POEB se llevó un dedo a los labios, en señal de que me callara. Con la voz temblorosa, tuve que responder.
-L-Lo s-siento-o se corta la comunicación –dije entrecortadamente, estaba a punto de llorar, de mis ojos se escapaban lágrimas amargas. No podía creerlo, estaba a punto de ser asesinada por un experimento. POEB tomó mi teléfono, y cortó. Rápidamente volvió a sonar pero él lo apagó. Me miraba neutral, no con odio, ni con amabilidad, solo una mirada.
-Tranquila. –me dijo. Pude observar que en su voz no había rastros de nada parecido al sarcasmo, o ironía. Él simplemente trataba de tranquilizarme.
-¿Cómo te escapaste? –Él frunció el ceño, pero no contestó después de varios segundos.
-Fue fácil. Son mujeres, ¿recuerdas? Débiles y frágiles.
Eso me ofendió, pero decidí ignorarlo.
-¿Por qué me seguiste?
-Sé lo que van a hacerme. Sé que van a meterse en mi cabeza y modificarme y hacerme un robot como todos los demás hombres. No quiero que me hagan eso.-Yo solo escuchaba por miedo de que me hiciera algo. Pensando en las probabilidades yo estaba en clara desventaja, puesto que él era el doble de grande que yo y me tenía encerrada, por lo cual no había salida.
No me di cuenta de que había comenzado a llorar.
POEB me miró con el entrecejo fruncido ligeramente.
-¿Qué te pasa? –me preguntó. Un deje de preocupación resonó en su voz.
-Hazlo rápido, ¿quieres? –le murmuré. Él se acercó para escuchar, y yo retrocedí asustada.
-No quiero hacerte daño. –me dijo. Lo miré a los ojos, y él a mí. Por un momento, dejé de verlo como el experimento que era, lo vi como un chico asustado.
Con muchísima cautela, acercó su dedo a mi rostro y pasó el pulgar por una lágrima que caía.
-Ya no llores. Dices que las mujeres son fuertes, pero tú pareces una muñeca de porcelana: a punto de romperse en todo momento.
-Ya que. –dije encogiéndome de hombros. De repente, su cercanía no me molestaba, y me encantaba cómo se sentía su tacto en mi rostro. –Mi vida apesta.
-La vida no apesta, lo que apesta son los errores que cometemos. –Era lo más inteligente que le había oído decir. –Y al parecer, yo soy tu error.
Me quedé callada. Evidentemente, era de ese modo.
-Tal vez. –me limité a contestar.
-Missy. –me llamó por mi nombre. –Necesito que me ayudes.
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