Capítulo Trece

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Verónica se despide de Ulises luego de haber ido a su apartamento con una botella de vino y terminaran teniendo sexo en el sofá. El chico había ido al grupo solo para verla, quería contarle lo que había hecho y como se sentía al respecto. Ella lo escuchó atentamente y le explicó, que no tenía nada de malo el vigilar a Diana, desde el jardín de su casa todas las noches desde que consiguió su dirección. La estaba cuidando, era su amor lo que lo impulsaba a cometer todos esos actos que ahora parecen una locura, pero que más adelante rendirán sus frutos.

La mujer sonríe con ternura al pensar en él. Le recuerda mucho a ella antes de descubrir la clave del amor. Como sufrió cuando los chicos que le gustaban la rechazaban constantemente. Al principio ella no lo entendía, era lista, sexy, complaciente y dispuesta a satisfacer todos y cada uno de sus deseos, pero siempre la dejaban, le llamaban loca y asfixiante, no eran capaces de comprender su forma de amar hasta que descubrió que no estaba haciendo las cosas bien, que el amor debe demostrarse de forma dura y sin flaquear, y solo así escucharas las palabras te amo.

Estaciona su auto en el garaje de su casa. Desde fuera ve las luces encendidas a pesar de que son casi las once y esto le hace fruncir el sueño. Baja del automóvil y camin hasta la puerta con los tacones en la mano. Al entrar ve que él, está sentado en el sofá mirándola con un gesto de desaprobación, ella lo ignora, deja caer los zapatos al suelo y continua su camino hacia la cocina, donde se prepara un sándwich, se sienta en una de las sillas del comedor para devorarlo con tranquilidad.

—¿Estuviste con él cierto? ¿Con ese chico albino? —le pregunta el hombre que la siguió hasta la cocina.

—Su nombre es Ulises, no chico albino. Y eso no es de tu incumbencia —responde sin inmutarse.

—No debería estar en el grupo. Si se está revolcando contigo significa que él no está en verdad enamorado —declara.

—No seas dramático Óscar, solo nos hacemos compañía. Puedo asegurarte que en verdad la ama, tanto que creo que es un candidato perfecto para el proceso —dice mirándolo a los ojos por primera vez desde que llegó.

—¿Él? ¿Estás segura? —la cuestiona.

De repente un ruido capta la atención de ambos, persiste por unos minutos antes de detenerse.

—Ha estado así toda la noche —dice Óscar con desgana.

—¿Le diste de comer?

—Lo intenté -admite encogiéndose de hombros.

—Maldición Óscar, ¿para qué diablos te dejo en la casa si no vas a servir para nada? Te juro que si no fuéramos familia ya te hubiera echado a la calle —le dice enojada.

—Sabes que no estoy aquí por gusto, no puedo irme hasta que dejen de buscarla, tú misma lo dijiste.

—Si hubiera sabido que serías tan inútil hubiera dejado que te entregaras y te pudrieras en la cárcel.

Sin esperar su respuesta, Verónica, se levanta de la silla, dejando el sándwich a medio comer, y se dirige al refrigerador de dónde saca un plato de avena instantánea fría, lo toma y sale de la cocina con él en la mano. Se dirige hacia el sótano, enciende la luz que alumbra las escaleras y las baja despacio. Su expresión de furia se suaviza al verlo allí... esperándola.

—Hola, amor, ¿me extrañaste? —le dice con ternura, pero no recibe respuesta—. Quiero contarte algo, hace unos días conocí a un chico. No te pongas celoso, es solo un amigo, pero decidí que quiero ayudarlo a que sea feliz, tan feliz como yo lo soy contigo... porque somos muy felices ¿Cierto?

—Te amo... te amo...

Ella sonríe al escucharlo decir estas palabras y se sienta en su regazo.

—Lo sé, amor; ahora abre la boca, necesitas comer...

Diana sale de ducha y entra en la habitación con la toalla enrollada alrededor de su cuerpo, sin saber que cada uno de sus pasos está siendo observado desde la distancia

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Diana sale de ducha y entra en la habitación con la toalla enrollada alrededor de su cuerpo, sin saber que cada uno de sus pasos está siendo observado desde la distancia. Se acerca al almario y de allí saca un vestido largo negro de tirantes, que cree perfecto para la ocasión. Se sienta en su buró, frente al espejo y empieza a maquillarse y a peinarse, cuidando de verse sencilla y delicada. Por último, se pone los zapatos y algunas joyas.

Desde un árbol de su jardín, en el que se subió con sigilo, Ulises se deleita con el resultado de su rutina. Su miembro aún está erguido por la excitación que le provocó verla desnuda, aunque sea unos segundos. Extiende sus manos en el aire para simular tocarla, pero vuelve a extraerlos al escuchar el claxon de un auto que se estaciona frente a la casa.

La chica sale de la habitación, sabiendo que ese sonido indica que Henry ha venido por ella, se despide de su tía y prima pequeña, y cruza la puerta para toparse con un sonriente bailarín de rasgos asiáticos que la espera, recostado de su Mercedes Benz último modelo.

—Estás hermosa esta noche —le dice antes de besar el dorso de su mano derecha.

—Gracias... —Diana retina la mano, intentando no verse tan incómoda como se siente.

El trayecto en la carretera fue de unos cuarenta y cinco minutos antes de llegar a la mansión de los padres de Henry. Diana se queda asombrada al ver la espectacular entrada adornada de luces que recorren hasta llegar al portón principal de la inmensa casa. El jardín está lleno de personas elegantemente vestidas y camareros que van de aquí para allá con bandejas llenas de bocadillos de caviar y champaña. Las enormes estructuras de hielo de distintos tipos de animales que trasmiten una luz fluorescente son la atracción principal. Definitivamente es una fiesta de alta sociedad.

Henry la toma de la mano y la guía a través la multitud hacia sus padres para presentárselos. Al llegar a ellos, Diana se topa de frente con una mujer alta de piel bronceada de forma artificial, con el pelo rubio, ojos azules y pechos operados. En las arrugas de su frente y ojos puede calcular que tiene más de cincuenta; su esposo, por otro lado, es aún más alto, de piel blanca, ojos cafés, pelo oscuro y en muy buena forma para su edad. Al ver estos rasgos anglosajones en ellos, Diana inmediatamente adivina que Henry es adoptado.

—Papá, mamá, quiero presentarles a una... amiga muy especial. —La chica nota el titubeo antes de llamarla amiga.

—Mucho gusto, mi nombre es Diana Cortez —se presenta.

—Pero si eres hermosa, ven aquí, querida. —La madre de Henry se acerca a ella y la envuelve en un brusco abrazo que hizo tambalear.

—Así es, toda una belleza —corrobora su esposo-. Debiste traerla antes hijo.

—Eso intenté padre, pero ella es muy escurridiza.

—Mi hijo y tú harían una excelente pareja, se ven perfectos juntos.

—Además de que es un gran partido, algún día todo esto será suyo.

Diana se empieza a sentir mareada con la descarada propaganda de los padres de Henry para emparejarla con su hijo, y empieza a cuestionarse si ir allí, fue una buena idea.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora