Capítulo diez

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Cuando te dicen que algo es imposible, lo primero que hace uno, por instinto, es demostrar lo contrario. O al menos intentarlo. Creo fielmente que nadie puede decirnos de lo que somos capaces. Si te esfuerzas, deberías conseguirlo: causa - efecto.

Sin embargo, ya se ha comprobado que en los laboratorios Wynt siempre se debe esperar lo inesperado. Y eso mismo les advertiría sobre mí, porque ellos, por más que presuman conocer la línea del tiempo y protegerla, no conocen del todo a Harriet Eli, ni de lo que ella es capaz.

Me lo repito mentalmente cada día antes de desayunar, quizá así sea más sencillo planificar el escape perfecto para mí y mis tres compañeros. Suena descabellado, sobre todo, porque son pocas las puertas que no tienen un guardia (por no decir ninguna). Además, eso de acercarme lo suficiente a William para ganármelo no marcha sobre ruedas si él no ha vuelto desde entonces. Debe estar cumpliendo otro castigo que hace que quien nos traiga las comidas sea Kit. No es que el físico lo sea todo, pero ni Gina fue capaz de seducirlo en su momento, yo tampoco lo haría.

—Estás muy callada desde tu paseo con el pelirrojo —acota Junior. Me rehúso a dirigirle la mirada, no por resentimiento (sí me incomodaron sus palabras del otro día, pero no tiene caso discutir aquí), sino que su huelga de hambre y de ducha se mantiene en pie y sus costillas son más visibles que nunca. Su imagen es deplorable.

—Y desde entonces no ha regresado —repara Gina con la voz pintada de curiosidad—. ¿Qué hicieron?

—Nada —Y no miento, realmente no sucedió nada—, lo que sea que le haya pasado no tiene nada que ver conmigo.

Junior asiente con la cabeza ladeada, no debe creer ni una sola de mis palabras y no puede darme más igual. Mi cabeza está más centrada en lo que me depara hoy, tengo más entrenamientos de batalla cuerpo a cuerpo y me he convencido de que todo estará bien siempre y cuando no me deje dominar por las emociones.

El problema es que es lo primero que hago apenas pongo un pie fuera del edificio, pero hoy será diferente. Lo sé.

Para variar, Kara es la primera en venir a recogerme. No es santa de mi devoción, no obstante, cualquier persona es mejor que Cornell. Aunque ella haya estado a punto de golpearme la última vez, de alguna manera me lo merecía.

Conforme nos alejamos del resto de empleados y la puerta se abre ante nosotras, mi pulso se acelera y comienzo a sentir esa particular pesadez en el estómago. Todas las palabras de aliento que me dediqué más temprano no sirven de nada al momento de la verdad.

Estoy destinada a fracasar.

Siento un mal sabor de boca y mi rostro se calienta.

¿Estoy destinada a fracasar?

No lo creo.

Kara me deja junto a los demás prisioneros —o próximos guardias— y se devuelve a sus asuntos.

De nuevo los sentimientos vienen a mí de golpe, cada herida que creía cicatrizada vuelve a sangrar y me lleva de rodillas al piso.

—¿Cuántas veces más tendrás que salir para que deje de afectarte?

Me sobresalto cuando reconozco esos botines negros y esa voz gruesa. Levanto la cabeza y está él, después de tanto tiempo me extraña verlo, sin embargo, de alguna manera me reconforta ver que no lo han asesinado, o el método de castigo que consideren pertinente aquí.

—Levántate, Harriet. —Rueda los ojos y se da media vuelta para acercarse a otro de los chicos. Me sorprende que Will actúe siempre como si nada le pasara. ¿Así seré algún día?

Me acomodo en una banca, que no es más un trozo de madera apolillada, pero nos sostiene a mí y cuatro personas más. Los otro cinco están en el suelo por llegar después que nosotros.

ÁgataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora