Capítulo Seis

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Ulises se levanta de su cama, por tercera vez esa mañana, en busca de un vaso de agua fría. Lo toma y se vuelve a acostar, aunque sin tener intensiones de volver a dormir. Este es su día libre y no tiene nada que hacer, más que dar vueltas en el colchón imaginando a Diana a su lado despertando junto a él con una sonrisa, pero cada vez que intenta tocarla la imagen ficticia se desvanece. Tiene que conformarse con ver el enorme retrato en lienzo que pintó de ella, aunque, a su criterio, no le hacen justicia a su belleza.

Se pone de pie una vez más y camina hacia los interruptores para encenderlos. Aunque ya es pasado del mediodía, su habitación, y su apartamento en general, son muy oscuros si las luces no están encendidas, esto debido a que hay muy pocas ventanas y casi siempre están cerradas, por su sensibilidad a la luz solar. Camina hacia el baño, toma una ducha y se cambia de ropa.

Mira a su alrededor, el lugar es un desastre. Si algún día invitara a una chica creería que es un cerdo. Ulises bufa ante la ridiculez que acaba de pensar, pero de todas formas empieza a recoger. Mientras lo hace se pregunta qué se siente tener una novia que te ayude con los quehaceres de la casa, que haga la cama con las sabanas florales que ella misma eligió y te cocine algo rico para el almuerzo. Se pregunta si Diana hace esas cosas por Jordan.

Seguro que sí, ella es como un ángel y seguramente la mejor novia del mundo, aunque él no sabría bajo que parámetros medir eso, ya que nunca ha tenido novia. No que fuera virgen, eso no lo es. Su apariencia pálida, delgada y extraña que hizo que muchos lo molestaran, también hizo que una chica se interesara en él una vez, su nombre era Carol. Compartieron algunas noches de pasión, pero, aunque fue especial, no fue significativo para ninguno de los dos.

Toma su teléfono y llama a un restaurante de comida china para pedir algo de comer. La primera vez que la probó fue con Félix, quien lo llevó a un restaurante cuando se mudó a la ciudad, y desde entonces se convirtió en su favorita. Luego de veinte minutos de espera el repartidor llega con su pedido: Una orden de pekinés, sopa Wan tan, rollos primavera y pollo Kung pao.

Lo devora todo casi de un bocado, a pesar de la gran cantidad que ordenó, y luego se deshace de los platos desechables en la basura. Mira su reloj, ya son casi las tres de la tarde.

Decide salir a caminar, se pone su abrigo de mangas largas, una gorra, lentes de sol y cubre su cabeza con la capota. Sale del apartamento sin un rumbo específico, pero tiene una idea de donde terminará.

Mientras camina por el parque, entre la sombra para poder cubrirse del sol, ve un grupo de chicos de unos quince o dieciséis años montando patineta y otro grupo de chicos más jóvenes jugando a las escondidas. Él nunca pudo disfrutar de estas actividades cuando era niño por culpa de su piel y ojos hipersensibles; se pasaba la mayor parte del tiempo en su casa, pintando o recogiendo los desastres que dejaba su madre luego de sus noches de borracheras.

Continúa su camino y termina llegando justo donde lo había predicho. Se escabulle por una puerta del teatro que pocos usan y camina por unos pasillos deshabitados hasta llegar a una escalera, la escala, a pesar de que es muy alta, llegando hasta el telar, donde se encuentran colgadas las luces principales, así como los telones, focos y pantallas. Desde allí tiene una vista panorámica perfecta de todo el escenario sin riesgo de ser detectado, ya que los chicos encargados de la iluminación también están libres ese día, solo tiene que asegurarse de mantenerse en las sombras y no hacer ningún ruido.

Diana se encuentra practicando junto a los demás, con unos pantalones de algodón anchos y una blusa sin mangas ceñida al cuerpo. A pesar de estar sudorosa y despeinada por esfuerzos que le exige la coreografía, para Ulises se ve perfecta, no puede apartar los ojos de ella, hasta que Jordan se le acerca por detrás y empieza a darle besos en la nuca mientras ella ríe.

Ante esto él no puede hacer más que apartar la mirada mientras aprieta los puños con furia. No soporta ver como otros la tocan. Su vista empieza a pasearse por los demás miembros del elenco, hasta que otro de ellos llama su atención, Estela, la chica pelirroja. No por su belleza sino por como observa a la pareja, con una mirada de desaprobación y reproche, el otro chico, Henry, quien se burló de él la noche anterior también los mira de la misma forma.

Casi pierde la noción del tiempo observando al elenco, en especial a Diana, pero todos los demás también le parecieron inusualmente extraños este día. Se miraban los unos a los otros con miradas suspicaces, como si cada una uno supiera algo que cambiaría la vida de los demás.

La única que solo tiene ojos para una persona es Diana, y esa persona no es él. Su corazón se acongoja cada vez que ve como sus ojos brillan por alguien más, pero no hay nada que pueda hacer. Ella nunca se fijará en alguien como él, es algo absurdo de su parte el siquiera imaginarlo.

Totalmente abatido, decide bajar con cuidado las escaleras, sin hacer ningún ruido para no ser descubierto, y salir del teatro de la misma forma que entró. Una vez fuera mira su reloj, ocho treinta. No tiene ningún lugar a donde ir, sin embargo, tampoco tiene deseos de volver a casa.

Comienza a deambular por las calles, con la cabeza cubierta y las manos en los bolsillos, hasta que siente un pedazo de papel en uno de ellos. Lo saca y desenrolla para leer el contenido "el club de los amores imposibles". Se queda algo confundido por unos segundos hasta que recuerda que fue el doctor Toledo quien se lo dio. Hay una dirección que el mismo doctor escribió.

Tal vez fuera patético, incluso ridículo el solo hecho de sopesar la idea de ir a reunirse con un grupo de desconocidos que, al igual que él, son rechazados. Sin embargo, decide ir de todas formas. Hacer eso le parece una mejor idea que volver a encerrarse en esas cuatro paredes y repetir en su cabeza una y otra vez las imágenes de Diana abrazando y besando a Jordan. Detiene un taxi y le indica la dirección.

Al llegar se encuentra con un local con ventanas de cristal desde donde se puede ver un grupo de personas de diferentes edades sentadas en círculo. Cerca hay algunos edificios y una tienda de música cerrada, por la hora asume. Se acerca a la puerta, pero duda de si tocar o no. No es necesario, ya que esta se abre de par en par. Un chico regordete de estatura baja, pelo castaño y mirada amable, se para en frente con una sonrisa en los labios.

—Hola, ¿quieres pasar? —le pregunta.

—Yo... no... no lo sé —tartamudea nervioso, al tiempo que se rasca la nuca.

—Está bien, pasa. Bienvenido al club de los amores imposibles.

Ulises entra al tiempo que el chico lo presenta como un nuevo integrante y todos le aplauden. Él de reojo a todos los presentes, hasta que sus ojos se detienen en una mujer de ojos verdes que lo mira con una seductora sonrisa carmesí.

Durante dos horas se sienta a escuchar la historia de una chica de dieciocho años que acosa a su crush del colegio con perfiles falsos en redes sociales, también la de un hombre mayor, quien desde hace veinticinco años está enamorado de la esposa de su hermano. Todo este tiempo ha sentido la imperturbable mirada de la chica de ojos verdes, él también la mira, aunque con un poco más de disimulo. Es increíblemente hermosa, de piel clara y pelo negro, lleva un vestido ajustado y uñas tan rojas como sus labios.

No entiende que hace una mujer así en un lugar como ese, pero lo que menos entiende es por qué lo mira a él, que siempre ha sido invisible.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora