2: Waffles

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La amistad era como probar tu comida favorita. Podías pasar años sin ella o tenerla todos los días, pero cada vez que la tenías frente a ti un calor reconfortante te abrazaba el corazón.

Tim sabía esto muy bien, aunque en ocasiones sintiera que el abrazo de la amistad más bien intentara estrangularlo.

A la mañana siguiente, no lo despertó Mika, ni el hambre, ni los rayos del sol que entraban por las persianas.

No.

Lo despertó un grito de amenaza en el pasillo.

—¡Tim Kobayashi! ¡Abre la maldita puerta o te juro que la derribaré!

Le costó un poco recordar quién era y dónde estaba, al incorporarse sintió una punzada en la cabeza. Era como tener resaca sin haber bebido una gota de alcohol, una situación muy patética de su parte.

—¡Bien, la tiraré a la cuenta de tres! ¡Uno...!

Tim no creyó que fuera capaz, pero prefería no arriesgarse. Como pudo, se levantó del sofá, que había sido su lecho de muerte la noche anterior, y se apresuró a abrir la puerta antes de que la voz amenazadora llegara a tres.

Una mujer joven y de cabello castaño lo esperaba al otro lado. Tenía las manos en las caderas y el rostro en una mueca de enojo, pero con lo bajita que era su pose parecía más graciosa que temible.

—Ah, hasta que por fin respondes, creí que... Vaya. Te ves de la mierda.

—Buenos días a ti también, Amanda.

La mujer entró en el departamento sin responder a su saludo. Acto seguido, dejó su bolso y su chaqueta sobre el sofá.

No tardó en mirar el desastre que había causado con su berrinche y dirigirle una mirada de desaprobación.

—¿Tan mal fue?

—Si con mal te refieres a que ya ni tengo trabajo, pues sí. Así de mal.

El rostro de Amanda se suavizó, pero Tim hubiese preferido que siguiera enojada con él. Si algo no soportaba, era que le tuvieran lástima.

—Oh, Tim... lo siento tanto —masculló su amiga, empezando a utilizar su tono maternal.

—Ahórrate la compasión, ¿sí? Estoy bien.

Comenzó a recoger el desastre del piso y a ordenar la mesa de centro, con la esperanza de convencer a su amiga de que estaba bien. No funcionó, por supuesto. Amanda capturó su cara entre las manos y lo obligó a mirarla.

—No te ves nada bien. Mira, estás pálido. ¿Aún no has comido? —Sí, ahí estaba la mamá Amanda.

—Desde anoche. No tengo muchas ganas de cocinar, ¿sabes?

—Aww, tu tranquilo, Timmy. Yo te cocinaré algo.

Pero antes de que ella se dirigiera a la cocina, Tim la tomó de la muñeca.

—Oh, no, no, no... tampoco quiero morir —La interrumpió.

—Oye, puede que no sea una chef profesional, pero tampoco cocino tan mal.

—La última vez que te dejé entrar a mi cocina casi quemas las cortinas.

—¡Porque tú me distrajiste, idiota! —intentó defenderse Amanda—. Además, estaba algo ebria.

—Sí, ajá.

—Bueno, pues tienes que comer. Así que mueve tu huesudo trasero asiático, compraremos algo en una cafetería.

Para acentuar su orden, la mujer recogió su bolso y volvió a colocarse la chaqueta. Tim supo que no habría forma de escapar. Amanda lo llevaría, aunque tuviera que arrastrarlo.

Amor y Wasabi [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora