Mis ojeras debían parecer dos medias lunas de lo oscuras que eran. Intentaba mantenerme en pie, intentaba hablar con claridad a todas las de la sede, intentaba poder hacer un esfuerzo sobrehumano…pero mis intentos no eran válidos.
-La directora Kozlov viene en camino. –anunció una de las encargadas de las comunicaciones.
-En el avión, querrás decir. –dije, algo apagada.
-Sí, sí. Eso quise decir, señorita Lorenz.
Asentí. Sería un día duro.
Lori llegó a mi lado entonces, sosteniendo unas carpetas mientras yo escribía lo que podía en un informe detallado de POEB. Mi amiga me tendió una taza recién hecha de café humeante. Inspiré un poco el olor, y suspiré.
-Missy, necesitas un descanso. –me dijo Lori, preocupada. Ya sabía lo que necesitaba, pero no podía permitírmelo. Dormir era un lujo con el gigantesco problema que tenía.
-No puedo, Lori. –contesté, y seguí intentando escribir todo lo que me acordaba.
-¡Esto es trabajar en condiciones inhumanas! Eres una persona, necesitas descansar. –chilló Lori, atrayendo la atención de algunas encargadas y científicas.
-Missy, tiene razón, no puedes rendir al cien por ciento si estás en ese estado. Ve a descansar. –Jay me ordenó. De acuerdo, no soportaba la idea de que alguien me mandara, pero sabía que era necesario.
-De acuerdo. Iré a mi casa, y en cinco horas estoy de vuelta.
*
Las calles de Boston lucían muy repletas. Mientras caminaba con mi abrigo largo gris, observaba la gente pasar, los hombres perfectos y las mujeres imperfectas. Debo admitir que siempre me pareció una terrible injusticia el hecho de que perfeccionemos hombres, pero no mujeres. ¿Qué hay de nosotras? También podemos ser descorteses, frías y duras. Como las rusas. Y de nuevo, ahí está: la razón por la cual tengo este enorme problema. POEB.
Llegué a mi casa y abriendo rápidamente por el frío, se me congeló la mano, en cuanto la saqué del bolsillo. Cuando iba a cerrarla, un pie se puso en medio, impidiéndome cerrarla. El pánico se hizo presente, y más aún cuando esos ojos cristalinos y ese pelo rubio hizo presencia.
Mi teléfono comenzó a sonar.
-Atiende. –ordenó él.
Lo hice, y me recibieron unos gritos escandalosos, seguidos de uno solo entendible:
-¡POEB se escapó!