Ni bien pude cruzar la puerta, escuché los gritos de Kozlov, ordenando que me detuvieran.
Sin pensarlo dos veces, salí corriendo hacia las celdas, donde sabía que estaría POEB.
No iba a dejar que creyera que lo había abandonado, no cuando me había decidido a ayudarlo. Corrí hasta llegar, y en cuanto doblé el último pasillo, unas diez guardias rusas estaban esperándome en la puerta de las celdas. No podía tener menos suerte; ellas ya sabían a donde me dirigía.
-Señorita Lorenz, ponga sus manos sobre su cabeza, cualquier movimiento en falso y…
Pese a que me apuntaban con armas, corrí directo hacia ellas. Sabía que no era muy probable que me lastimaran, las mujeres de la FPB, ya sean de Rusia o Boston o China, nunca dañarían a una colega. Como presentí, solo me atraparon con sus manos, sin usar sus armas, pero me retorcí chillando.
-¡Déjenme! ¡Suéltenme ahora mismo! ¡POEB! –grité con todas mis fuerzas. Pude divisar movimiento dentro de las celdas, aunque no alcanzaba a verlo, ya que estábamos fuera del pasillo.
Luego de un minuto que pasé forcejeando y chillando como animal enjaulado, un golpe estruendoso sonó en la puerta de acero y cristal de las celdas. POEB se había salido de su celda, y estaba intentando salir por la puerta.
Las rusas retrocedieron conmigo a cuestas, aterrorizadas. Una tomó su comunicador, y advirtió algo en ruso con la voz temblándole. POEB golpeaba con fuerza descomunal la puerta de acero, y el cristal por el cual estábamos observándolo, se quebró un poco. Dentro del pasillo de celdas, POEB gritó de frustración y enojo. Por un momento, sus ojos se encontraron con los míos en medio de la rabia y la impotencia.
-¡SUÉLTENLA! –el grito inhumano de POEB resonó a través del acero. Las rusas que no entendieron, al parecer, se limitaron a temblar. Una de ellas, la que suponía era su traductora, repitió en ruso lo que mi experimento había dicho.
-¡SUÉLTENLA O SALDRÉ! –volvió a advertir POEB. Esta vez, la traductora tradujo más rápido, y lentamente, me soltaron. Torpemente, y en medio de tropezones, me acerqué al cristal, y apoyé mis manos, buscando su cara.
-Escúchame, tienes que confiar en mí. Voy a ayudarte. Lo juro. –le dije. Sus ojos reflejaban miedo, pero asintió.
Luego de eso, unas veinte guardias más llegaron y nuevamente me alejaron del cristal, llevándome hasta donde Alisa Kozlov me esperaba de brazos cruzados y expresión de furia incontenible.
-Bien. Veo que eres muy insensata e imprudente a la hora de actuar, también veo que tu pequeño mutante experimento te protege…-admiró sosteniéndome del brazo. POEB volvió a gritar y golpear el cristal, pero era casi imposible que pudiera salir.
-Déjeme demostrarle que lo puedo arreglar por mí misma. –le supliqué. Tenía que intentarlo. Por él.
-Si hubieses sido capaz de hacer eso, no habrías llamado a Rusia lloriqueando como niña. –contraatacó.
-Comprenda, directora. Estaba asustada. Pero ahora ya no.
-No hay forma. –me dijo, y volteó hacia sus guardias, diciéndole instrucciones claras. Luego me miró nuevamente. –Ya mismo lo vamos a modificar.