Capítulo dieciocho

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Mis siguientes días, para mi pesar y el de Betsy, se convierten en conversaciones de Oliver. Llega un punto en el que estoy mirándome en el espejo del baño y me mojo la cara para salir de la ensoñación en la que salto en las nubes de la mano con él.

¿Qué me ha hecho?

Will y Ray no saben que ocurre exactamente, pero están hartos de verme con el celular en vez de prestar atención a sus mejoras del plan y entrenamientos. Hasta Junior me derribó en una pelea de práctica, fue lo más humillante de la semana.

—¿Cómo vas a darle pelea a un guardia si estás así? —me recrimina William.

Tiene suerte de que no estemos en la oficina del abuelo porque le tiraría uno de esos libros gordos. Ray hizo un poco de magia para sacarnos a todos de casa y llevarnos a una zona un poco alejada de nuestro barrio, era una vieja cancha de básquetbol, ni siquiera hay canastas, así que nadie nos presta atención. ¿Cómo regresaremos y meteremos a cuatro desconocidos de regreso a casa? Buena pregunta, Raymond sabe la respuesta, yo no.

—¿Qué tal esto, Will? —cuestiona Ray con las cejas alzadas y con la emoción a tope por haber desestabilizado a Junior con una patada en el estómago—. Voy aprendiendo, eh. Y dicen que nadie es perfecto.

¿Will? ¿Desde cuándo se toman esa confianza? La única que lo llama Will sin que él rechiste soy yo, pero al pelirrojo no parece molestarle y le muestra el pulgar hacia arriba.

Mi hermano le extiende la mano a Junior y este la acepta después de escupir al suelo. Gina hace una mueca asqueada y se pone a cantar para inspirarnos, según ella.

—Deberías probar con Harriet, ella es dura.

Me provoca un retorcijón en el estómago que se refiera a la chica que casi ahorco en Wynt, porque él no lo sabe, el único que estuvo ahí fue Will y él no andaría de chismoso repartiendo mis "hazañas" como su pupila.

—¿No la tumbaste el otro día? —se mofa Ray, limpiándose el sudor de la frente con su camiseta sin mangas.

—Es buena —indica Will en mi defensa—. Menos estos días, por eso mismo el gas en Wynt era importante.

—Será motivo de que fabrique un poco más para ella a ver si deja de pensar en el payaso ese —añade Junior, dejándome con la mandíbula desencajada.

—¿Y tú cómo sabes que pienso en un payaso?

—Yo les conté —dice Ray—. No es mi culpa que dejaras tu celular en mis manos justo cuando el muñequito de torta te mandó un mensaje cursi con emoticones de monos, es más, me debes dinero por el jarabe que tuve que tomar para retener el vómito. Ahora, ¿en qué estábamos, Will?

Eso es todo.

—En que te daré una paliza.

Le lanzo mi botella de agua al niño, quien la atrapa torpemente. Él y Gina están sentados a unos metros disfrutando de mi pequeña revelación. Ella aplaude y vitorea a mi favor.

—¡Mujeres! ¡Mujeres! Destrúyelo, Harriet, sin piedad. —Se detiene un momento—. ¡En la cara no, es guapo!

Raymond se pone en posición, su pie izquierdo está muy atrás, mal inicio. Will me toma del hombro, intentando evitar una mala decisión por mi parte, comprendo que haya sido testigo de cómo me dejaban las peleas en Wynt y que la única vez que estuve cerca de ganar casi me convierto en asesina, pero esto no es para tanto. Solo quiero darle una lección.

—Hermanita, me pones en una difícil situación. No quiero lastimarte.

—Oh, no lo harás.

Finjo atacarlo por la derecha con mi puño, él me esquiva sin darse cuenta de que mi pierna izquierda va hacia su pantorrilla. Su quejido es música para mis oídos. Le dedico una sonrisa ladina y espero que me devuelva el golpe.

ÁgataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora