Capítulo Tres

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La hora de salida ya se acerca y todos están ansiosos por irse, en especial Henry, quien después de su conversación con Dubois se encontra más irritable que de costumbre. Aún no puede creer que ese maldito haya dicho que es gay. Por supuesto que no lo es, solo hizo lo necesario para asegurarse el papel principal y ese marica no cumplió con su parte del trato. No tiene nada de que avergonzarse, él es un hombre; la mayoría de las chicas de la universidad, incluyendo a Estela, pueden confirmarlo.

Mira a su alrededor y ve a algunos bailarines murmurando entre ellos. Las gotas de sudor bajan por su frente, mientras se atormenta preguntándose si estarán hablando sobre él. Si un rumor tan descabellado como ese se esparce sus padres son capaces de desheredarlo y eso no puede permitirlo; cuenta con ese dinero para impulsar su carrera actoral y convertirse en uno de los actores más importantes de la historia.

Observa de arriba abajo a las chicas a su alrededor con total descaro; lo que necesita es una nueva conquista. Ya se ha acostado con muchas esas chicas, y las demás no son su tipo, sin embargo, hay alguien que podría ser una candidata perfecta: Diana. Ella es dulce, recatada y muy hermosa. Está saliendo con Jordan, pero ese idiota no es competencia para él. Es más alto, más atractivo y mucho más interesante, está seguro de poder quitársela con un chasquido si así lo desea.

Diana se da cuenta de que Henry la está mirando y le regala una cálida sonrisa, para rápidamente volver a concentrarse en sus ensayos. A pesar del cansancio y de que casi es hora de irse no quiere parar aún. Es demasiado perfeccionista, ella misma lo reconoce, pero no es algo que la avergüence; le encanta ese aspecto de su personalidad, es lo que la ha ayudado a sobresalir desde niña.

Detiene sus pasos al ver al chico albino que se encarga de la escenografía. Ha notado que después de que todos se van, él continúa trabajando lo que significa que es el último en irse, y eso le da una idea. Baja a toda prisa del escenario hasta interceptarlo.

—Hola. —Lo saluda con una sonrisa y nota que él se sobresalta al verla—. Tú eres Ulises ¿Cierto? —El chico, que siempre usa un abrigo de mangas largas y lleva la cubierta por la capucha de este, asiente sin mirarla a los ojos mientras empieza a rascarse la nuca—. Yo soy Diana, mucho gusto. —Extiende su mano con cortesía, pero él no la estrecha inmediatamente, sino después de varios segundos.

—Ho... hola... Mu... mucho gusto. —Por fin responde.

—Sé que ya es la hora de irme, pero en verdad me gustaría practicar un poco más, y he notado que después que todos salen tú continúas trabajando, así que me gustaría saber si puedo quedarme y salir cuando te vayas —le pide esperanzada.

El chico continúa sin mirarla a los ojos, «debe ser muy tímido» piensa. Su aspecto le parece bastante exótico; nunca había conocido a alguien con los ojos rojos antes, y la verdad le parecen hermosos.

—Yo... hablaré con Félix, pero no creo que haya problemas. —Se aleja de ella en cuanto dice estas palabras.

Ulises observa desde un rincón detrás del escenario como Diana se despide de su novio con un beso en los labios, mientras acaricia su mejilla izquierda con la mano que ella tocó. No puede creer que su musa, su doncella, su ninfa del bosque, se haya acercado para hablarle y que además, supiera su nombre. Fue incapaz de mirarla a los ojos, pues sabía que si lo hacía colapsaría, pero escuchar su voz tan cerca fue como escuchar a un coro de ángeles entonar una melodía divina.

Después de que el lugar está prácticamente vacío, ya que el mismo Félix se despidió de él, entregándole las llaves del teatro para que cierre, Diana sube al escenario y empieza a bailar acompañada por la banda sonora que se escucha en su celular

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Después de que el lugar está prácticamente vacío, ya que el mismo Félix se despidió de él, entregándole las llaves del teatro para que cierre, Diana sube al escenario y empieza a bailar acompañada por la banda sonora que se escucha en su celular. No puede apartar la vista de sus ojos mientras ella va de un lado a otro en una danza magistral que lo mantiene hipnotizado con cada paso.

Cierra los ojos por un momento e imagina un bosque iluminado por las estrellas donde su hermosa Perséfone le extiende los brazos y lo invita a bailar bajo la luna con ella. Él no puede resistirse al pedido de su diosa y se une a ella. Lo mira a los ojos, dedicándole su más bella sonrisa. Son el uno para el otro, no existe nadie más...

—Hola, amor. Si aún estoy aquí. Ya casi termino, quería perfeccionar algunos pasos y creo que lo estoy logrando. —Ulises despierta de sus fantasías al escuchar la voz de Diana. ¿Cuánto tiempo estuvo fantaseando? ¿Minutos? ¿Horas? No tiene idea. Decide poner atención a lo que Diana está diciendo—... No seas tonto, sabes que jamás haría eso. Adiós, Jordan. Te amo.

Escuchar esas palabras salir de su boca es como sentir que una mano externa toma su corazón y lo apretaba con fuerza hasta hacerlo explotar. Decide que lo mejor es dejar de espiarla y enfocarse en sus asuntos, no puede seguir fantaseando cosas absurdas. Luego de terminar de pintar unas paredes, se dedica a recoger la basura que quedó en el lugar. Cuando por fin está listo, toma una gran bocanada de aire y se rasca la nuca. Se acerca al escenario, donde Diana está bebiendo agua de una botella.

—Oye, ya terminaste. Es que tengo que irme —le dice.

—Claro que sí, disculpa si te retrasé.

Ella se pone de pie y seca el sudor de su cara, cuello y hombros con una toalla que tenía colgada en sus leggins. Toma su mochila y camina hacia él bastante animada, a pesar del visible agotamiento. Salen del teatro y Ulises nota como la fría brisa de la noche hace que a Diana se le erice la piel expuesta. Se maldice a sí mismo por desear cubrirla con su cuerpo para calentarla.

—Bueno... Adiós. —Ulises se despide de ella después de cerrar con llave.

—Espera ¿Dónde vives? —lo detiene ella.

—A unos kilómetros de aquí —le contesta.

—¿Está bien si te llevo? Mi novio me dejó su auto y tomó mi bicicleta. Creyó que sería peligroso andar tan tarde en ella.

—Yo... —«Di que no, di que no» se decía a sí mismo —Claro, gracias. —«Imbécil».

Una vez dentro del coche, un Volkswagen del noventa y tres. Ulises, mete sus manos en sus bolsillos para que ella no note como tiemblan ante su cercanía.

—He visto tu trabajo en el teatro, eres muy talentoso —comenta ella.

—Gracias —le contesta sin mirarla a los ojos. Sin embargo, su corazón palpita a su máxima capacidad al escuchar ese cumplido. Se pregunta si ella diría lo mismo si viera los retratos que ha hecho de su rostro.

—Tú no hablas mucho ¿Cierto?

—Creo que no.

—Ya veo. Bueno yo soy muy parlanchina, mi novio y mis padres siempre me lo dicen. A veces ni siquiera me doy cuenta, así que dime si te molesta.

—No me molesta.

—Genial. Y ¿Desde cuándo conoces a Félix Dubois? Se ve que te tiene mucha confianza.

—Desde hace mucho; es un amigo de la familia. —Prefiere decir eso a decir que estuvo a punto de ser su padrastro.

—La verdad es que lo admiro mucho, es prácticamente un genio.

Ulises no duda del talento de Félix, sabe por su madre que era un director de teatro galardonado en Francia antes de mudarse a este país. Y su fama lo precedió, en poco tiempo el teatro que adquirió para producir, dirigir y hasta actuar en sus propias obras, pronto se volvió el más famoso y sus funciones siempre estaban llenas.

—Aquí es donde vivo —dice al reconocer el edificio.

—Muy bien. —Ella detiene el coche y lo mira con una sonrisa—. Fue un placer hablar contigo, Ulises. Nos vemos mañana.

Él simplemente asiente y entra en el edificio. Al llegar a su apartamento se quita el abrigo y la camisa, se recoge el pelo en una coleta y busca el lienzo más grande que tiene. Entonces empieza a pintar.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora