C a t o r c e . (1)

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Esta es la primera parte del capítulo catorce. Tendréis la segunda el domingo a la misma hora.

27 de noviembre de 2018

Ni siquiera había salido de clase cuando mi teléfono comenzó a sonar. Lo llevaba en el bolsillo, y todos mis compañeros se giraron para verme, llenos de curiosidad, en cuanto mi tono de llamada llenó el aula. La profesora también me miró, por supuesto, pero ella parecía más molesta que curiosa.

Le dediqué una disculpa silenciosa y apagué el móvil sin ver quién me había llamado. Fuese lo que fuese, podría aguantar los quince minutos que quedaban antes de que se acabara la clase.

Y, en efecto, cuando salí del instituto y miré el historial de llamadas, confirmé que no se trataba de una emergencia. Solo era mi madre, quien no se había molestado en tener en cuenta mi horario escolar. Le devolví la llamada de todas formas.

—Hola —le saludé con amabilidad—. ¿Cómo va todo?

Esperaba que me soltara un sermón por haberle colgado antes pero, en lugar de eso, dijo:

—¡Hola! Hoy me he cogido el día libre y me apetecía pasar la tarde contigo, ¿te gustaría venir a cenar?

Parecía animada, y mi madre podía llegar a ser una compañía excelente si estaba de buen humor. El problema era que nunca sabías cuando iba a saltar con una de las suyas. Yo no era una fiel creyente de la astrología, pero no podía negar que el carácter doble, complejo y contradictorio asociado a los Geminis encajaba a la perfección con la personalidad de mi madre, quien cumplía años a principios de junio.

—¿Sobre qué hora? —pregunté.

—Cuanto antes, mejor. He pensando que podríamos ver una película y pintarnos las uñas, como hacíamos antes.

—Me parece bien. Acabo de salir del instituto y me gustaría pasar por casa de papá para dejar mis libros y tal, pero no tardaré mucho. ¿Hace falta que compre algo para la cena? Puedo ir al supermercado mientras voy de camino a tu casa.

—No, no te preocupes. Lo tengo todo listo.

Típico de mi madre: prepararlo todo antes de saber siquiera si estaba disponible esa tarde. Si le hubiera dicho que ya tenía otros planes, se habría quejado durante una hora, por lo menos. A veces se le olvidaba que el mundo no giraba en torno a ella y que el resto de humanos no existíamos con el único fin de adaptarnos a ella.

—Vale. Estaré allí dentro de una hora. Nos vemos luego, mamá.

Dejé que se despidiera antes de colgar.

Una hora más tarde —tal y como había prometido—, me encontraba frente al portal de su edificio, esperando a que me abriera. Mi madre vivía en un edificio moderno y alto situado cerca del centro. Tenía un ascensor enorme y lleno de espejos pero, ya que no llevaba la mochila encima ni ningún otro tipo de peso extra, preferí subir las escaleras hasta llegar al sexto piso, donde se encontraba el apartamento de mi madre.

Lo compró sabiendo que yo no viviría allí, así que en realidad era bastante pequeño. Tenía un cuarto de baño, una cocina pequeña que colindaba con el salón, una habitación y un vestidor. Al fondo, pegado al cuarto de estar, había una terraza decorada con dos sofás muy cucos y una mesa baja. Era mi lugar favorito de toda la casa, aunque ahora que se acercaba el invierno no se le podría sacar mucho partido.

Al cruzar el umbral de la puerta, me invadió un olor a chocolate muy intenso pero agradable. Caminé hasta la cocina y vi que mi madre estaba allí, de cuclillas frente al horno. Se puso de pie en cuanto me oyó llegar.

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