Capítulo veintidós

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¿Me perdonan por lo de ayer o ya no somos amix? JAJAAJ prometo que se vienen tiempos mejores.

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Aparecemos en un callejón. La parte trasera de una cafetería, para ser exactos. De uno de los edificios aledaños proviene a todo volumen una canción de Stevie Wonder, uno de los cantantes favoritos de papá.

You must have known that I was lonely.

Because you came in my rescue, oh oh oh.

Gina está apoyada sobre una pared de ladrillos y noto que efectivamente su ropa es distinta y que el collar cumplió con la manera de camuflaje. Cosa que no sucedió cuando viajamos desde Wynt hasta el 2017, probablemente porque el uniforme de Wynt es válido para todas las épocas. Gina viste plataformas, un pantalón acampanado de talle alto y una camiseta sin mangas que deja al descubierto parte de su abdomen. Se sorprende al verme también con una vestimenta distinta.

El atuendo de Junior deja mucho que desear, permite ver lo delgado que es con esas ajustadas prendas. Sus ojos casi se salen de órbita y lleva sus manos a los bolsillos de su pantalón, su rostro se relaja cuando siente el reloj de Wynt y me lo enseña.

—¿Lo logramos? ¿Estamos en los años setenta?

—Por supuesto que sí. Ese es un éxito de hace dos años de Stevie Wonder —presume Junior—. Estamos en 1974. ¿Cómo saber el día?

Señalo la cafetería y ellos asienten. Nos encaminamos hacia la puerta principal para escuchar la radio de la cafetería en la que suelen decir la fecha o, de lo contrario, encontraremos algún puesto de periódicos. Lo siguiente sería ubicar la casa de Harold y Cecile. No es tan difícil, Raymond me lo mencionó en una oportunidad y según recuerdo, no está muy lejos de aquí.

Raymond...

Mi corazón retoma las palpitaciones aceleradas y siento que los vellos de mi piel se erizan. Sé que las palabras de Gina debieron motivarme y hacer que me sienta mejor conmigo misma, pero no puedo evitar recordar que el más mínimo error condenaría su vida, la de Samantha y la de William.

Los de Wynt no pueden salirse con la suya, no después de que arruinaron el que iba a hacer el mejor año de mi vida. Me destrozaron por completo. Oliver lo hizo.

Una campana nos alerta que hemos ingresado a la cafetería. De inmediato, una señora que lleva una taza de café hacia una de las mesas nos observa y se fija en mí más de lo que me gustaría. Veo venir lo que ocurre con anticipación.

Qué asco.

Su boca se mueve con disgusto y nos evita el paso.

—Creo que te ha habido un error. Puede que no sepas leer, pero tenemos ese cartel ahí —explica sin dejar de mirarme. Solo a mí. Su dedo índice me lleva a un pequeño letrero situado en una de las paredes "No se admiten negros".

En otra ocasión habría discutido. Si tuviese más tiempo me pasaría el día completo dándole una lección como mi madre me enseñó, el problema es que el tiempo nunca ha estado de mi lado y es lo que más escasea. Muerdo mi labio y me dispongo a salir cuando Gina me toma del brazo. Ella. Rubia, ojos claros y con la piel pálida por haber pasado quién sabe cuánto tiempo encerrada en una celda. No creo que sea buena idea lo que vaya a hacer.

—Mire, racista. Harriet es mi amiga y es mucho mejor persona que usted. Nos iremos, no por su cartelito, sino porque encontraremos un lugar con sentido común. —Pone los ojos en blanco y nos jala a Junior y a mí al exterior. Las últimas horas anda más lista de lo esperado—. Al frente venden periódicos, vamos —espeta. Cruzamos la calle juntos y ella no deja de hablar de lo sucedido—. ¿Vieron su cara? ¡Y la de los demás clientes! ¿Cómo pueden dejar que esas cosas sucedan? Estos años necesitan un arreglo.

ÁgataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora