Capítulo veintitrés

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Más de una vez en mi habitación me invadió la duda de si mi vida era un tablero de ajedrez y yo era una pieza más. Alguien me movía a su antojo y yo no podía hacer nada al respecto porque ya todo estaba dicho.

Creía que mis esfuerzos eran en vano porque carecía de poder sobre mis decisiones y sobre mi propia vida.

Hoy compruebo que estuve equivocada por mucho tiempo. Que no todo está dicho y que entre el libre albedrío y el destino no hay un ganador definitivo. El destino existe, pero ningún jugador de ajedrez nos mueve. Cada uno es el dueño de su juego y de sus propias decisiones.

Lo sé porque no se ha cumplido el patrón de lo que ocurrió con los anteriores intentos del abuelo. Lo sé porque después del susto que nos provoca un conductor ebrio pasándose la luz roja, Gina tiene el tiempo y el espacio para avanzar y sacarnos de ahí.

Se estaciona a unas calles y voltea a mirarnos.

—¿Todos bien?

Junior asiente al instante.

Cecile, mi abuela, tiene los ojos abiertos y el corazón acelerado. Estoy igual, talvez peor al pensar que la vería morir en mis narices o que moriría con ella dejando a mi familia sin explicación alguna.

—Estamos bien —titubea, tocándome el hombro. Ella es la adulta y también es madre de familia, es normal que se preocupe más por nosotros mismos que por ella. ¿Sentirá la misma conexión que yo? —. No estamos muy lejos, pueden dejar el auto por aquí. A menos de que quieran entrar a verme, no he traído ningún invitado porque Harold trabaja y mi hija la pasaría llorando sin entender nada.

—Entraremos —respondo por todos.

—En ese caso no necesitaré este respaldo —contesta, señalando sus vestuarios de repuesto—. Con tres acompañantes nadie se atreverá a molestar.

Entramos junto a ella al edificio. No es tan grande como parece por fuera. Parece un set de televisión my antiguo o abandonado, que decidieron transformar en el escenario para los bailarines que se presentarán hoy.

La ropa de las participantes no varía tanto como creí. Es el clásico tutú, pero de diferente materia y color. Me atrevo a decir que más elegante y con detalles que los que yo he llegado a usar.

Los chicos y yo nos sentamos en la segunda hilera de asientos, sin perder de vista a mi abuela. Hemos pasado el clásico fallecimiento que tenía predestinada, pero nada nos asegura que la muerte vendrá o no de otro modo. Debería pensar más en eso, en si hay algo sospechoso en la escena, si hay alguien de Wynt cerca, no obstante, mi único pensamiento recurrente es que la abuela está a minutos de competir. Por fin.

Siento que poco a poco todo cobra sentido.

No empatizo al cien por ciento con el abuelo, pero quiero entender sus motivos para hacer todo esto por alguien a quien yo solía ver como una mujer más. Una de las razones es la que no tardo en identificar: Cecile no es una mujer más. Es de esas pocas personas que te enseñan que el mundo vale la pena, bastó con un par de minutos a su lado para darme cuenta de todo lo que me transmitía su sola presencia.

De una u otra forma me acuerdo de lo que en su momento sentí con Oliver.

Es muy buen actor.

El presentador llama a mi abuela por el micrófono, es su turno y estoy cada vez más segura de que la competencia es suya. Ella participa contra los mayores de veinte años. Hay mujeres más jóvenes que ella, pero no se deja intimidar y, enfocándose solo en ella, se agarra de una de las barras de ballet adheridas a una pared. La sujeta con el brazo derecho mientras el izquierdo se estira y su pierna de ese mismo lado marca el ritmo del primer Gymnopédie.

ÁgataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora