonreí a la bolsa de papel, encontrando un pequeño dibujo de una mariposa en una esquina.

Sabía que él lo había hecho. Siempre se preocupaba de dejar ese pequeño dibujo.

—Todavía no me has dicho quién es la persona que te manda los mejores almuerzos que he probado —dijo Giselle, mirándome con sus cejas alzadas—. ¿Hoy será el día?

—Deja de presionarla, Giselle. No quiere decirte. Acéptalo. —Paula, la profesora de historia, se unió a nosotras, mirando con sus ojos marrones a Giselle—. No todos tienen la lengua suelta como tú.

—Todos desearían tener mi lengua suelta. —Me guiñó un ojo y yo negué divertida, sentándome—. ¿Al menos me dirás cómo consigo a alguien que me traiga almuerzo todos los días?

—Puedes pedirle a tu esposo —le sugerí, dejando mi bolso y papeles a un lado, para ver en qué consistiría mi almuerzo ese día—. Estoy segura que tiene un horario de colación para comprar algo y traertelo.

Giselle bufó, dejándose caer en la silla frente mío. Paula se sentó a su lado.

—Ese hombre apenas recuerda que él tiene que comer. No puedo dejar mi almuerzo en sus mano. —Negó con su cabeza—. Necesito de otra persona.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora