Capítulo cuatro

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Salir de compras un sábado es un ritual en la vida de mi padre. El hombre es un fanático de hacer las compras semanales, así como de preparar los desayunos los domingos. Podría decirse que es de esos pocos hombres que realmente disfrutan de pasar el tiempo con la familia y protegerla. Sé que él haría todo por mí sin siquiera pedírselo. A excepción de una sola cosa.

Salir con chicos. Solo una vez en mi vida me atreví a mencionarle el tema, no planeo repetir aquello. Terminamos envueltos en una discusión que, como era de esperarse, perdí. Ahora él es feliz ignorando que 'salgo' con un muchacho.

—Trae uno de esos cereales con malvaviscos, seguro que a Alex le gustan —pide, mientras gira con el carrito del supermercado.

Estamos en mi pasillo favorito. El de cereales y galletas.

—Ya vuelvo. —Me encamino hacia la caja de cereales que él sugiere, pero una espalda ancha y forrada por un traje negro se interpone en mi camino—. Permiso, señor.

La persona se congela al escucharme y, sin darme tiempo a reaccionar, corre en dirección contraria, dejando solo un indicio de que alguna vez ha estado aquí.

Una pieza circular y del tamaño de una uña se asoma por debajo de una de las estanterías de productos. Gracias a la luz artificial del supermercado, brilla y acapara mi vista por completo. Como la princesa Aurora atraída por el huso de la rueca, caigo por completo en la tentación de recoger aquello que al señor se le desprendió de la ropa en su intento de huida.

Una vez en mis manos lo identifico al instante. Por desgracia, reconocer su procedencia hace que cada vello de mi piel se erice. La palabra Wynt tallada en el reducido diámetro del pin metálico es sinónimo de que algo malo sucederá.

Estoy convencida de que quizá pueda encontrar de nuevo a ese hombre. Debe ser el hombre que fue a mi casa en compañía de una mujer, ambos con traje.

Es uno de los que no envejece.

Obligo a mis pies a ir más rápido por el mismo camino que él había tomado segundos atrás. Lo único que encuentro al doblar por el pasillo es a una señora con su bebé en brazos.

Es imposible que haya simplemente desaparecido.

No son de este mundo.

—¡Aquí estás!

Suelto un chillido del susto y salto hacia atrás, provocando que las manzanas rueden hacia el suelo, una a una. Ahí, en la intersección del pasillo de cereales y el de frutas, me encargo de hacer el ridículo y avergonzar a mi padre y a mí.

—¿Qué pasó, hija?

Meto el pin metálico de los laboratorios Wynt en el bolsillo de mi buzo y le sonrío.

—Nada, me pareció ver algo. Creo que me alejaré un tiempo de las películas de terror.

Mi respuesta no le convence, pero debe ser por los empleados que nos piden alejarnos de ahí para que recojan las manzanas que solo asiente y me lleva con él a las cajas para pasar nuestras compras.

Cuando cierro la puerta del auto después de haber guardado las bolsas en la maletera, me mira significativamente. Mi padre y yo fácilmente podríamos ser la misma persona, salvo que él carga con una tonelada más de amor para dar. Siempre vi raro que un policía fuese tan cariñoso, pero entonces me di cuenta de que en su ambiente de trabajo es alguien completamente distinto. Hace temblar hasta al más machito de los delincuentes.

Además de su cariñosa personalidad, él es de tez clara. De pequeña mis compañeros lo veían recogerme de la escuela en la patrulla y preguntaban "¿Por qué tu papá es blanco y tú negra?". Sí, esa gente ya no es mi amiga.

ÁgataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora