Las lágrimas eran miles de millones corriendo por mi cara. Todas caían en la tierra que había debajo de mí, humedeciéndola.
¡Él había alcanzado su nivel de perfección! ¡Él era perfecto!
Y aún así, lo habían asesinado.
Tomé la carta entre mis manos y dejé un sonoro beso en el papel, luego la abracé contra mi pecho, como si de alguna forma pudiese aferrarme a Roth.
Él se había enamorado de mí, y yo de él. Desde siempre.
Miré el diminuto espacio entre ambas lápidas de los señores Wilhem, y enterré como pude la carta.
Me puse de pie, y les sonreí con lágrimas corriendo aún por mi rostro y bañando la tierra.
-Adiós, familia Wilhem. Descansen en paz.
*
Llegué al hotel, todavía sin ser reconocida. Subí al cuarto, donde antes de subir, el hombre de recepción me miró extraño. Esa fue mi señal, era hora de irme.
Ya en el cuarto, comencé a guardar todo en el bolso y valija, me cambié la ropa, pero el maquillaje me lo dejé. Eran las once de la mañana, por lo que los lentes aún eran aplicables a la situación. Pero mientras estaba adentro del cuarto, me los saqué.
Entonces, tocaron tres veces la puerta de mi habitación.
-¿Missy Lorenz? -dijo una voz de mujer con acento alemán.
Temblé en mi lugar. Me habían descubierto.
Procuré no hacer ruido, mientras tomaba la mochila de mano con las cosas importantes. Al diablo mi ropa, no saldría viva de esta sino escapaba. A un lado, había una ventana, hacia donde caminé silenciosamente.
Volvieron a golpear la puerta más fuerte.
-Señorita Lorenz, abra. -Ni en tus mejores sueños, querida alemana.
Abrí el vidrio de la ventana, y pasé una pierna, luego otra. Y cuando miré hacia abajo...
Había olvidado que mi habitación estaba en el tercer piso del hotel.
Maldije y entonces abrieron la puerta de una patada.
Justo cuando me decidí a saltar, me tomaron del brazo entre varias personas y me llevaron adentro.
No valía la pena luchar, que me entregaran a Kozlov, no me importaba nada ya.
Había cumplido con Roth, y eso era todo lo que quería.
Pude observar cómo quiénes me inmovilizaban eran todas mujeres, pero se percataron de que no estaba luchando, entonces me miraron extrañadas.
Por sus uniformes, supe de quiénes se trataba: la FPB de la sede Berlín.
-Señorita Lorenz, nosotras somos de la FPB. -habló una mujer de unos treinta años, su acento marcándose en cada palabra pronunciada.
-No me digas. -solté con exasperación. -Pueden matarme de una vez, sin rodeos, conozco cómo la FPB se maneja.
La mujer de piel pálida y cabello miel, frunció el ceño.
-No vamos a matarte. Queremos que nos acompañes, ¿lo harás?
-No tengo alternativa, así que, ¿para qué preguntas?
-Creo que no entiende, señorita Lorenz.
-Usted es quien no entiende. -respondí mordaz. Las guardias, una me sujetaba cada brazo, me miraron ante la insolencia que estaba demostrando.
-Venga con nosotras, una vez que le expliquemos, usted decidirá si se regresa o se queda con nosotras. -propuso la mujer sonriendo hacia mí. -Y como muestra de confianza, la ocultaremos de quienes la están buscando.
Eso sonaba raro.
Me encogí de hombros, en señal de que podían hacer lo que quisieran.
Las guardias me soltaron.
-Otra muestra de confianza, es que no la esposaremos para llevarla.