25: Las ventajas de olvidar el postre

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Si la vida era como la cocina, esa mañana Tim se sintió como el chef en jefe de un restaurante de estrella Michelín.

Al despertarse se sintió desorientado. Era su habitación, sí, pero no estaba acostado del lado habitual. Y junto a él no estaba Mika. Era un bulto más grande... y rubio.

Se restregó los ojos para enfocar y entonces la vio. La luz del sol se colaba por las persianas mientras ella dormía. Tenía la boca algo entreabierta, roncaba levemente, un mechón de cabello le caía por la cara. Tim lo apartó con cuidado, y se encontró con la expresión más angelical que había visto.

Se levantó con cautela de la cama para no despertar a Debra, buscó algo de ropa y caminó de puntillas hasta el baño. Cuando se vio en el espejo, se dio cuenta de que su rostro mostraba una sonrisa idiota que parecía no querer desvanecerse. 

Luego se fue a la cocina para prepararle un delicioso desayuno a Debra, de seguro se levantaría hambrienta. Abrió la nevera y vio el postre que habían hecho la noche anterior, prácticamente intacto. Meneó la cabeza, al recordar los acontecimientos. Solo una velada como la que habían tenido hubiese sido capaz de hacerle olvidar su postre favorito. 

Mika apareció con un maullido, reclamando su atención. Tim estaba tan contento esa mañana, que incluso la dejó sentarse en la barra de la cocina, algo que en cualquier otra circunstancia era inconcebible. 

Jamás había cocinado con tan buen humor, y se notaba en lo buenas que estaban quedando las crepes con queso mascarpone y salsa de fresa y zarzamoras que estaba preparando. Ni siquiera tenía que pensar qué hacer, todo le salía como por inspiración divina. Hasta que...

—¡TIMOTHY KOBAYASHI! ¡ESTÁS MUERTO!

La puerta de entrada se abrió de golpe, impulsada por una mujer furiosa. Mika huyó de un salto, presintiendo el peligro. Tim, por otra parte, no fue tan rápido. El huracán Amanda ya estaba listo para descargar toda su ira en él.

—Amanda, ¿qué sucede?

Aunque nunca se lo diría, había veces, como esa, en las que su amiga le daba miedo. Tenía la mandíbula tensa, el ceño fruncido en una sola arruga, y respiraba tan pesadamente que sus fosas nasales casi duplicaban su tamaño. Parecía un toro a punto de embestirlo. 

—¿CÓMO QUE QUÉ SUCEDE? ¡ESTO ES LO QUE SUCEDE, IDIOTA!

Tiró al suelo lo que llevaba consigo. Parecía una ropa salida de la tintorería, con un gancho y plástico de protección.

Entonces Tim lo recordó. El sábado, a las ocho de la mañana. 

La cita para la prueba del esmoquin.

Miró el reloj de la pared. Eran casi las diez.

—Oh no... Amanda, lo siento...

—¡Lo juraste, maldito imbécil! ¡Por la tumba de tu madre! ¡¿Acaso somos un juego para ti?!

—¿Tim? ¿Quién grita...?

A la sala de estar se arrastraba una adormilada Debra. Llevaba puesto el albornoz de Tim, que le quedaba demasiado largo, el cabello despeinado y los ojos legañosos.

—¿Debra? —preguntó Amanda, boquiabierta.

—Ahh, Amanda... hola —masculló la otra mujer, a punto de morir de vergüenza.

Amanda miró a Tim, luego a Debra, y después a Tim nuevamente, incrédula. En un segundo, su rabieta desapareció, mientras procesaba lo que estaba pasando.

En eso, Debra se acercó a él, incómoda por estar siendo escrutada por su anonadada amiga.

—Buenos días —le dijo, abrazándolo por la cintura y aprovechando para ocultar su cara sonrojada en su pecho.

Amor y Wasabi [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora