Capítulo Nueve

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Cuando Diana llega al teatro al día siguiente saluda a algunos de los técnicos que ve y se va directamente a la sala de ensayos, que es donde generalmente se practican las coreografías. Lo primero que hace es soltar su bolso, luego empieza a sacudir sus manos y caminar de un lado a otro dentro de la habitación. Continúa con algunos ejercicios de vocalización, que también sirven para desestresarla.

La noche anterior, cuando llegó a casa de su tía, intentó hablar con ella sobre sus padres, pero no consiguió ninguna respuesta satisfactoria, su padre no le contestaba el teléfono y su madre, horas después, contestó su mensaje con un: «ya es tarde, hablaremos luego». Espera poder resolver el asunto ese mismo día, ya que no quiere que siga afectando en su concentración.

Cuando termina sus ejercicios busca en su bolso el libreto de la obra, busca una de las canciones y comienza a cantar a todo pulmón, intentando no desafinar.

Su canto, a través de las ventanas abiertas de la sala de ensayos, llega hasta los oídos de algunos de los técnicos que trabajan en el escenario, aprovechando que no están los actores y bailarines, entre ellos está Ulises, quien sin pensarlo detiene su tarea de pintar los sauces que había dibujado, y deja que la voz lo guíe hasta su origen. Al ver a Diana allí parada se queda completamente perplejo, no tenía idea de que iría ese día.

La observó hablando con Félix el día anterior, pero no estaba tan cerca como para saber de qué, seguro se trataba de eso. Si tan solo se hubiera acercado a desearle buenas noches en lugar de solo observar mientras se alejaba en su bicicleta, talvez ella le hubiera dicho algo como «nos vemos mañana» con ese habitual tono amable con el que trata a todos y entonces él hubiera estado preparado, su corazón no estaría latiendo a un ritmo casi preocupante y sus manos no estarían temblando.

El sonido angelical de su voz lo transporta a un bosque mágico, donde él es Hades acechando a Perséfone desde las sombras, admirando como cada flor, cada rayo de sol, cada gota de río, se rinde a sus pies...

—¿Ulises, eres tú?

La voz de Diana lo hace despertar de su fantasía. Ella, mirándolo por la ventana, agita la mano a modo de saludo, y él, casi estático, devuelve el gesto de forma robótica. La chica de cabello achocolatado abre la puerta y lo invita a pasar.

—No quiero molestarte —le dice sin moverse de su lugar.

—No me molestarás, además, en serio necesito un poco de compañía. A menos que estés muy ocupado, entonces...

—Puedo acompañarte un rato... si eso quieres —Su voz se escucha monótona y tranquila, totalmente opuesta a lo que pasa en su interior.

Ulises entra en sala de ensayos. Es una habitación amplia, con piso de madera pulida, un enorme espejo al fondo y una mesa con algunas sillas en una esquina, aparte de eso, está prácticamente vacía.

—Y ¿Cómo estás hoy? —pregunta Diana con una sonrisa.

—Bien... ¿Creí que hoy todos ustedes estaban libres?

—Sí, pero pedí permiso para venir a ensayar. En las interpretaciones de ayer estuve terrible, y la casa de mi tía es muy ruidosa para poder concentrarme.

—Entiendo... —levanta su mano y empieza a rascarse el cuello a causa del nerviosismo que le causa estar a su lado.

—Oye, ¿por qué no me ayudas con mis diálogos? —propone de repente, extendiéndole el libreto— Leerás las partes de Hades y yo te responderé como Perséfone, ¿de acuerdo?

—S... Sí —responde aceptándolo.

—Yo empiezo —Diana toma un poco de agua de su botella y luego vuelve a ponerla en su lugar—. «¿Quién eres tú? ¿Por qué me observas desde las sombras?».

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora