21: Ikigai

187 18 1
                                    

Uno de los puntos más importantes al cocinar era la preparación previa. Y aunque Tim no sabía nada de citas, pensó que se manejaban de forma parecida.

Decidió investigar las funciones de los cines cercanos, hizo una lista mental sobre qué películas podrían gustarle a Debra y qué horarios podrían servir. También trazó planes para luego del cine, a lo mejor ella quisiera ir a un restaurante, o comer algo y pasear por Sunset Boulevard. Tim odiaba los sitios turísticos de Los Ángeles, pero si Debra quería ir hasta el condenado letrero de Hollywood, él la acompañaría sin dudarlo. 

Sin embargo, pese a todos los planes alternativos que tenía preparados, Tim no vio venir la situación que se le presentó cuando esa tarde de viernes tocó la puerta del apartamento de Debra. 

Esperó en el umbral, revisó su reloj para corroborar que había llegado a tiempo. Miró indeciso el ramo de claveles rojos que había comprado por el camino. ¿A Debra le parecería un lindo gesto o era algo excesivo y anticuado de su parte? Tenía tiempo de lanzarlos por una ventana, se estaban tardando en abrir la puerta...

Extrañado, volvió a tocar, esta vez con más fuerza. Aguzó el oído, y pudo escuchar una voz débil diciendo: 

―Kate, por favor... suéltame... ―A la voz, la acompañaba un sonido de arrastre. 

Tim se alarmó, pero antes de que se decidiera a irrumpir sin permiso en el departamento, la puerta por fin se abrió. 

Debra apareció del otro lado. Se veía exhausta, tenía el cabello desordenado y respiraba con dificultad. Solo hizo falta que Tim bajara la mirada para entender lo que estaba ocurriendo: la pequeña Kate se abrazaba a la pierna de su madre como si fuera un grillete humano, decidida a no dejarla avanzar. 

―Emm... hola ―fue todo lo que pudo decir Tim. 

Al notar su mirada, la niña se sobresaltó, por fin soltó a su presa y corrió a esconderse a su habitación, chillando durante todo el camino.

―¡Kate, espera! ―rogó Debra, pero en un parpadeo su hija estuvo fuera de su alcance. Comenzó a masajearse el puente de la nariz―. Lamento eso, Tim. Estos días han sido un caos, de hecho iba a llamarte para cancelar lo de hoy, pero...

La mujer se interrumpió al verlo. Tim se sintió incómodo; aunque había puesto esmero esa tarde en arreglarse, no se consideraba el tipo de hombre que podía deslumbrar a las féminas. Cuando siguió la mirada de Debra la entendió mejor: lo estaba viendo a él, sí, pero también al ramo de flores que llevaba consigo. 

―¿Son para mí? ―preguntó ella, con timidez. 

―Por supuesto ―contestó él, tendiéndole las flores en un gesto casi mecánico, como si quisiera deshacerse de ellas―. ¿Te gustan? 

―Me encantan ―murmuró Debra, viendo los claveles en sus manos, extasiada―. Nadie me había regalado flores antes. 

―¿En serio? ―soltó Tim. ¿Cómo era posible que una mujer tan hermosa como Debra nunca antes hubiera recibido flores?

―Sí... Oh Dios, ¿dónde están mis modales? Pasa, por favor ―lo invitó ella. La pobre estuvo tan distraída por su hija y las flores que todavía estaban parados en el umbral de la puerta. 

―¿Te ayudo a poner las flores en un jarrón? ―se ofreció Tim. 

―Jarrón... sí... ―meditó Debra, mientras su mirada se dirigía a un lado de la sala, donde descansaban apiladas una docena de cajas de la mudanza sin arreglar. Enseguida se tensó―. Disculpa el desorden, es que no he tenido tiempo, con todo lo que ha pasado apenas he podido... mejor yo busco uno, o compro uno después...

Amor y Wasabi [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora