Introducción

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Un collar, un cuaderno en blanco y las llaves de un auto.

Eso tuvo Harold Richardson escondido bajo su cama, como si de dinero se tratase, los últimos veintiocho años de su vida. Los metió en una bolsa de plástico, misma bolsa que colocó dentro de una caja de zapatos. Un escondite tan malo que nadie con una pizca de astucia podría creer que sería el lugar perfecto para guardar algo de suma importancia.

Todas las mañanas, al despertar, revisaba que las tres piezas siguieran ahí. Tal y como las había puesto un joven Harold de cincuenta años. Ya no podía esperar más para dárselos a sus nietos, sin embargo, por el bien de todos, debía aguardar a que su corazón dé uno de sus últimos latidos para que cada uno recibiera su parte.

El collar era robado, eso no lo llenaba de orgullo, pero sin este estaría perdido.

El cuaderno era común, como cualquiera que consigues en las librerías de todas las zonas del país. En las manos y circunstancias correctas, era cuando sucedía la magia.

Las preciadas llaves de su convertible Cadillac Eldorado. El primer auto que compró junto a Cecile Santana, tres meses antes de que ella falleciera. El carro lo vendió a un precio económico a un vecino de aquel entonces. Lo relevante eran las llaves. Sin ellas, el resultado no variaría.

Esta vez, no había tiempo para errores. Su misión tenía que cumplirse, aunque a más de uno le fastidiara.

Y vaya que lo haría.

Y vaya que lo haría

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