¡Me aceptaron! Envié mi solicitud para entrar seguir el instituto a dos escuelas diferente. Una tan solo tuve que esperar dos días para recibir su negativa, alegando a que las clases estaban completas. Mentira, pero que se le va hacer. Me he pasado toda la semana en la cafetería haciendo horas extras para tener el suficiente dinero para poder amueblar lo suficiente la casa y para llenar mi nevera. Mi preciosa nevera es de segunda mano y quizás tengo que dar un golpe fuerte para que se cierre bien, pero es mi nevera al fin y al cabo y cumple con su función. El Sábado al volver por la tarde noche a casa, me encontré en el oxidado buzón una carta. El instituto Sant Gábriel me da la bienvenida el próximo Lunes, es decir, hoy. No está muy lejos andando, lo cual es una suerte teniendo en cuenta que no poseo ni una bicicleta.
Y aquí me encuentro, viendo ir y venir a todos los estudiantes sin darse cuenta de mi presencia. Amigos que comentan el partido del Viernes, parejas que van de la mano, amigas que ríen de alguna broma personal. Gente con una vida normal, ignorantes de lo que pasa fuera. Miro a mi alrededor. El instituto es un edificio antiguo pero bastante bien conservado, y está rodeado de césped natural. Desde aquí puedo ver la esquina del campo de atletismo, donde ya hay gente entrenando.
Respiro hondo y me digo a mi misma que enfrentar el instituto no es nada comparado con lo que he tenido que vivir. Pero sé que los adolescentes pueden ser muy crueles y yo me encuentro en un estado mental bastante frágil para verme capaz de soportar burlas y malos comentarios por ser la nueva o no encajar. Pero no pienso dejar que el miedo me paralice, no lo hice nunca siendo Abigail, no dejare que lo haga ahora que soy Amelia. Así que me obligo a avanzar para entrar en los pasillos. Empiezo a seguir los carteles que indican secretaría. Noto como a medida que avanzo algunos estudiantes se me quedan mirando, aunque es normal, es un pueblo pequeño.
Llego y me encuentro con la secretaria, una totalmente diferente a los estereotipos. Era una chica joven, de entre veinticinco y treinta años, morena con gafas y tras de estas se esconden sus ojos verdes. Levanta la cabeza y me ve.
- Hola tú debes ser Amelia, ¿no? - me dice dándome una dulce sonrisa, yo me limito a asentir – aquí tienes; tu horario, un folleto de las diferentes extra escolares y el número de taquilla y su código. Por cierto pasa por el despacho del director después de clase, le gusta dar la bienvenida él mismo.
Le doy las gracias a la simpática mujer que este instituto tiene de secretaria y me dirijo a la clase que me toca. Este pueblo debe tener algo en el agua para que todo el mundo sea simpático y amable, y se pase la vida regalando sonrisas. No me pasa lo típico de perderme y tener que pedir ayuda creando a su vez una bonita amistad. Porque uno, los pasillos están llenos de carteles que indican dónde están las clases, así simplemente he de seguir las indicaciones como la chica lista que soy hasta llegar enfrente del aula que me toca. Y dos, los pasillos están desiertos. Pico la puerta y entro al oír un "pase".
Ante mí, aparece un señor de unos cincuenta años con apariencia tranquila y mansa. Le entrego el papel que dice quién soy y justifica mi retraso.
- Bienvenida a mi clase señorita Harper – dice mirando el papel – preséntese para que sus compañeros la conozcan y coja sitio.
Maldigo al profesor en mi cabeza por hacerme hablar delante de treinta pares de ojos. Nunca me ha dado vergüenza llamar la atención ni que la gente me mirara, pero ahora es diferente. Tengo secretos y demonios dentro de mí, y aunque parezca absurdo, me da la sensación de que si me miran fijamente descubrirán todo. Sé que es una tontería, pero no puedo evitar querer salir corriendo.
- Hola me llamo Amelia Harper y tengo 17 años. - digo seria, elevando la voz lo suficiente para que se me oiga.
Veo que algunos me miran con atención y con curiosidad, mientras otros simplemente me miran con aburrimiento. Doy un repaso rápido a la clase para encontrar un sitio libre al fondo al lado de la ventana. Me dirijo con paso seguro hacia allí y me siento dejando mis cosas en el suelo. Todo el mundo me está mirando, yo me limito a mirar al profesor, pero veo que él también me está mirando. Ahora sí que me estoy empezando agobiar. ¿Nadie les ha enseñado que es de mala educación quedarse mirando a una persona fijamente?
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Be careful
TeenfikceTerror, es lo único que siento, pero tengo que seguir corriendo, no puedo parar. Tengo que esconderme y huir, ese es mi único pensamiento, por mí, por todas ellas, por mis padres, por mi hermana. Me caigo, me duelen los pies y las rodillas, me levan...