-¿Cómo dice? –volví a cuestionar, segura de que había escuchado mal.
-Que fallecieron. Lo siento mucho, señorita. –dijo el joven, y se veía apenado.
-No…no…está bien…Gracias. –dije despacio intentando procesar la información.
.-Puedo decirle en que cementerio se encuentran, ya sabe, ellos son muy recordados por nuestra gente. –ofreció el chico.
-Sí, por favor. –le pedí y le sonreí con las pocas sonrisas genuinas que me quedaban.
Él volvió adentro y cuando regresó tenía un papel en mano.
-Aquí la dirección. –me entregó el papel. –Y le diría que tenga cuidado, señorita, es muy tarde y pronto las calles quedarán vacías.
-Gracias. –le dije y sonriéndole por última vez, voltee para regresar al hotel.
*
A la mañana siguiente, después de una noche casi sin dormir, me levanté a las siete y prendí el televisor de la habitación de hotel. Enseguida me arrepentí, no debí haberlo hecho.
En un canal de noticias, una periodista de cabello castaño hablaba ligeramente en alemán. Probablemente, la hubiese pasado por alto, si tan solo no hubiese tenido una foto mía a su lado en pantalla. Allí indicaba en varios idiomas: “Missy Lorenz. Científica prófuga. Recompensa para quien la encuentre.” Genial ahora era una maldita fugitiva internacional.
Gruñí, y comencé a sacar ropa de mis bolsos, incluyendo lentes y gorros, inclusive maquillaje. Puse mucho maquillaje en mi cara, exagerado, para que cuando tuviese que sacarme los lentes, no pareciera la chica de la foto que estaba fugada. Tomé una mochila y la llené de las cosas más importantes, por si cuando volvía no podía entrar al cuarto. Un poco de ropa, el expediente de Roth, su carta, dinero, teléfonos y tarjetas de crédito junto con las identificaciones. Aunque no las usaría, me rastrearían en menos de lo que tardo en parpadear.
Salí así del cuarto, con lentes de sol, sobre-maquillada y con un gorro de lana rosa. Un tapado grisáceo, unos pantalones negros y unas zapatillas de suela baja.
Me dirigí al ascensor, y bajé sola todo el transcurso. En recepción, la mujer me saludó normalmente y le devolví el saludo. Esa mujer no había visto las noticias, al parecer.
Tomé un taxi, y con dificultad le dije que me llevara al cementerio. Recorrimos las frías y pobladas calles de Berlín. Tardamos un poco en llegar, pero cuando lo hicimos bajé la atropelladamente que el taxista casi me persigue para que le pagara.
Lo hice, y lo vi alejarse, con una cara de pocos amigos.
Caminé a la entrada, luego de visualizar el nombre en la entrada: Cementerio de Berlín.
Un guardia vigilaba tranquilamente y asintió hacia mí cuando entré. Lo imité, pero no pude dibujar una sonrisa. Ni con un lápiz lo habría logrado, sinceramente.
Tuve que caminar hasta el fondo del amplio campo verde con lápidas, ya que estaba ordenado alfabéticamente y Wilhem iba casi último.
Caminé entre las lápidas de iniciales W, y cuando encontré la suya, me agaché y sonreí con tristeza.
-Hola, señor y señora Wilhem. Traigo un mensaje, de su hijo Roth. –anuncié, y me senté enfrente de la lápida gris y sin vida de ambos cuerpos. Al parecer, explícitamente, habían pedido ser enterrados uno junto al otro. La madre a la izquierda y el padre a la derecha.
Saqué con extremo cuidado la carta, y al ver las manchitas de sangre se me encogió el corazón.
Roth debería ser quien estuviese leyéndole a sus padres, no yo.
Carraspee, y abrí la carta.
-Queridos Mamá y Papá:
Hola, supongo. No me acuerdo mucho de ustedes, estas mujeres han hecho de mis recuerdos lo que han querido y apenas retengo pequeños fragmentos. Sé que debería recordarlos, lo deseo con todas mis fuerzas, sin embargo soy incapaz. Decidí hacer esta carta, porque sabía que corría un constante peligro y no quería arriesgarme a que nadie tuviese nada mío si algo me pasara, aunque ese alguien fuera la maldita rusa Alisa Kozlov. Ella me hizo la vida imposible, y no le deseo el mal, pero sí deseo que le aplasten la cabeza con un martillo. Si supieran cuánto he tenido que pelear con mi vida, padres, quizás se hubiesen replanteado el hecho de traerme al mundo. Desde que entré en esa organización, o más bien desde que me llevaron allí, no he hecho más que sufrir. Solo hubo una sola cosa que fue buena, o más bien, alguien. Ella, Missy. Me ayudó mucho, puso toda su voluntad en cambiarme, aún cuando casi la mato en un primer momento. Me enseñó a quererme por cómo soy: imperfecto. Y me enseñó que a veces, ser diferente es lo que te hace especial. Gracias a ella, yo me siento especial y no como un extraterrestre. Después de todo, soy una persona, ¿no es así? En fin, mamá y papá (¡qué bien se siente decirles así!) necesito pedirles un consejo: ¿creen que debería apostar toda mi vida en ella?
Creo que estoy enamorándome, rayos.
Un segundo, acabo de medirme a mí mismo el nivel de perfección…
¡No van a creerme!
¡Alcancé el 100%!