CAPÍTULO 6 VERDADES OCULTAS

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Matus vió en los ojos de Raymond la desesperación por encontrarlas, se encerró en su oficina para que nadie lo escuchara, marcó a su casa, pero sabía que Carla no podía contestar el teléfono, llamó a su esposa para ponerla al tanto de la situación.

Matus les avisó a los peones que iría a ver a su esposa, no tenía otra excusa para poder abandonar su trabajo, Carla debía estar enterada de lo que decía Raymond Steele.

Ya había pasado un año desde el nacimiento de Anastasia, Carla se sentía mal por no trabajar, necesitaba salir de esa casa, ahí tampoco era libre, no podía salir mucho para que los peones no la vieran, por lo que buscó la manera de irse con su hija a otro lado, les dejó una carta a Matus y su esposa, le agradecía todo el apoyo que le brindaron, pero necesitaba respirar y buscar un empleo.

Matus entró a su casa llamando a Carla, se puso nervioso al no encontrarla, pensó que Don Alejandro la hubiera encontrado y se la haya llevado, pero al ver la carta sobre la mesa del teléfono respiró, empezó a leer la carta:

Queridos Matus y Hannah:

Les agradezco mucho su apoyo, pero esto no es lo que quiero, no puedo estar encerrada tanto tiempo, espero entiendan mis razones, en toda esta región soy conocida, por lo que buscaré algo más distante, no les he tomado nada de dinero, sin embargo, recuerden que yo tenía algunos pequeños ahorros y espero que con eso, sea suficiente para encontrar donde quedarnos, cuando esté establecida les llamaré, se los prometo.

Me llevo la carriola, el porta bebé, y para no cargar las maletas, me llevo el trenecito que le hiciste a mi hija con los huacales para las frutas, ya que tiene ruedas, aunque son tres huacalitos, puse el de mayor peso en medio, me llevo comida enlatada y algunas frutas para el camino, al igual unas botellas con agua.

Si en un tiempo razonable no encuentro nada, les juro que regresaré, los quiero, nunca voy olvidar lo que hicieron por mí y mi hija, quería que fueran los padrinos de bautismo de Anastasia, aún lo quiero, espero que ustedes estén de acuerdo.

Cuento con su discreción, sé que mi padre me sigue buscando, no se para que me quiere encerrada en su casa, recuerdo el susto que me llevé cuando vino a tu casa a preguntar si me habían visto, a esa hora Anastasia estaba dormida y pude verlo desde el ventanal, si tan solo hubiera entrado, se hubiera dado cuenta que estaba yo ahí, ya que en la estancia estaba la carriola y la andadera que le regalaron a mi hija, además de su oso de peluche.

Esto no es un adiós, es un hasta luego, lamento no poder quedarme, sé que pronto regresarán sus hijos e irá mucha gente a saludarlos, tarde que temprano me descubrirían. También sé que no dejarían que mi padre me regresara a la fuerza, pero lo que menos quiero es tener un enfrentamiento con él, quiero dejar las cosas como fueron y estar en paz.

— Raymond llegó al local del mercado, se daba de topes al saber que estaba muy cerca del hospital, cuando entró, vió a su suegro cerrando el negocio, los padres de Raymond lo miraban detenidamente, cuando volteó Alejandro, los miró y saludó muy cortante.

— Pues bien, yo soy Alejandro May, padre de la afectada.

— Ellos son mis padres, Dylan y Sherlyn Steele, usted ya conoce mi nombre.

— Mi hija llegó ese día de la graduación llorando amargamente, me dijo que la perdonara por haber cometido un error y que estaba embarazada, que el padre de su hija se iba a casar con otra persona, eso es todo lo que me dijo ella, la pobre estaba muy triste, se sentía muy mal con eso del vómito y mareos, no quiso que la llevara al hospital, no quería saber nada fuera de la hacienda, yo como su padre, respeté su decisión, no fue hasta que venimos aquí a Seattle, para registrar a mi nieta, cuando me enteré que el padre de mi nieta era usted, recordé su nombre y su apellido, se veía un chico con valores joven, pero ya veo que carece de ellos.

LA SOMBRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora