29: Chef de poca monta

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Después de terminar de hacer aquello que a Debra tanto le gustaba, y que nada tuvo que ver con tempura o raviolis, inmediatamente se sintió culpable. 

Al principio no estaba seguro de si pasar la noche con ella era una buena idea, fácilmente podía pasar como la última vez, solo que el resultado de quedarse dormido no sería una Amanda furiosa, sino su segura descalificación del concurso al que había puesto tanto esfuerzo.

Si faltaba al concurso por eso, jamás se lo perdonaría. Debió haber estado peor de lo que pensaba, porque Debra, incluso en la penumbra de la madrugada, se dio cuenta de que le sucedía algo. 

―¿Qué pasa? ¿No tienes sueño? ―le preguntó, incorporándose en un codo para observarlo mejor. 

―No puedo dormir. Si lo hago, pasaré de largo y no llegaré a tiempo al estudio ―explicó él, luchando contra el sueño y el cansancio que lo aquejaba. 

Debra suspiró, y aunque estaba oscuro y no podía ver su rostro, Tim podía apostar a que fue un suspiro de exasperación. 

―¿Y no es más fácil poner la alarma en tu teléfono? ―le sugirió. 

―Las alarmas no funcionan conmigo. Tengo el sueño extremadamente pesado. 

―Entonces yo te despertaré ―se ofreció ella, volviendo a acostarse. 

―Pero, ¿y si también te quedas dormida? 

―Cariño, soy madre. Mi reloj biológico ya no me permite dormir tanto ―bromeó. 

Tim no respondió, en parte porque los argumentos de Debra eran mucho más fuertes que su voluntad para quedarse despierto. Y, por otro lado, porque advirtió que era la primera vez que lo llamaba "cariño", y le asustaba tener que responder de la misma forma y que no sonara genuino.

Poco tiempo después, el sueño lo venció, y Debra cumplió su promesa de despertarlo temprano. 

Cuando se levantó, dando traspiés hasta del dormitorio, advirtió que ella ya le estaba preparando el desayuno. 

―Sé que no cocino tan bien como tú, y que es algo sencillo en comparación con lo que me has hecho a mí, pero pensé que te ayudaría a ahorrar tiempo... ―explicó Debra, jugando nerviosamente con sus manos y mordiéndose el labio.

A Tim ese gesto lo remontó a sus primeras clases con ella, cuando no podía ni picar un vegetal sin disculparse por haberlo hecho mal, incluso cuando estaba troceado a la perfección. 

Esta vez, Debra le había preparado huevos revueltos con tostadas y tocino. Un desayuno clásico, simple, que no podía fallar. Eso lo hizo sentir orgulloso. 

―Tampoco tengo té, pero hice café si quieres... ―seguía disculpándose la pobre chica. 

―Claro. Todo está perfecto, gracias ―le respondió él, con voz calmada. 

Debra asintió, poco convencida de que todo estuviera "perfecto", pero sacó una taza de la alacena y le sirvió café. 

―Yo no puedo tomar. La doctora García me dijo... que por la ansiedad, es mejor que no beba tanto ―comentó ella. 

―Puedo traerte algo de té después. O manzanilla, dicen que es buena para eso ―sugirió él. 

En respuesta, Debra volvió a asentir con poco entusiasmo. 

Tim la observó con cuidado. Estaba pálida, inquieta, sus manos temblaban al entregarle la taza de café, y evitaba mirarlo, quizá porque su rostro reflejaba una creciente angustia. 

―Debra, ¿te sientes bien? ―preguntó con cuidado. 

No quería que ella se lo tomara mal, que se sintiera acusada o sobreprotegida por él. Pero conocía de propia mano cómo se veía y sentía la ansiedad. 

Amor y Wasabi [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora