Capítulo Treinta Y Cinco

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Diana Intenta con toda se su energía alejarlo de ella, pero es imposible. La sujeta con tanta fuerza que apenas si puede respirar.

—¡Ulises, suéltame por favor! ¡Me estás lastimando! —grita desesperada.

Pero él no escucha. Sus ojos rojos están dilatados y su mirada refleja una ira insaciable. Con sus uñas araña sus brazos, pero su agresor ni siquiera se inmuta; entonces decide golpearlo en el rostro con los puños cerrados con los mismos resultados.

Su corazón late cada vez más rápido producto del pánico y su garganta se ha cerrado casi por completo, ya no puede gritar ni emitir ningún sonido. Todo su cuerpo se retuerce de desesperación y dolor, sin embargo un atisbo de esperanza la ilumina cuando nota un pedazo de vidrio de las copas rotas en el suelo. Estira su brazo tanto como puedo hasta alcanzarlo y lo clava en la muñeca de su atacante.

Ulises emite un alarido de dolor y retira su mano herida del cuello de Diana, quien por fin logra respirar otra vez aunque con mucha dificultad y dolor.

—Diana yo...

—¡Eres un maldito asesino! —grita entre sollozos— ¿Cómo pude pensar que había algo bueno en ti? Tú siempre serás un monstruo.

Ulises no dice nada, solo lo se queda parado, mirando a la nada, aún sin poder creer lo que acaba de hacer. Mira su mano herida, la misma mano con que atacó a Diana creyendo que era Verónica. Ni siquiera siente dolor a pesar que aún tiene el vidrio incrustado. Lo único que siente es vergüenza y repulsión de sí mismo. Ahora está totalmente convencido de que ha perdido la razón.

La culpa de ver el cuello lastimado de Diana y sus lágrimas rodando por sus mejillas es demasiado intensa para poder soportarla. Sale corriendo de la cabaña y cierra la puerta de tras de sí, encerrándola una vez.

Ni siquiera puede cumplir su promesa.

En cuanto llega a su apartamento, Ulises se quita el pedazo de tela con que envolvió su mano para cubrir su herida y retira la sangre con agua de su lavamanos

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En cuanto llega a su apartamento, Ulises se quita el pedazo de tela con que envolvió su mano para cubrir su herida y retira la sangre con agua de su lavamanos. Busca en su botiquín de primeros auxilios antibióticos y vendas para curarse él mismo.

La expresión en los ojos de Diana después de lo que hizo aún lo atormenta. No puede creer lo que hizo, estuvo a punto de matarla aún cuando prometió jamás lastimarla. Está totalmente convencido de que debe de entregarse a la policía. Es la única forma de terminar con esa pesadilla.

Sorpresivamente alguien toca a la puerta. Se acerca extrañado, pues no espera a nadie, aunque rápidamente recuerda que el doctor Toledo de dice que le enviaría una nueva receta para comprar más medicamento y asume que puede tratarse de un mensajero que vino a entregársela.

Abre la puerta despacio, sin embargo quien está del otro lado empuja y lo golpea varias veces con un objeto pesado en la cabeza, haciendo que caiga al suelo noqueado.

El club de los amores imposibles (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora