Capítulo ocho

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Llega el día de mi primer entrenamiento y no me entusiasma para nada ser enviada a una preparación.

En lo más recóndito de mí, sé que la única perjudicada seré yo. Me convertiría en uno más de sus robots que actúan sin voluntad propia, cegados por el miedo que les imponen los de altos cargos, como el jefe de Wynt o Cornell. Ambos caminan por el laboratorio como auténticos dioses. Líderes de una religión que cree que hace lo correcto al encerrar y secuestrar a menores de edad, excusándose con que "cuidan la línea temporal".

Mi noche no fue mejor que las otras, incluso Gina se ofreció a cantarme algo a mi elección con tal de que pudiese conciliar el sueño, pero nada sirvió. No hay espejo ni nada reflectante que me permita verme, pero sé que mis ojeras se profundizan y oscurecen con el pasar de las noches. Así como mi cabello brilla por lo grasoso que está. Resulta que tenemos derecho a tres duchas a la semana, siempre y cuando cumplamos con los entrenamientos.

William llega como cada día con el carrito donde apoya nuestras bandejas de comida. Por primera vez, no le ofrezco nada al niño, lo necesito más. Nuestro guardia se percata de ello y se cruza de brazos frente a mi celda. Desde ese ángulo sus brazos lucen más anchos.

—Si te lo tragas todo vas a vomitar antes de siquiera haber peleado —aclara, poniendo los ojos en blanco.

—¿Entonces es definitivo qué me enviarán para ser guardia o defensora? ¿No puedo ser cocinera como Gina?

—¡A mí no me metas! —grita la mencionada.

—Quizá no lo sepas, pero te conocen mejor que tú misma. Saben que tienes material para pelear. —William da un paso al frente, muy cerca de las barras de metal que nos separan y sus ojos detallan cada parte de mi cuerpo. Reacciono y me remuevo en el colchón—. Ahora que te veo, no sé por qué. Eres muy delgada y mírate... ¿cómo te hiciste esas heridas?

Sigo la dirección de su mirada. Se refiere a las marcas ya casi inexistentes que me dejaron los incansables ensayos en el estudio de baile.

—Pensé que aquí me conocían —comento, con la única intención de tomarle el pelo.

—A quienes les importas, ese no es mi caso. —Se da media vuelta para extenderle la comida a Gina y Junior—. En media hora vendrán cuatro supervisores para llevarlos a los adiestramientos. Compórtense.

Son los treinta minutos más lentos y tortuosos de mi existencia. A Junior y al niño se los llevan antes. Los supervisores los agarran como a una bolsa de basura, jalándonos del brazo con fuerza. No me sorprendería que ambos tengan los bíceps marcados con los dedos de los trajeados.

Después, viene la compañera de Cornell, la mujer que lo acompañó a mi casa. Agradezco que no sea él, sin embargo, ella no tiene una actitud muy distante a la de él ni a la del resto de los supervisores. Abre la celda con una llave similar a la del jefe, debe de haber varias copias.

Cruza las manos en su espalda baja mientras salgo tras las rejas. Aprovecho la breve libertad que me da antes de esposarme para por fin ver a la dueña de las suaves melodías y darle una imagen física más allá de la mental que tengo de ella.

Sin palabras. Gina es la mujer más hermosa que he visto.

Con razón le es tan fácil manejar a los guardias a su antojo. Mece su cabeza de lado a lado mientras silba. Sus pestañas largas y rizadas destacan los ojos verdes que posee. Me da pena que tanta majestuosidad deba esconderse en estas cuatro paredes.

—Estás más buena que en mi mente —expresa, cuando repara en mí—. ¿Sí o no, Kara?

La trajeada asiente mientras me pone las esposas.

ÁgataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora